Todos los motivos son buenos para justificar el retraso en la solución de una crisis insoluble. Zapatero no puede afrontarla. Carece de autoridad moral, como de ideas y de hombres que revitalicen las instituciones inertes del Estado de Partidos. Ni siquiera puede ofrecer a los ciudadanos pasivos una visión de la política distinta del mero disfrute sectario de posiciones personales de poder. Su falta de iniciativa sólo está, en parte, disimulada por la irremediable ausencia de una oposición decorosa.   En estas circunstancias de mando personal con desgobierno político, era presumible que el presidente, no abusando sino haciendo uso del poder discrecional que le concede la Constitución, nos embarcara en un viaje de distracción a la guerra y escondiera en el conflicto internacional las causas íntimas del fracaso de su política económica y social.   La guerra, como solución de facilidad y de pereza para los problemas internos, ha sido siempre una tentación de los gobiernos despóticos. Involucrándonos en ella, el jefe del Ejecutivo ha simplificado la compleja situación en la que está enredado, esperando arrastrar en su estela de escape a la oposición (“no somos tan oportunistas como ustedes” dice un Rajoy enfangado en el sentido de Estado) y a la mayor parte de la prensa adversa.   No obstante, en este dejarse deslizar por la pendiente inclinada hacia los grandes de la tierra, Zapatero ha confundido la opinión de la clase dirigente, que en todo caso no es monolítica en su apoyo a la guerra (por la cuenta que nos trae hubiera sido preferible sumarse a Alemania en vez de a Francia), con la opinión pública general, que presumiblemente se irá mostrando, una vez disipada la niebla propagandística, contraria a la participación en ella.   El envío de aviones y barcos de guerra en esta nueva “misión de paz” refleja la situación de impotencia en que está sumido este canciller de plastilina, asediado por los acreedores externos que amenazan con tener que rescatarnos tras Portugal, y presionado por sus deudos internos, que atisban la catástrofe electoral.

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