La avalancha consumista que desencadena la Navidad suele provocar la denuncia vaticanista del materialismo de unas sociedades que desprecian los valores espirituales, como si éstos fuesen incompatibles con los de la economía de mercado, cuando Max Weber ya puso de manifiesto la formidable ligazón entre ambos. En el campo del marxismo encontramos recurrentes apelaciones a la falsa conciencia, y a superestructuras ideológicas cuyo fin se reduce a engañar a los explotados y lavar la conciencia de los explotadores. El mantenimiento de la maquinaria para extraer plusvalía o acumular beneficios precisa del concurso o la complicidad de unos hombres que buscan la justificación de su conducta; para ser abrazado por quienes lo encarnan, el mercado también ha de forjarse un espíritu, una forma más o menos elaborada de explicar la adhesión a un sistema económico en el que estamos inmersos. Incluso la corriente crítica que enarbola la bandera de la justicia social para recriminar al capitalismo la desigualdad y la miseria que produce, se ha ido disolviendo en ese bienestar general que dice avalar, sin garantías políticas, la socialdemocracia estatal. Ahora, después de treinta años participando en el régimen, el PCE vincula su tradicional rechazo del capitalismo al de la Constitución, que se habría convertido en papel mojado para los trabajadores, incumpliéndose todos los “títulos y artículos de derechos sociales, económicos y ambientales”. Además, los que lucharon de manera continuada contra la dictadura, y que renunciaron a la República, siguiendo las indicaciones de Carrillo, para integrarse en la Monarquía neofranquista, se aprestan a “desmontar definitivamente el mito de que al Rey le debemos la democracia y la libertad”. Lo rubricado en 1978 ya no es más que un “bastión tras el que se escuda el poder político y económico”, y por tanto, el partido comunista da por roto el pacto constitucional. Fraga y Carrillo (foto: Jaime de Urgell) Alegra que dejen de invocar el consenso y lancen exorcismos contra el espíritu de la transición, pero cuando el punto de partida es el descontrol del poder y la irrepresentación política, no tiene sentido aludir a “una calidad democrática bajo mínimos”. En este Diario, también estamos “a favor de una Tercera República” y de que, esta vez, no se arrebate a la ciudadanía la apertura de un período constituyente.