Lacoonte y sus hijos (foto: jorge6880) Maldición lafistia Un pasaje corrupto y oscuro del capítulo que Herodoto dedica a la batalla de las Termópilas habla del ancestral culto a Zeus Lafistio, el dios devorador. No cabe duda de que los dioses, como el Estado, requirieron de la sangre -y de la carne- de los mortales para mantener bien visible toda su gloria. Pero esto fue hasta que descubrieron con felicidad qué fácilmente podían llegar a ser ellos Estado y el Estado, Dios. Hoy día, en Occidente, Dios y el Estado son engendritos amables y dadivosos, ambos duermen un sueño digestivo tras milenios de sacrificios.   Ahora, quienes devoran a los ciudadanos, bien negándoles la libertad política, la verdad de los hechos, bien bombardeando a civiles extranjeros para contrarrestar ataques de pandilla, no son los dioses, no los Estados, son los gobiernos sin legitimidad democrática, sin control. Y sin embargo, ese sucio poder no es responsable único de la opresión que vestimos. Lo son también los ecos minúsculos que cada uno de los mansos, pobres de espíritu, cobardes, nihilistas y vanidosos hacen tragar al resto de la sociedad. Así que harto de escuchar cuánto trabajo tienen, lo mucho que les cuesta encontrar la inspiración, hasta qué punto les ha afectado la recesión; harto de oír que les falta la instrucción necesaria, que valoran más las pequeñas diferencias que las inmensas coincidencias, las competencias entre ingenios que la cooperación cordial; harto de saber que nada importa hasta que llama a las puertas del Ego… yo maldigo a mis amigos, mis familiares, mis amantes, mis colegas, mis vecinos. Os maldigo a todos.   Malditos, ¿por qué nos devoráis con vuestra afectada indiferencia? Vosotros, sacerdotes del silencio, sois mil veces más venenosos que los enemigos que querrán vernos aniquilados. El descanso de los dioses os sirvió para convertiros en teófagos y el sabor de la carne divina os alejó del resto de vuestra terrenal especie. Llega un nuevo año de crisis gourmet, de enfado contenido y desafíos a la moda. En mala hora lo viváis con prosperidad sin haber aprehendido lo que vale la libertad; porque entonces, sin ella o su búsqueda incansable e inexcusable, los gobiernos despertarán de nuevo a los dioses y los Estados lafistios y, sabiendo que la estulticia política lleva a los hombres a considerar importante sólo aquello que es parte de sí mismos o de sus posesiones, estas bestias comenzarán el festín devorando a vuestros hijos.

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