Lujo (foto: twenty questions) Lujo productivo A pesar de ser anatematizado en todas las épocas, el lujo ha persistido como uno de los más inalienables deseos de la humanidad. Señalado como principal corruptor de las costumbres desde Catón el viejo hasta los antiglobalizadores del presente, pasando por los arbitristas del siglo XVII, la persistencia de tal concepto habría que atribuirla a su constante evolución. El grado de lujo asignado a un producto, y por tanto, su elevado valor, ha dependido de su rareza, constituyendo un elemento representativo de lo reservado a unos pocos privilegiados. De esta manera, los licores, el chocolate, la calefacción central, un refrigerador, etc., han ido perdiendo dicha connotación con la generalización de su consumo o uso.   Al margen de las consideraciones moralizadoras, resulta evidente que el comercio o la búsqueda de medios y rutas que condujesen al disfrute del lujo (especies, porcelana, seda, oro) fue una de las fuerzas motrices de la expansión económica europea, como factor esencial de dinamización y transformación sociales, así como de superación innovadora. En la Ilustración empieza a reconocerse la utilidad del lujo en una economía política “bien entendida”, es decir, censurando e impidiendo el consumo de artículos importados, y desarrollando “industrias del lujo” nacionales, lo que implicaba el incremento de los ingresos del erario público y la creación de nuevas fuentes de trabajo, aparte de aureolar de prestigio exterior las denominaciones de origen: al respecto, Francia sigue ocupando un lugar preeminente en la exportación de artículos de lujo.   Los economistas ilustrados, lejos de la tentación de prohibir el lujo, recomendaban que se creasen impuestos sobre los perfumes, las telas recamadas de oro, o los diamantes, porque ello suponía un beneficio público que además no perjudicaba al comercio, puesto que el pudiente, en poco tiempo, se acostumbra al impuesto, pero nunca a las privaciones. En definitiva, es más sensato aprovecharse de las locuras de los hombres que tratar de corregirlas.   El sentido original de la palabra “luxus” es el de “exceso” en relación a determinada norma de consumo, pero la línea que separa lo indispensable de lo suntuario se ha hecho cada vez más indefinible e inabarcable en un mundo que vive del culto a la productividad, considerada (tanto por el liberalismo como por el marxismo) un bien o un fin en sí misma, y no un medio que podría ser liberador.

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