La ronda de noche (Rembrandt Harmens Van Rhine, 1642)
La ronda de noche (Rembrandt Harmens Van Rhine, 1642)

O el largo camino de la partitocracia a la libertad política

Compañera del alma humana, inspiradora y misteriosa, metáfora de la soledad y del acecho, espejo íntimo. Inquietud del hombre viejo y silencioso pánico del niño en sus primeras soledades. Su literatura ha poblado de personajes nocherniegos mundos infinitos y, bajo su manto, se ha escrito la más bella música que haya producido la humanidad. La atracción por su negrura y su silencio ha cautivado las mentes y forjado los más grandes talentos; música, pensamiento, literatura.

La noche de Cioran, con su batín de tela escocesa sentado a la mesa camilla de su pequeño apartamento parisino, intentando definir la olla en la que hierve el mundo. La noche transfigurada de Arnold Schönberg, música descriptiva de un mundo que agoniza y que se perdió para siempre. La noche de Zweig. O la aterradora noche de Céline, la de «los jodidos», la noche colectiva. Esa es la noche de la que quiero hablar. La noche sin esperanza de alborada, atenazadora y amenazante que conduce implacablemente a la resignación.

En España, hemos padecido largas noches negras. La larga noche del  dictador que murió sin sobresaltos en la cama de un hospital, el que tendía su graciosa mano concediendo estancos y administraciones de lotería a los bien recomendados, el del cuerpo de habilitados de clases pasivas, las pólizas de cinco pesetas y el papel de pagos al Estado.

Con su desaparición, albergábamos la esperanza de una aurora, lo recuerdo vivamente, la libertad estaba ahí, tan cerca, porque ya no estábamos bajo la férula del tirano. Lamentablemente, no comprendimos el poder y el alcance de lo que esta libertad significaba, al fin y al cabo, nunca en nuestra historia la habíamos conocido. Pero vino a convertirse en la fatamorgana de un aviador de otro tiempo, un espejismo de auroras otorgadas. No alcanzamos a comprender que las mañanas hay que conquistarlas.  

Sostenía Antonio García-Trevijano que a las dictaduras suceden las oligarquías y, como siempre, tenía razón. Para mayor gloria del expolio público, las oligarquías han demostrado tener su propio régimen político, homologado internacionalmente e indecentemente denominado democracia. Se trata del Estado de partidos, oligarquía de partidos o partitocracia, pueden ustedes elegir.

El Estado de partidos, es el eufemismo y la continuación con otro nombre de aquella larga noche. Es el secuestro de la nación que, aturdida, da palos de ciego y se debate entre la olla y la sartén sin conciencia de su poder. El Estado de partidos, es decir, el gobierno de las oligarquías, es también el más demandado por los hegemones que reinan sobre el mundo, porque tiene apariencia de democracia, y siempre resultará mas sencillo y rentable negociar con élites no elegidas que con naciones realmente representadas y con conciencia de su poder.

Cualquiera me podría decir, es cierto, que es libre porque puede hacer lo que quiera y yo le respondería que libre no es, que tiene derechos, derechos que le ha otorgado el consenso de las oligarquías. Porque no tiene el derecho a elegir ni a su representante político en el parlamento, a quien poder exigir responsabilidades de su gestión en una oficina cercana a su casa —pues en el Estado de partidos la responsabilidad política queda diluida en el consenso y la omertá—, ni tampoco tiene el derecho a elegir a la persona que quiere como gobernante, ya que ésta saldrá en fumata blanca a través del mismo consenso y la misma omertá de las mismas oligarquías.

La noche de la partitocracia parece no tener límites. Consuma el rapto de las naciones que, negándoles la libertad política, les otorga derechos. Compartimenta la sociedad civil en identidades y diferencias para distraer precisamente de la verdadera representación política. Ceba a los pueblos con consignas simples y pacatas. Reemplaza la cultura por el más grosero entretenimiento. Produce su propia libertad de expresión proscribiendo la libertad de pensamiento y despoja a la sociedad civil de los recursos del debate público.

La noche se extiende. Respecto a la América española, que, según dice la derecha mediática, se ha teñido de rojo, tengo que negar la mayor. De lo que se ha teñido Hispanoamérica —y ahí no se parará— es de partitocracia, de consenso entre opuestos, de pacto entre oligarquías. Más pronto que tarde sus naciones quedarán a merced y rindiendo vasallaje al hegemón de turno.

La noche continúa.

2 COMENTARIOS

  1. Fantástico y hermoso artículo. Por suerte quedan los irredentos defensores de la idea formal democracia. El faro que algún día iluminará a la nación española e, incluso, a las hermanas naciones hispanoamericanas, hacia la luz de la libertad política colectiva.

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