La lotería de las votaciones En un régimen partidocrático en el que la ley electoral impone un sistema proporcional de listas cerradas de partido con circunscripciones provinciales grandes, como ocurre en el español, es obvio que las votaciones son cosa de dos partidos exclusivamente.   Y cuando uno de ellos, por algún caso de corrupción o alguna crisis militar o económica, no alcanza la mayoría absoluta tiene que buscar la colaboración de un partido nacionalista (catalán o vasco) para ser realmente agraciado con el premio del gobierno o “déspota partidocrático”.   Los mismos políticos de partido saben que es cuestión de tener el poder en el partido para que, en cuatro u ocho años, llegar al poder en el Estado. Es una apuesta segura para el político de partido. Es una apuesta no sólo estratégica, también una “apuesta” en el sentido más genuino del término: es una apuesta del juego trucado de la política actual.   Para el votante y simpatizante de partido, la apuesta es todavía más radical: es una apuesta de “todo o nada”, al rojo o al azul, a un partido u otro de los partidos “ganadores” ( partidos ya “agraciados” en el juego de la Transición).   Hay, pues, un componente de suerte, de apuesta o de lotería en el funcionamiento de las votaciones del Estado de partidos: el político realiza su “carrera política” en los “sótanos” oscuros del partido estatalizado en espera de su turno- medrando a la estela de un jefe local, regional o nacional-, y en espera de la suerte en las votaciones próximas.   El votante, por otro lado, espera que “los suyos” ganen las próximas votaciones para tener la oportunidad del beneficio privado con los asuntos públicos. Es falso, en términos generales y estadísticos, que el votante vote por razones de preferencia de escuela económica o ideológica; eso es cosa de los “creadores de opinión” de los medios de comunicación.   Además al político nacionalista catalán o vasco puede tocarle la lotería de forma más evidente, o por partida doble, si la victoria de uno de los dos grandes (PSOE o PP) no se produce por mayoría absoluta, pues entonces la mayoría relativa precisará de su colaboración que aprovechará para obtener más privilegios para su partido o su “territorio”.   Pues bien, mantener este sistema de votaciones con un fuerte componente ludópata manifiesta el espíritu religioso peculiar que está en la base del sistema económico y político en los países de tradición protestante, según estableció Max Weber en su famosa obra La ética protestante y el origen del capitalismo.   Pero el espíritu religioso se puede hacer extensivo para la comprensión de la servidumbre voluntaria del votante de la partidocracia en los últimos sesenta y cinco años en Europa , y treinta y tres años en España. Pues “hay una estrecha relación entre la lotería y la religión: el ganar – en la lotería- muestra que se es elegido, que se ha tenido una gracia particular de un santo o de una virgen”, como subrayó Antonio Gramsci en sus Cuadernos, siguiendo en esto al sociólogo alemán.   Hay, pues, un componente religioso, de ética religiosa cristiana protestante y católica, también en la permanencia de la forma del Estado de partidos, pues quien es elegido por el jefe del partido se considera “agraciado” como si su alma se salvara del mundo terrenal del pecado (que se “confirma” cuando con los años se producen las votaciones a las listas elaboradas por el partido) para ser elevado al cielo de la vida política llena de privilegios, ocio y poder; mientras el resto de la población, los “ desgraciados”, tendrán que condenarse a la vida de los sufrimientos, negocios y el trabajo. Algo así debió sentir el juez Garzón cuando Felipe González (conocido también por “Dios”) lo eligió para una lista de partido y ser agraciado con el cargo de diputado, y más tarde comprobar que la gracia no era total.   Pero hay más: al igual que la ética cristiana motiva de distinta forma en la actividad económica también motiva de diferente manera en las peculiaridades de cada Estado de partidos.   En los países protestantes o calvinistas el capitalismo tuvo más éxito y en los países católicos triunfó, sin embargo, el patrimonialismo (de ahí el gusto por el ladrillo y el lujo ostentoso de la burbuja inmobiliaria en España).   En los Estados de partidos de los países católicos como el español y el italiano, éstas formas de estado se presentan más puras y “perfectas” en cuanto significan la máxima realidad en la corrupción y sistema electoral que impide cualquier tipo de representación política verdadera del distrito.   Los países de tradición religiosa protestante, en cambio, presentan alguna que otra manifestación de impureza del Estado de partidos, ya sea en el sistema de la elección del representante, como en Inglaterra, ya sea en el sistema de la elección del presidente del gobierno y de la República, como en Francia.   La concepción activista de la “gracia” entre los países protestantes produjo la forma moral al espíritu de empresa capitalista y su burocracia, entendida como eficiencia y eficacia, se trasladó a ciertos aspectos “impuros” de los Estados de partido del norte de Europa; y, sin embargo, la concepción pasiva y pícara de la “gracia”, propia del pueblo católico, ha producido la perfección de la partidocracia en cuanto perfección de un estado corrupto y sin democracia formal, es decir, el Estado de partidos “perfecto”.   No afirmo que los sistemas políticos del norte de Europa no sean Estados de partidos, que sí lo son, desde Inglaterra a Rusia, sólo afirmo que los Estados de partido del sur de Europa son la manifestación pura del Estado de partidos, su modelo ejemplar. De ahí que el término “partitocracia” se utiliza con significación evidente por los países católicos y, en cambio, se usa menos en los países de tradición protestante y ello a pesar de que fue en Alemania donde se creó la doctrina científica del “Estado de partidos”.

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