La Reina Isabel II  No es necesaria una fórmula como la transición española desde la dictudura para que la ecuación dé un resultado parecido: monarquía parlamentaria en la que el Monarca no gobierna y en la que la oligarquía de partidos se reparte el pastel. De hecho el fraude institucional se repite en casi todos los países así llamados democráticos con pocas variantes. Pero Canadá, con la Reina Isabel II como cabeza de Estado, ofrece también a este respecto un paralelismo instructivo con España.   Desde una remota lejanía, sendos monarcas, apreciados emotivamente por la mayoría –en Canadá se votó a favor de mantener el suyo en un referendum–, deambulan entre la prepotencia de un poder que no ejercen y la ratificación en ellos encarnada del fraude político hoy más común: pretender que hay democracia donde no la hay.   Todos los funcionarios de gobierno en Canadá, por ejemplo, o aspirantes a la ciudadanía como el que firma la presente, son obligados a hacer un juramento de lealtad no sólo a las leyes sino además y en primer lugar a la Reina, de la siguiente guisa: “Juro que seré leal y mantendré verdadera fidelidad a Su Majestad la Reina Isabel II, Reina de Canadá, así como a sus Herederos y Sucesores; y respetaré lealmente las leyes de Canadá y cumpliré con mis obligaciones como ciudadano canadiense”.   Como en la situación política pseudo- democrática española, se juega con formulaciones –oficiales y oficiosas– en las que una resistencia a jurar lealtad a la monarca implica la abjuración de todo civismo y respeto por la ley, sin distinción.   Sin un complot tan evidente como el de la transición española por parte de los partidos políticos, y con la diferencia de que en Canadá los partidos todavía representan hasta cierto punto las ideas de la cuidadanía, en este otro lado del Atlántico se percibe desde hace décadas un mismo desinflamiento vital con respecto a los asuntos colectivos.   El mundo de lo “políticamente correcto”, la ausencia pensamiento crítico, lo invade todo aquí y allí: ¿cómo traspasar las supuestas evidencias de la demagogia? ¿Quién se atreve? ¿Y en nombre de qué? Esta es la tarea que nos ha sido encomendada.

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