Henri Rousseau Ingenuidad Cualidad preciosa en las relaciones sentimentales, si no es solo candorosa expresa la autenticidad de lo genuino. La inteligencia crítica la mata y los sentimientos cordiales no nacen sin ella. Los niños no son ingenuos porque carezcan de malicia o de frustraciones, en eso más bien nos darían lecciones, sino porque en toda cosa y situación ven universos de novedades sin historia ni causas. El mundo exterior les presenta una realidad sin antecedentes ni motivaciones, y su mundo interior les brinda una vida cargada de ensoñaciones, sin los límites que la realidad pone a las fantasías. Sin intuición de los sentimientos sociales, la ingenuidad toma por novedades valiosas las mayores nimiedades. Pero si la corrupción y el escepticismo eliminan la ingenuidad, la convivencia se torna estéril para la vida del espíritu y la política deviene cementerio de esperanzas. Los creadores tienen ingenuidad de niños que han madurado la fantasía en imaginación mediante dos habilidades. La de romper el juguete de la realidad sin destruir sus materiales, y la de recomponerlo de modo más grato con la destreza de los oficios de la razón para seleccionar palabras, sonidos o imágenes. El talento está en la selección de esos materiales que el análisis de lo experimentado separa por intuición, y en la originalidad de la síntesis que el propósito intelectual une por experimentación. Si la creación no viene de la ingenuidad de lo genuino, rompe sin componer, o compone sin romper, trozos del mundo. Pero si llega a ser genial, expresa un universo de ideas o sentimientos con las migajas de la realidad que ha deshecho, a fin de recomponerla en una síntesis más coherente y armoniosa. Sin crítica destructiva de lo convencional y sin propuesta constructiva de lo original, el mundo se llena con la falsedad y fealdad de las descomposiciones o con lo simulado y bonito de las recomposiciones. Bergson identificó la inteligencia con la “potencia indefinida de descomponer según no importa qué ley, y de recomponer en no importa qué sistema”. Las obras geniales nos inquietan a la vez que nos extasian. En un solo movimiento expresan dos procesos, descompositivo y compositivo, distintos y convergentes, permaneciendo el residuo de aquél en la creación original de éste. La inquietud proviene del residuo, el éxtasis, de lo nuevo.

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