Guardería (foto: Alhaurín) Los cuidados médicos y las condiciones higiénicas no fueron tan determinantes en la disminución de la mortalidad infantil como el fin de la costumbre de matar o dejar morir a los hijos no deseados; hasta finales del siglo XVII el infanticidio, a pesar de ser condenado en los púlpitos, era tolerado por una hipócrita sociedad, que lo disfrazaba bajo la forma de un accidente: los niños perecían ahogados entre las sábanas de la cama de sus padres.   Ahora, no es la vida del niño, sino la del feto, y los plazos y las condiciones a los que habrían de atenerse las madres para disponer de ella, los que constituyen una socorrida materia de controversia ideológica entre unos partidos estatales que, de esta manera, pueden establecer una tenue línea divisoria entre sus miméticos desempeños políticos. Pasto de la beatería izquierdista y de la demagogia feminista por un lado, y del conservadurismo cerril y de la desmesura religiosa por el otro, no será posible una sensata consideración del aborto hasta que la inerte y muda sociedad civil española no disponga de representantes políticos y de medios que difundan, sin fabricarla previamente, la opinión del público.   Si volvemos a los recién nacidos y a sus primeros pasos, descubrimos que el cuidado especial de la infancia no tuvo lugar hasta el inicio de la Ilustración. La aristocracia educa a sus hijos en sus propias mansiones con preceptores e institutrices; para los vástagos de las clases inferiores sigue siendo la calle -y entre adultos- el lugar donde se desarrolla su aprendizaje; pero ya los retoños de la burguesía incipiente son encerrados en los colegios. Esta reclusión (tal como se hace con los locos, los mendigos o las prostitutas, según Foucault), conservada hasta el día de hoy, se denomina escolarización.   La vida familiar se organiza alrededor de una infancia que será atendida, durante sus primeros años, en la casa, y más tarde confiada a la educación de una Iglesia y un Estado (que ve al niño como el futuro de la nación: soldado, productor de bienes y reproductor de genes) dispensadores de conocimientos comunes que los padres no pueden ofrecer. Si los niños, por su naturaleza, necesitan la seguridad de un espacio recoleto (el cálido hogar) para madurar sin perturbaciones, no parece que las guarderías actuales sean adecuadas para ello.

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