En el pasado de los pueblos siempre encontramos particularidades o diferencias que inflaman el sentimiento romántico del nacionalismo. Por eso, donde impera éste, la historia no se imparte como una disciplina científica, sino que constituye un adoctrinamiento. Pero que aquélla se enseñe como una ideología es un proceso reiterado: todos los regímenes de poder, credos religiosos y comunidades nacionales o étnicas han tendido a la sobreestimación de lo propio y la desestimación de lo ajeno, al más obtuso de los endiosamientos.   El caso contemporáneo más espantoso de narcisismo colectivo se dio en el nazismo y su culto vesánico a la raza aria. La exaltación de la identidad nacional como valor supremo, si se cuenta con fuerza suficiente para proyectar la voluntad de poder, desemboca en la megalomanía del nacionalismo imperial: los gobernantes y las grandes corporaciones estadounidenses se han atribuido el derecho a dirigir los destinos del mundo y a erigir en norma universal lo que no son más que sus intereses y ambiciones particulares.   Está muy arraigada la identificación de Castilla con el misticismo guerrero, el ruralismo, el desdén de los avances científicos y las esencias autoritarias, mientras se reproduce la imagen de una Cataluña moderna, laica, abierta a las corrientes artísticas europeas. Pero esta simplificación histórica no repara en el conservadurismo catalanista de Prat de la Riba y Cambó, en el entusiasmo que despertó Primo de Rivera, en el “pactismo” de la clase política catalana, o en una burguesía que no se distingue de la del resto de España, en su búsqueda del favor estatal.   Parque Güell (foto: javier1949) La defensa de una lengua propia, en peligro de perecer ante el avasallador empuje de otra, es el pretexto más eficaz para sostener las ambiciones de poder del nacionalismo. El catalán es un valioso patrimonio que debe protegerse sin discriminar a los que sólo hablan español: esto es lo que dicta la sensatez o el seny. La extraordinaria abstención que se ha producido en Cataluña (nueve puntos por encima de la media nacional) vuelve a concitar esperanzas en el empuje catalán para salir de la crisis política en la que estamos empantanados, con una moderna República Constitucional.

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