Eisenhower y Koenig en Paris, 1944 Ideologías impostoras y Estado impostor La sincera visión de problemas e injusticias, junto con el miedo al futuro (siempre presente para quien desconfia de la libertad) y el miedo a una libertad insuficientemente experimentada (de cuya capacidad para ser justa se desconfia también), unidos a la repugnante soberbia de la especulativa razón endiosada en sensibles personas de talento, dieron lugar a la fabricación de ideologías en la deicida Europa que endiosó a la razón. Primero en Francia, después en Alemania; desde allí a países de todo el mundo.   Toda ideología muestra (como bien nos informó el maestro Trevijano ya en El Discurso de la República) lo mismo: es normalmente certera en las injusticias o problemas de hecho de los que suele partir; equivocada, por parcial y excluyente, en el modo de resolverlos; y absolutamente falaz en el futuro que, precipitada y atropelladamente, pretende insensatamente fabricar o prescribir, sin libertad.   La ideología parte de una natural indignación del espíritu al contemplar injusticias o errores que se niega a aceptar y comprender honestamente, primero; y no quiere superar libremente, colectiva, sensata y responsablemente, después; concluye con una artificial y aberrante alucinación especulativa que intenta anular aquellos errores o injusticias justicieramente. Son, hay que reconocerlo, específicamente humanas; pero propias de una inmadura humanidad.   Toda ideología que pretenda ser absolutamente racional y coherente, como trató de ser la marxista (tirana bisabuela de la actual tiranizante social-democracia que impera en todo Estado europeo —Dalmacio Negro-), ha de ser totalizadora en el tiempo y en el espacio mundiales, por no decir universales. Sus soberbias leyes deben ser tales que todo pasado debe afirmarlas, todo presente debe estar ejecutándolas y todo el futuro que prescriben deberá obedecerlas y aplicarlas. Para eso, la ideología está obligada a despreciar, a la vez, tanto a la natural fe humana, como a las voluntarias verdad moral y libertad colectiva, conjugadas por la razón consciente, a que nos referíamos en el artículo anterior (30-Junio-2011). Es decir, se ve obligada a ser, aunque no lo quiera, total y absolutamente irracional e incoherente; profundamente inmoral; tiránica intempestivamente. Aunque tampoco lo quiera, acaba odiando todo lo humano por no ser en su totalidad como ella quiere que sea.   Y todo ese engendro se le muestra al clarividente ideólogo perfectamente claro en su particular cerebro agusanado de soberbia, capaz de pensar en nombre de las decenas, los cientos o los miles de millones de personas que habiten el país, el continente o el mundo de su época; millones de personas cuya vida, verdad y libertad desprecia por entero y a las que convierte en inservibles (incluyendo hoy al irrepetible no nacido) si no sirven a sus propósitos justicieros. Un ideólogo, conjurando pasado, presente y futuro, es un hechicero.   Por ser irracional y repugnarle la experiencia natural e histórica, una ideología sistemática es, en toda su intensidad y extensión, pura superstición; reaccionaria y religionaria desde su misma concepción. Y sus más acérrimos correligionarios seguidores, en tanto renuncian (llenos de temor) a la verdad y a la libertad (renuncian, por tanto, a ellos mismos) se convierten en temerarios y supersticiosos supérstites (supervivientes de si mismos); su personalidad ha sido vampirizada por la ideología y son incapaces de aceptar y comprender la realidad en toda su extensión y complejidad; incapaces de amar, en el terreno de lo público, a personas que no compartan su ideología (eso sí que es temible).   Cualquier ideología que pretenda prescribir el futuro, especialmente si no ha comprendido el pasado, es una intolerable protomentira totalizadora, insensata, liberticida, antinatural y utópica; una repugnante impostura que, además, atiza mientras camufla ambiciones de poder; y, por todo eso, es fuente de continuos conflictos entre personas y patrias por ella ensoberbecidas.   ¿Qué ansiaba, para inflamar su poder, el Estado que la malograda Revolución Francesa no supo democratizar, pero si aliar con el poder financiero? Ansiaba combustible ideológico. El egotista idealismo alemán, ebrio de soberbia racionalista, se lo proporcionó. Era lógico que ese idealismo concluyera el siglo XIX exaltando la Voluntad de Poder, único modo de imponer a la realidad sus imposturas. Las ideologías se convirtieron en impostoras concubinas mantenedoras del poder del Estado impostor, devenido vampiro de conciencias (a las que para eso educa).   Verdad y libertad ni se deben ni se pueden (salvo destruyendo fisica o moralmente toda vida personal) anular. Las ideologías y contraideologías incubadas en los pasados siglos, concubinas del poder brutal de Estados partidocráticos (un partido o varios partidos consensuados, qué más da eso), junto con la envidia-ambición del dinero y la riqueza en tantos corazones, han hecho del último siglo el más conflictivo, inhumano, fratricida, asesino, corrupto y políticamente falso de la Historia. La humanidad no debería olvidarlo nunca.   El Estado partidocrático no es ni puede ser democrático. Fue fabricado para acomodar ideologías (hoy ultra-reaccionarias, deshilachadas y oportunistas, puros pretextos para ocupar poder) y asentar a soberbios partidos estatalizados. Partidos que hoy, incrustados en el Estado, fabrican sus propios intereses ideológicos para dominar personas, además de ser conniventes y complacientes con el poder financiero, la gran empresa y los sindicatos verticales. Partidos corruptos y corruptores, insaciables nepotistas acaparadores. El estado partidocrático actual es un pesado y costoso anacronismo histórico que frena el progreso político-moral de España, además de estrangular su economía y debilitar estúpidamente su conciencia nacional. Su brutal y despilfarradora burocracia estatal y autonómica, mintiendo diariamente la verdad, es la peor de las tiranías (tiranía sin tirano, tiranía de la irresponsabilidad) y le deja ciego ante la realidad (si ni siquiera la ve ¿cómo la podrá prever?).   España debe transitar, para superar verdaderamente injusticias, corrupciones y abusos de poder, desde las egotistas y parciales ideologías impuestas, hasta el uso consciente de la verdad moral y la libertad política responsable, en cooperación correctora de errores e injusticias y previsora de un futuro en justo perfeccionamiento. Todos y entre todos, en una sociedad de ciudadanos libres que estén representados y controlen el Estado Democrático que ha de sustituir a la partidocracia actual.   Los europeos bajo partidocracias y, muy particularmente, los jóvenes españoles (en edad y/o espíritu), deben recuperar cuanto antes la confianza en sí mismos y en la grandeza y la humilde nobleza que atesoran lo humano y la humanidad. Han de conocer, desear y practicar primero la verdad de la libertad colectiva para construir después, tras un período de LIBERTAD CONSTITUYENTE, un Estado Democrático cuyos ocupantes, bajo el control de la libertad política, se pongan al servicio de los ciudadanos. Un Estado Democrático con división de poderes en origen (ejecutivo-legislativo en elecciones separadas), representación de una sociedad civil plural (diputados de distrito uninominal elegidos por mayoría a doble vuelta) y una Justicia autónoma e independiente de los poderes divididos. En su libro Teoría Pura de la República, D. Antonio García-Trevijano describe las instituciones fundamentales de ese Estado Democrático.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí