Los empresarios Alberto Cortina y Alberto Alcocer, "Los Albertos”, obtuvieron con el negocio cuatro mil millones de pesetas de beneficio. Tiempo después, se les persiguió penalmente por estafa y falsedad mercantil. Resultaron condenados por el Tribunal Supremo, pero el Tribunal Constitucional los ha absolvió en beneficio del sagrado principio de seguridad jurídica: los delitos habían prescrito. No importa que le interpretación de la prescripción que realiza el alto tribunal haya sido contestada y considerada aberrante. El criterio “supremo” es el que  prevalece. Cosa juzgada. "Los Albertos” pueden disfrutar de sus consolidadas  ganancias. Caso Botín. Se inicia procedimiento penal por medio de la acción popular  en el caso de las cesiones de crédito. No se llega a la apertura del juicio oral, porque no hay acusación del fiscal. El caso queda archivado. No importa que algunos de los magistrados del T.S. consideren un atentado contra la esencia del derecho, o que “conduce al absurdo” esta actuación que exonera al banquero porque no fue acusado ni por el fiscal ni por los perjudicados. El “partido” fue disputado por los Magistrados del alto tribunal. Don Emilio absuelto con nueve votos a favor y cinco en contra; “goleada”. Caso resuelto y cerrado. Delincuente condenado a dos años de prisión por robo sacrílego de imagen en el interior de un templo. Permanece varios años sin cumplir la pena impuesta. En éste tiempo se reintegra a la sociedad, se casa, tiene una hija, se convierte en un trabajador ejemplar que incluso es ascendido en su empresa. Hace pocos días la inexorable justicia por fin lo ha detenido e ingresado en prisión. No importa que su esposa e hija pequeña, dependientes económicamente de él, tengan ahora acuciantes problemas de subsistencia, primero es la justicia. “Dura lex, sed lex”.   Así pues, la ciudadanía puede respirar tranquila, las leyes y sentencias se cumplen; nuestra justicia sigue funcionando independiente e igual para todos. Aunque según algunos malintencionados, resulte más “igual” para los “hunos” que para los “hotros”, como diría Unamuno.   Don Miguel de Unamuno

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