G-20 A Zapatero debe de haberle desconcertado que, sin necesidad de sus buenos oficios, los gobernantes más poderosos del mundo se hayan reunido en Londres alardeando de pertenecer a la misma civilización y de tener un interés similar en sostenerla ante el embate de la crisis que la mano invisible de las finanzas globales ha provocado. En las primeras décadas del siglo XX distintos pensadores alemanes diagnosticaron el agudo retroceso de la cultura que el desarrollo de la civilización supondría. Ahora no sólo estamos metidos en un verdadero marasmo cultural sino que, además, están tambaleándose las estructuras productivas y económicas.   Ni el fascismo, como en la época de entreguerras, ni el comunismo, como en la guerra fría, pueden servir de amenaza exterior para justificar la inestabilidad interior; lo del terrorismo, aunque se cuente una y mil noches, no tiene entidad suficiente para convertirse en el medio con el que la Heteronomía mantenga cohesionada la sociedad, cimentando sus instituciones y legitimando las leyes establecidas contra cualquier posible contestación que pueda hacer aparecer el Abismo en la superficie.   La amenaza se ha incubado en el seno de la civilización actual como si ésta fuera la única enemiga de sí misma. La gran estafa financiera puede destapar una caja de Pandora que ya estaba entreabierta: un alto coeficiente de paro (que en España está empezando a adquirir tintes trágicos), el descenso general del nivel de vida, la creciente “reproletarización” de una sociedad en la que se había generalizado una middle class como masa indiferenciada de consumidores, el abismo cada vez más profundo entre ricos y pobres.   De todas formas, este panorama está dominado por la visión de unos “mass media” que, sumidos en la autodegradación, no son más que correas de trasmisión del poder dominante. Por eso, desde las tribunas mediáticas con mayor audiencia los apologetas de las oligarquías seguirán afirmando que, a pesar de los pesares, vivimos en el mejor de los mundos posibles. No se puede hablar de una nueva traición de los intelectuales, porque su naturaleza es, desde hace demasiado tiempo, de un constante oportunismo; “servir al poder y no a la verdad” es su lema.

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