Túneles de Rafah (foto: Zoriah) El túnel de las almas perdidas Estamos mirando a Gaza. The Geek, anuncia el letrero sobre el carromato. El monstruo nos atrae con una fuerza irresistible, su salvaje comportamiento, la sangre pegada a los actos, lo que hará durante la noche, la suciedad de la piel, el pelo cortado de forma extraña, su manera de soportar el castigo y los gritos, los terribles gritos que dicen Alá. Pero sobre todo nos atrapa como un vértigo la posibilidad de llegar a ese extremo de barbarie, de degeneración.   La guerra existe porque no existe un Estado planetario. Hobbes, el grande, lo dijo. Pero Gaza existiría a pesar de ello porque tenemos que seguir temiéndonos en los días de guardar. En los cafés y las tertulias, en las páginas de los periódicos. Gaza, Gaza. Con esa misma culpable involuntariedad con la que es destrozada, concentra sobre sí nuestra sádica visión analítica del dolor, la hipocresía de las causas distantes y la cobardía cotidiana, la frialdad de la degeneración crónica admitida por inercia del poder, del dinero, de la seguridad, del deber. Gaza nos abre la puerta al lado oscuro de la historia, a la humanidad caída pues, sin darnos cuenta, también nuestra tierra sería Gaza, si fuera Gaza. Pero no, tenemos proyectos, una civilización, recursos para evitarlo… Y sin embargo no nos es posible dejar de contemplarla, ¿por qué?   Tyrone Power dirá a la mujer que le ofrece un camino para colmar su codicia, y a quien ha convertido en amante de conveniencia, que no comprende cómo nunca ha podido pensar en nada que no fuera él mismo. Ahora responde con presteza a la llamada del grosero director de la feria; quiere encargarle alguna faena. Pero él, el joven ambicioso, no puede apartar la vista del hombre-monstruo -the geek- que exhibe la barraca situada enfrente y, sin poder evitarlo, interrumpe al patrón: Esa criatura me fascina. Algún inspirado traductor inventó el título perfecto para este asombroso filme del señor Goulding: “El callejón de las almas perdidas”.

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