La impaciencia de los nuevos dirigentes políticos que anhelan aprehender el poder nos muestra el brillo de las navajas de los que hasta ayer luchaban codo con codo; el nerviosismo de los agentes financieros por tomar posiciones ventajistas ante las próximas decisiones de los novatos confunde la rentabilidad con el deseo; y el sosiego de la liturgia del cambio de gobierno enerva a muchos tertulianos que han rebuscado las posibles triquiñuelas para acelerar el proceso. Son comportamientos que exponen la importancia que tiene el tiempo en la política y en la economía.   Nos hacen creer que el personaje más importante será el ministro de economía y hacienda (¡vaya usted a saber como llamarán al dichoso departamento!), olvidando entre tanta adivinanza el largo tiempo que cualquier medida económica conlleva: diagnóstico de los problemas (aunque ya tengan alguna idea), jerarquía de medidas a tomar (si aun no se las han dictado desde la Unión Europea o en los círculos del poder financiero), toma de decisiones (siempre que estén dentro del marco que esperan los dirigentes europeos), plazo en que comenzarán a tener efectos y reacción de los grupos beneficiados y perjudicados.   Y mientras discurre ese periodo de tiempo, los operadores del mercado, que toman decisiones a la velocidad de la luz (con ordenadores, móviles o cualquier artilugio telemático), las pueden cambiar miles de veces, así que, cuando las autoridades económicas ponen en práctica aquellas medidas, los efectos que pretendían se pueden diluir como un azucarillo. Nuestro Gobierno nacional y los órganos rectores de la Unión Europea son vivos ejemplos de pérdida de tiempo: al primero, cual boxeador sonado que cree que va ganando el combate, le llueven los golpes sin saber de donde le vienen; y a los segundos se les va el tiempo en recorrer vericuetos burocráticos y redactar formularios que penden de la toma de decisiones en cada uno de los Estados que conforman esta cuasi confederación de Estados en que se ha convertido la UE.   A los ojos de los sufridos ciudadanos, todos estos dirigentes no se enteran que “el tiempo, por el solo hecho de ser escaso, es un bien económico” (Carlos A. Bondone)1; que toda persona pretende lograr sus fines cuanto antes y desea que sus dirigentes (elegidos por ellos) tengan la voluntad de buscar los bienes presentes y posean la inteligencia suficiente para prever los bienes futuros.

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