Europa después de la lluvia, de Max Ernst El mito de Europa En las Metamorfosis de Ovidio podemos leer cómo fue raptada la hija del rey cananeo Agenor por un Zeus prendado de ella: convertido en un hermoso toro blanco, llamó tanto la atención de Europa que ésta se puso a jugar con él y a ponerle flores en la boca y guirnaldas en sus pequeños y relucientes cuernos, hasta llegar a montarse en su lomo que es cuando el toro aprovechó para meterse en el mar mientras aquélla veía alejarse su costa natal. Cuando el rey de los dioses olímpicos llegó a Creta, se transformó en un águila y violó en un bosque de sauces a la joven raptada. La astucia que burla la ingenuidad de la belleza y la impune brutalidad de su posesión: esa es la mitología de la que deriva nuestro continente o las raíces del imaginario europeo.   Europa, incubando tantos Imperios, ha desatado sobre el mundo la furia de los más grandes depredadores territoriales, pero fue en su seno, rebosante de cultura, donde germinó la barbarie más atroz que ha conocido la humanidad. Un cuadro de Max Ernst, “Europa después de la lluvia” (1940-1942) refleja la aniquilación y desolación que entenebrecieron la cuna de la civilización.   Tuvo que ser Norteamérica la que acabase, menos en la Península Ibérica, con el fascismo y el nazismo, emancipando a una parte de la Europa secuestrada y promoviendo un gigantesco plan de reconstrucción económica que desembocó en la prosperidad de la Europa comunitaria. Fue natural, por lo tanto, que un sentimiento de admirada gratitud y de inferioridad impidiera a los pueblos de Europa occidental tener una política propia de unidad, un pensamiento original del mundo, una confianza independiente en su destino. El miedo al comunismo infestó a Europa de Estados de Partidos.   La unión federal entre Estados nacionales previamente   separados   tiene   un   carácter civilizador, puesto que cuantos menos focos de discriminaciones y centros de decisiones de guerras haya en el mundo mucho mejor para el porvenir de la humanidad. Por eso, sería excelente la integración en un Estado Federal europeo, si así lo decidieran libremente los distintos pueblos y si estuviese garantizada la democracia en el Gobierno de la Unión Europea.   Sin embargo, lejos de una República Federal, en Europa, a pesar de la retórica de la unificación, todavía no se vislumbra un verdadero horizonte político. En realidad, no hemos pasado de una asociación de mercaderes, donde los Estados fuertes ejercen su voluntad de poder sobre los Estados comparsa. Merkel, y detrás de ella, los demás oligarcas del continente, pueden proceder a desmantelar el Estado del bienestar, orgullo de la socialdemocracia europeísta, porque no es una conquista de los ciudadanos europeos sino una concesión de sus gobernantes.   En “El mito de la izquierda” Gustavo Bueno señala que el elemento esencial de la Revolución Francesa, lo que le confiere su grandeza e influencia, es la fundación de la “Nación política”. Desgraciadamente, este filósofo no ve, a pesar de la clarividencia de Hannah Arendt acerca de la revolución, el carácter único de la Revolución Americana, a la que toma por el inicio de otro Imperio. Si la expresión “fundamentalismo democrático” es un oxímoron, la de “materialismo miope” se ajusta a la visión de Bueno respecto a la libertad política. Por cierto, en la “Teoría Pura de la República” García-Trevijano tritura las falsedades emanadas de la Revolución Francesa que, ajenos al control del poder, siguen recogiendo los textos constitucionales europeos en una pertinaz institucionalización del abuso.

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