Dedicatoria de Rex Harrison a Sid Grauman (foto: jvoves) El espíritu felón “Aquí estoy formando a hombres/ a mi semejanza e imagen/ a una estirpe que se me parezca/ que sufra, que llore/ que goce y se alegre/ y, como yo, no te respete”. Prometeo hablaba así a Zeus cuando Goethe puso fin al poema.   Si el titán rebelde no representase un canto a la libertad que la Naturaleza mantiene muy por encima de la valoración que de ella hacen los hombres, habría sido un traidor. Pero no hay moral en el camino que siguen los aludes y los mitos. Y, por el contrario, todo lo volitivo es moral; incluso la liberación de las pasiones que propugnaron los inmoralistas.   Toda inteligencia que no es contemplación de datos, que no es un dato en sí misma, -¿acaso tal cosa existe?- es moral cuando regresa de aprehender el mundo, cuando se hace mundo. La inteligencia crítica es una capacidad, y como ocurre con las demás, nunca trabaja ex novo. Incorpora lo anteriormente criticado a su propio desarrollo y, si ese bagaje no termina siendo debilitador, permanece siempre en pie, presentando la batalla que Nietzsche hacía inherente al hombre libre.   La unión de devenir natural, volición e inteligencia crítica, posibilita por sí misma la existencia de la traición. Es decir, todo humano es potencialmente traidor. La maldad no es fundamental en esa génesis. La traición radica en la negación de aquello que no puede ser sustituido en el pensamiento ni los sentidos. Por eso, mientras la disidencia se disfraza de personal siendo intelectual o moral, la traición siempre se realiza contra personas, nunca contra ideas o estructuras. La traición a la patria tuvo que denominarse Alta Traición. En este sentido, la maldad, el ensañamiento con el ídolo caído, es el principio en la resurrección de la carne corrompida. Este sucio trabajo sí puede ser enfilado hacia las ideas que recuerdan el pecado; por eso siempre terminan siendo transformadas o abandonadas.   Durante la medianoche de la traición, la mirada de los cobardes se dirige hacia el exterior de la estancia, buscando el aire. En el alféizar de la ventana sonríe, como en el filme del gran Lean, un Rex Harrison de chocolate.

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