La semana pasada en esta misma columna y analizando la judicialización de la vida política como consecuencia indeseable de la inseparación de poderes, se presentaban las mezquinas personalidades de D. Mariano Fernández Bermejo y D. Baltasar Garzón como dos caras de la misma moneda. El primero politizando la justicia y el segundo judicializando la política.   Baltasar Garzón (foto: UNIA) No hemos tenido que esperar mucho a la escenificación de esa realidad. Ni la ética ni la estética son barreras ante la falta de escrúpulos y la zafiedad de la corrupción política, judicial y en general institucional de esta partitocracia. Que el Ministro de Justicia comparta escopeta los fines de semana con el juez encargado de instruir las consecuencias judiciales de esa misma corrupción, sólo puede escandalizar por el cinismo y chulería de sus protagonistas, pero nunca como excepcional caso de contaminación procesal. Simplemente se trata de una muestra aparatosa de la inseparación de poderes.   La sola existencia del Ministerio de Justicia anula absolutamente la posibilidad de poderes separados, la de la Audiencia Nacional deja en papel mojado la prohibición constitucional del establecimiento de tribunales especiales y la elección del Fiscal General de Estado por el ejecutivo borra incluso la simple división formal del Estado en distintos poderes que sirvan de contrapeso unos de los otros. Por eso la recusación formal de Garzón que promueve el principal partido de la oposición es además de un absurdo intelectual, un inútil ejercicio de impotencia.   Nadie con un mínimo de inteligencia puede hacerse cruces de indignación por este hecho tan grosero como sus mismos protagonistas, cuando el Fiscal, encargado de velar por el interés y el derecho público en el proceso, se encuentra ya en dependencia jerárquica de la mismísima Presidencia del Gobierno. La docilidad de la fiscalía siguiendo las instrucciones dadas por sus jefes promoviendo o abandonando las causas de corrupción propias o del adversario político no se solucionan con una simple recusación del inquisidor principal, girasol del Poder Único. En la lógica interna del estado de poderes inseparados a nadie podría extrañar que mañana Garzón fuera Ministro de Justicia, ni que Fernández Bermejo volviera a la fiscalía para “promover la aplicación imparcial del derecho”.

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