Cultura nepalí (foto: Óscar) Devyani Rana Si alguna vez el amor ha abierto las puertas a la libertad, cosa verdaderamente extraña siendo el amor como es, ha sido con ese nombre. Devyani Rana estaba en el alma de Dipendra de Nepal cuando este asesinó a su familia más cercana e hirió a muchos otros. Devyani abrió las puertas a la República exigiendo la sangre de quienes no quisieron ser sus suegros en la ablución de bienvenida. Para que un pueblo anclado en el absolutismo, y financiado por millones de fotografías de turistas sensibles, espirituales y ecologistas hasta la extenuación respirara, tuvo que colmar de amor el corazón homosexual de un príncipe heredero. Tras la matanza, su familia se ocupó de sacarla rápidamente del país y, más adelante, cuando todo se hubiera calmado y la pequeña estuviese más tranquila, de preparar una fantástica boda con un muchacho más adecuado.   La boda de una princesa, como casi lo fue. Ni sus propios progenitores ni el inquieto Dipendra comprendieron nunca que su querida niña india quería ser República asiática. Sin embargo, desde los clubs de campo o las oficinas que la ONU reserva a los hijos de los poderosos del mundo no es fácil guiar al pueblo a la manera de la libertad de Delacroix, así que tuvo que hacerlo desde el interior de un mimoso heredero real asiático. Y lo consiguió. Dipendra, sentado frente a los cuerpos del rey y la reina, pensó en ella, en la extraña dignidad que representaba para él, antes de volarse la cabeza para enterrar la dinastía en el imposible reinado de su degenerado tío.   Pero la libertad también contrae meningitis. Y esa enfermedad unida a la fuerza que "El feroz" comunista emboscado en el Himalaya había adquirido, templó el empuje de Devyani, que decidió ocultar el pecho moreno bajo el sari y ayudar a su padre a ganar las elecciones de Nepal. Sería el presidente ideal, todos en Nueva York lo decían.

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