Las portadas y las pantallas vuelven a llenarse con la detención del último cabecilla de Eta, las jubilosas reacciones de los profesionales del poder y la abrumadora presencia del juez Garzón. Aunque la lucha contra el terrorismo ha de continuar sin descanso, este duro golpe a su estructura organizativa nos hace presentir que su descomposición está mucho más cerca, vienen a decirnos los portavoces oficiales y oficiosos del régimen, que han propalado el mismo inminente acabamiento a lo largo de treinta años, sin que esta hidra, descabezada una y otra vez, haya dejado de recomponerse.   Detención de un ex-jefe de ETA (foto: Florent/Sio) Zapatero, con su sonrisa de estereotipada amabilidad, nos hablará de la firmeza de unas instituciones “democráticas” que resisten el embate terrorista, pero que no deben de gozar de tanta salud cuando las esporádicas acciones de Eta amenazan con derrumbarlas. Es decir, una pequeña organización terrorista que asesina y extorsiona con el fin de obtener la independencia del País Vasco, es presentada como una gran potencia militar capaz de poner en jaque al Estado.   Y la fiel oposición, dejará a un lado sus acerbas críticas a la gestión gubernamental de la crisis económica para congratularse de este apresamiento de, en términos inapropiadamente bélicos, otro jefe militar del “enemigo”, (que parece atenuar la gravedad de uno de los problemas capitales de España, tal como se refleja en las encuestas), y volver a expresar su rendido e incondicional apoyo a la lucha antiterrorista, ya que serán anatematizados los que pongan en tela de juicio la sagrada unidad política que debe reinar en el combate contra Eta.   Hace unos días la prensa resaltaba el estado de desánimo que imperaba entre los etarras encarcelados, a los que siempre se ha utilizado como baza de negociación política, aplicándoles un régimen penitenciario especial que les niega derechos elementales de cualquier preso común, como el de cumplir su condena en establecimientos cercanos a su residencia familiar. Quizá esto propicie otra negociación de una tregua. En todo caso, parece imposible que cualquier gobierno de esta oligocracia haga lo más sensato en este terreno: negar tajantemente el derecho de autodeterminación y no insinuar o prometer su reconocimiento.

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