Catedral de Burgos / Raquel Martínez Debate La Ilustración desterró de la Universidad la disputatio escolástica. En un mundo que se objetivaba aisladamente a ojos de los hombres, carecía de sentido el desvelamiento que procuraba la polémica, pues la verdad no habitaba en el mito de las palabras sino en la facticidad de las cosas. La experimentación en el saber, habilidad de cualquier ser humano, proscribió la experiencia del argumento de autoridad. Sin embargo, al final, extraviado el horizonte milenario, enmudecido un Universo que antaño nos hablase, de nuevo regresó el oscuro mito, convertido ahora en paradigma luminoso y ufano, falsa imagen de la libertad. A las posturas enfrentadas subyacen hoy dos cosmologías que, saliendo de las viejas universidades para ungir la nueva Historia, han sido introducidas en el atanor de la ciudad y sublimadas bajo el aspecto de la ascensión prometeica y de la caída adánica, eternos contrincantes sobre el estrado de la modernidad. Desde la Revolución Francesa, Adán y Prometeo vienen intercambiando sus máscaras. Pero lo que no es sino natural disputa en el seno de la sociedad civil se ha tornado, con el amordazamiento de ésta, controversia impostada, pues únicamente representa la oligarquía del Estado, que no dudará en ofrecer, como espectáculo de la libertad, el especular consenso del que se sustenta.   La antigua disputatio se llama hoy debate. En él, ningún argumento aspira a la mítica verdad sino a la supremacía en la opinión paradigmática. Tras el debate entre Zapatero y Rajoy, el axioma artístico de Oscar Wilde: «una verdad es aquello cuya contradicción también es verdadera», ha de ser sustituido por este otro adagio partidocrático: una mentira es aquello cuya contradicción también es falsaria.

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