A la muerte del Dictador, todo el mundo se formulaba la misma pregunta: ¿y ahora qué? España se despabilaba tras un letargo de 40 años. Aunque con una razonable bonanza económica, en las calles los gritos de libertad contagiaban la alegría que transmite este concepto hasta entonces proscrito. No había miedo, el tirano había dejado de existir. Estábamos listos para el cambio.

Desde ese momento, éste vocablo se convirtió en palabra talismán. Utilizado hasta el día de hoy, se ha convertido en cántico devocional, un catártico mantra, entonado por los soberanos del Estado y sus correspondientes voceros y corifeos. Imprescindibles en la cartelería electoral, los «súmate al cambio» o «vota por el cambio» son consignas clásicas en los regímenes sin libertad política, en los que nada cambia porque nada puede cambiar.

En el inconsciente colectivo no sólo se presiente, se sabe que no existe tal cambio, y se toma por lo que es: propaganda de buzoneo. Ya podemos dormir tranquilos, los cambios anunciados no entrañan ningún peligro, la burocracia estatal cambia las caras, la imagen corporativa. Nos ofrece renovada seguridad y crea diferentes formas de rebeldía controlada para después protegernos de ellas y mitigar nuestros temores.

El viejo aforismo atribuido a Julio César, «divide y vencerás»,toma su forma definitiva en la sociedad actual. Divide para reinar. Una sociedad fragmentada y adocenada en falsos bloques ideológicos, integrada en un Estado asistencial, es más fácil de dirigir, encuentra calor y consuelo  contra sus temores en el brasero imaginario que le brinda su imaginaria ideología de partido.

El temor es una fase previa al miedo. Es prevención, suposición o sospecha de un peligro que puede o no llegar. Es el temor a que gobiernen los otros, el toque de rebato del régimen burocrático, apátrida y antipolítico que es el Estado de partidos. Un temor inducido que añade una pizca de fricción para dar apariencia de movimiento.

Pero el miedo es otra cosa. Un golpe súbito, aterrador, donde la seguridad torna en desamparo. «El miedo siempre permanece —escribe Joseph Conrad—. Un hombre puede destruir todo lo que tiene dentro de sí mismo, el amor y el odio y las creencias, e incluso la duda; pero mientras se apega a la vida no puede destruir el miedo».

El miedo a la ruptura o a la libertad, es miedo a lo desconocido. Un miedo colectivo, resignado y arraigado que nos hace exclamar «más vale lo malo conocido…».

Erich Fromm sentencia que «hemos debido reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella».

El moderno Estado de partidos precisa de este miedo colectivo para su supervivencia y continuidad. Su pérdida sería fatal. No está preparado para la rebeldía suprema, sobre la que ningún control puede ejercer, la única pacífica: la abstención electoral, la rebeldía fundadora de la libertad política colectiva.

1 COMENTARIO

  1. Es una realidad que la inmensa mayoría de votantes al elegir una de las opciones que les presenta el Estado para meter en la urna, lo hacen por miedo, terror a que gane el otro.
    Pero argumentos ya no les quedan y parece que se va acercando la hora en que se den cuenta de que votando sólo profundizan la fosa en la que estamos metidos.
    Estupendo artículo.

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