La semana pasada un doctorado en Harvard y profesor de diversas universidades estadounidenses y europeas, incluídas algunas españolas, no tuvo reparos en calificar, en una carta al director de El País, a las universidades españolas como de “cuarta división regional”. Si no me equivoco fue Lorenzo Alonso en este mismo Diario el que en cierta ocasión explicó que no hay ninguna universidad española entre las cien mejores del mundo, y que gozamos de un nivel académico tercermundista… con todos los respetos por los países del así llamado Tercer Mundo.   La mayor parte de los estudiantes y profesores no se lo explican, porque o bien no tienen visión política o porque su política consiste en puro politiqueo de poderosas organizaciones ya asentadas –partidos políticos y sindicatos– que no buscan el bien común y la excelencia personal medidas con el rasero de la libertad y el mérito. Las universidades, por pertenecer al Estado partidocrático, se ven inyectadas en sus cúpulas de poder y ámbitos más decisivos de personajes cuyo único afán es medrar sin merecer. Esto produce una suerte de conjura de mediocridades que a nadie con el mínimo sentido de la independencia intelectual puede escapársele. De ahí que no pueda hablarse de casos individuales de incompetencia, sino de una verdadera lacra colectiva.   Una experiencia reciente ante un tribunal universitario, uno de cuyos miembros me faltó al respeto y a las normas más elementales de convivencia, dando las más atroces muestras de incapacidad de diálogo, como si los estudiantes fuésemos subnormales y como si las cátedras emitiesen, sin más, un conocimiento que debe ser sumisamente recogido por aquéllos, pone una gota de inconsumible amargor a un viaje a España que por otro lado me ha provisto de suculentos aprendizajes, nuevas amistades y afianzamientos de otras más viejas.   Pero no ha lugar a una crítica de individuos, ni siquiera de instituciones concretas. Mientras los partidos y sindicatos no estén fuera del Estado y mientras no exista un control democrático del poder, la infección de este virus de mediocridad seguirá propagándose por nuestras instituciones, dilapidando el país en una tumba de miseria moral e intelectual. Uno respira con alivio sabiendo que muchos aún resisten, se cultivan y buscan la libertad política para todos.   Rectorado de la Complutense (foto: losmininos)

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