(foto: A. P. del PSOE de Huelva) El periodismo de investigación selectiva de las interioridades del régimen pone a disposición de las dos banderías a las que todavía se denomina –con sumo anacronismo- partidos políticos, material suficiente para llenar de basura el patio del vecino estatal. “El País” y “El Mundo” siempre han tratado de quitarles de la cabeza a sus aturdidos lectores, la idea de establecer una relación entre el efecto de la perenne corrupción y la causa de una Constitución caduca.   ¿Acaso no se denuncia, juzga y condena la corrupción económica? A cuentagotas y con fines inconfesables (obtener algún favor a cambio de la presión o amedrentar al competidor). Lo que no destaparán nunca los cocineros de las noticias y los creadores de la opinión pública será la olla podrida de la partidocracia. Además, la expansión del vicio resulta la más eficaz garantía de continuidad del estado de cosas (de los partidos) donde medran. Con informaciones adulteradas y opiniones degeneradas, tratarán de ahuyentar la posibilidad de un sistema de control del poder, con independencia judicial y elección de representantes desde abajo.   Cuando desde las filas psoístas defienden el “honor de los Chaves”, la familia pepera debería sentirse conmovida y mostrar una solidaridad, que sin ideales que compartir, necesita una comunidad criminal donde desarrollarse. Ante el patente vaciamiento y la llamativa desmoralización de la política, el objeto del Estado de partidos ha de ser la práctica del poder por el poder mismo, es decir, por los beneficios que procura a los poderosos. La utilidad pública ha de sacrificarse a la desbocada apetencia del sindicato de influencias y privilegios estatales.   El inescrupuloso acto de votar está reservado a aquellos que creen en la bondad de las instituciones oligárquicas (los que votan en blanco por la maldad de los candidaturas no ven que éstas son el fatal resultado de una institución electoral indeseable). La corrupción de la sociedad política ha de ser condenada por la sociedad civil, fuera de las urnas. Esa fuerza negativa de los abstencionarios será la que anime, cuando las circunstancias sean propicias, el virtual movimiento de instauración de la democracia.

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