Políticos y gobernantes de la desunión de Europa dicen tener «una cierta idea de Europa». Quienes creen que la están uniendo confiesan pues que no tienen «una idea cierta de Europa». Tener cierta idea de algo es una incertidumbre de la imaginación o una vaga noticia de aquello que no se ha examinado o experimentado directamente. Nadie que diga tener una cierta idea de Europa, como yo podría decirlo por ejemplo de la nación árabe, puede comunicar a otros la imagen sensible o el concepto intelectual que la preside. Así es de incierta la opinión pública de los países europeos respecto de Europa. No sabe lo que esta idea ha podido ser en el pasado, lo que representa en el presente ni, en consecuencia, lo que será en el futuro.

Un excelente historiador alemán, Gollwitzer, distingue entre la representación de Europa (Europabild) y el concepto de Europa (Europagedanke). Aunque no sea científica, pues en la imagen de toda empresa política subyace un concepto intelectual del propósito que la guía, sin embargo tal distinción tiene una gran utilidad metódica para separar, en la Historia de la idea de Europa, lo que debemos a los hombres de acción política y a los hombres de pensamiento especulativo. Por grandes que hayan sido éstos, su influencia en la formación de la idea de Europa ha sido mucho menor que la de aquellos. Napoleón ha trascendido más que Kant.

De otro lado, por interesante que sea el conocimiento de las acciones europeas emprendidas por los monarcas de la cristiandad o del «Ancien Régime» (Carlomagno, Carlos V, Podiebrad de Bohemia), y aunque la posibilidad de una Europa dinástica estuvo al alcance de Luis XIV cuando sentó en el trono de España a su sobrino Felipe V, lo que nos importa conocer a los europeos actuales son las ideas de Europa que se intentaron realizar a partir de la Revolución Francesa y las causas de sus fracasos. Necesitamos saber si la Europa de la UE es algo inédito que puede ser logrado paso a paso, o si arrastra alguno de los lastres o errores de las distintas Europas que antes, pudiendo ser, no se realizaron.

Por imaginativo y práctico que fuera el talento de Jean Monet, sus planes unitarios de la comunidad europea occidental no se aplicaron a un solar cultural, baldío de prejuicios y sentimientos políticos, sobre el que pudiera edificarse de nueva planta una parte sustancial de Europa. No contemplaron la posibilidad histórica de que los rusos y demás pueblos del este europeo dejaran de ser soviéticos antes de que Europa Occidental realizara su unidad política. Este hecho decisivo hace imposible que una UE sin Rusia sea o pueda ser la representación política de Europa.

Si Francia, Bélgica, Alemania y Rusia adoptan una posición antagónica a la del Reino Unido, España y Polonia, en cuestión tan importante como la de Iraq; si la globalización del mercado, perseguida por los 7 países más ricos, se antepone a la unificación de todo el europeo; si los Estados buscan seguridad nacional absoluta o dominación hegemónica, mientras sus poblaciones quieren la paz en la igualdad internacional; resulta evidente que Europa, aunque 25 de sus miembros se doten de una Constitución administrativa, permanecerá políticamente dividida, sin idea cierta de ella misma y sin papel a jugar con dignidad en el mundo.

La guerra de Iraq ha sonado como desagradable aldabonazo en las cerradas puertas de la conciencia europea. Dada la ignorancia general de gobernantes y gobernados respecto de las ideas ciertas de Europa que han jalonado los caminos de su historia moderna, resulta chocante que los medios de comunicación no dediquen espacios adecuados a este tema capital, en vísperas de la Constitución de la UE, para que la reflexión sobre las causas de los fracasos anteriores humanice y democratice unos saberes eurocráticos, que hasta ahora circulan al margen de la sabiduría política y de los sentimientos populares.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 19 de junio de 2003.

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