Conferencia de Rob Hopkins (foto: London Permaculture) Dejando a un lado el capítulo de la contaminación ambiental, inevitable en un mundo motorizado por el petróleo, la disminución de esta 'sustancia mágica' tendrá un impacto económico tan serio que conviene al menos empezar a calibrarlo.   La inmensa mayoría de la producción y servicios en los países modernizados se basa en el combustible fósil líquido, hasta hoy fácilmente extraíble y utilizable. Aquí sólo hay que sumar dos más dos: si mantenemos el mismo nivel de consumo, el encarecimiento del precio del petróleo subirá el de prácticamente todo lo demás. De ahí que las iniciativas sociales más conscientes de este hecho tengan un ojo siempre puesto en lo más fundamental, tan suspendido en la incertidumbre como el resto de comodidades: comida y agua. ¿Es posible seguir llevando a nuestras mesas productos provinientes del otro extremo del planeta? ¿Es posible seguir desatendiendo el cuidado de nuestros bosques, ríos y pantanos en aras del desarrollo industrial?   El ideario de los transicionistas hacia una era post-petrolífera incluye un conjunto muy amplio de preocupaciones y actividades, que incluyen, aparte del cultivo basado en principios de la permacultura, la transformación del transporte local, el desarrollo urbano bajo consideraciones más holísticas, intercambios mercantiles alternativos, contacto con los gobiernos regionales, y reciclaje del máximo de materia orgánica. El horizonte de posibilidades es inagotable.   En España mismo, muchas ciudades poseen ya al menos un ciudadano dispuesto a iniciar un proceso de transición de este estilo en su aldea, ciudad o comarca, que incluye convencer a sus Ayuntamientos de la necesidad de tomar medidas en la línea desarrollada por los pioneros británicos del grupo de Rob Hopkins: Gijón, Las Rozas (Madrid), Girona, Sabadell, Barcelona, Tarragona, Cadiar (Granada), Estepona (Málaga), Sevilla y La Palma. Iniciativas que bien vale considerar incluso manteniendo un –¿prudente?– escepticismo con respecto a su emergencia. En cualquier caso, el aterrizaje de la verdad no se hará esperar mucho más. En una década, todo lo más dos, sabremos por las bravas si nuestros bolsillos se ven afectados por esta causa.

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