Cataclismo

La hipótesis del cataclismo que propone Alasdair MacIntyre sobre la destrucción total de la ciencia, la moral y el pensamiento, para un tiempo ya olvidado o aún por llegar, se nos muestra hoy como una conjetura verosímil. Un holocausto de tan formidables magnitudes capaz de extinguir todo vestigio de cultura, de la que sólo podrían escapar a la hecatombe algunos fragmentos inconexos, imágenes borrosas o incompletas de una ciencia y un saber del que solo se recordarían algunas palabras, retazos de un mundo ya incomprensible, como la metáfora cinematográfica del planeta de los simios. Un ataque sin precedentes a todo vínculo humano, a toda creencia, a todo pensamiento, a toda memoria, perpetrado por el ansia imperecedera del poder. Primero, mediante el mensaje simple y afianzado en el artificioso y expansivo prestigio de un pensamiento único que se extiende imparable hacia la totalidad. Mientras, las turbas exaltadas y dirigidas corean el mensaje y destruyen, condenan y juzgan. Después, la institucionalización de la coartada que serviría como fundamento al nuevo orden.

Pero, se plantea Macintyre, ¿y si nos encontrásemos ahora en ese momento? ¿Y si sólo dispusiéramos de retazos y estelas y papeles carbonizados que no conseguimos ensamblar correctamente? ¿Y las palabras? ¿Tendrían el mismo significado que antes? ¿De qué manera podríamos organizar y descodificar los restos de ese cataclismo, ponerlos en contexto y descifrar sus misterios? Sería cosa buena disponer de una enciclopedia de anfibología política para conocer la transformación, ambigüedad y olvido que hubieran podido sufrir algunas palabras y conceptos.

La libertad política, el control al poder, la ciudadanía como sujeto político, la separación de los poderes del Estado o la representación política, son, en esta hipótesis, puro olvido. Simples manchas de pintura en unos jirones de lienzo arrancados de unos cuadros desconocidos. Estos claros conceptos, estas grandes palabras cargadas de significado aparecerían inconexas, vacías de contenido, sin posible contraste y pasarían a definir otra cosa, cualquier cosa.

La palabra democracia ocuparía un lugar prominente en nuestra enciclopedia anfibológica, entre sus muchas metamorfosis podríamos destacar la de haber mutado de sustantivo a adjetivo. Cualquier idea, cualquier pensamiento, por excéntrico que éste pudiera parecernos, sería susceptible de lucir la vitola de democrático. Así, la música democrática o el arte democrático. El alma y la grandeza de su significado habrían quedado reducidas a un ungüento que para todo se aplica y para nada sirve.

Lo que antes del cataclismo se pudo conocer como separación de poderes aparecería en esa enciclopedia relativizadora como un solo poder con separación de funciones y, la representación política de intereses concretos de la ciudadanía, como identificación sentimental con los partidos en el Estado.

Lo paradójico es que estos conceptos y estas palabras quedaron concluyentemente definidas hace no tanto tiempo, alrededor de 250 años, y tuvieron exitosa aplicación. Entonces, la cuestión es: si ha ocurrido esta catástrofe, ¿cuándo se produjo? ¿Por qué nos ha pasado desapercibida? ¿Cuál ha sido el proceso por el que estos significados se han hecho añicos?

Todas estas preguntas me llevan a sospechar que el cataclismo sí se ha producido, que ha sido provocado, que se ha realizado en la sombra y que esos conceptos han mudado de significado para ser aplicados en beneficio de las oligarquías políticas. Porque son ellas el verdadero sujeto político, porque son ellas las que gozan exclusivamente de una libertad y unos privilegios vedados a la ciudadanía. Las que definen lo que es y lo que no es cada cosa. Las que no están sujetas a ninguna responsabilidad personal y las que, haciendo valer el viejo refrán «quien hizo la ley, hizo la trampa», escapan a toda acción de la Justicia, porque también esta está bajo su control.

La colorida almazuela de vacua palabrería que cubre el engaño, ha de ser levantada y sacudida para contemplar la humillante mansedumbre en la que nos ha sumido el cataclismo.

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