Nebulosa del cangrejo en el espectro visible. Big Bang, Duelo y Quebranto Siempre me gustó esa sentencia que dice que cuando un español tiene muchas ganas de comer – hambre es un vocablo que me hiere – exige en el plato unos buenos huevos fritos con patatas o papas. Por ello, entre tiempo y tiempo, me he interesado en acercarme a la literatura buscando como loco un renglón perdido donde claras y yemas formen discurso. De igual modo, nunca he podido evitar una sonrisa cuando escucho hablar de avances culinarios tales que bien pueden contemplar delicias como las orejas de ornitorrinco al aroma de erizos de L’Escala asentadas sobre gaseosa de trufa blanca y regadas con volátiles pizcas de ozono de Los Alpes.   D. Miguel de Cervantes Saavedra supo usar magistralmente la novela de caballería para establecer la dualidad que los españoles llevamos dentro, esos dos opuestos en el físico y la mente que son el acañado Quijote y el orondo Sancho, visionario uno, terrenal el otro. Pero pareja al fin. De modo que un día, hace mucho tiempo, cuando emprendía por vez primera y acobardado por su volumen esa enorme genialidad de nuestra lengua, me aseguré a mi mismo que probablemente hallaría huevos fritos por algún lado, de modo que pudiera encontrar un humilde basamento para la devoción popular de privar a la gallina de esos pequeños asteroides níveos o tostados con el fin de dibujarlos de blanco y amarillo en sartén de aceite hirviendo. Lucio – no Anneo Séneca sino el otro – debió un día hartarse de depositar la gelatinosa textura con todo cuidado en el recipiente al efecto y decidió literalmente estrellarlos, los huevos, cosa que también tuvo gran éxito. Pero es otra historia más moderna y ningún estudioso se ha atrevido por el momento a relacionar esas explosiones con las Fallas o los tambores de Calanda. Menos aún con el Guernika de Picasso.   Tuve suerte con el gran tocho que mi padre había colocado en la librería: un pesado Don Quijote de La Mancha con cubiertas de cuero que embellecen mientras envejecen, decoradas en dorado con el caballero y su armadura coronada por aquella bacía de barbero que fuera el yelmo de Mambrino. Así, correrías y entuertos de por medio, logré enterarme de que el huesudo aventurero se alimentaba cada sábado con ‘duelos y quebrantos’ que así llamaba a los huevos fritos con torreznos (tocino también frito) que debían dejarle el estómago en tan lamentable estado como su figura toda. Aún no había llegado a Castilla ni el almagato, ni el omeprazol, ni el talante de Zapatero. El positivo resultado de mis pesquisas me llevó también a perseguir el paladar de Sancho, al que tampoco le gustó nunca el sofisticado plato de ornitorrinco del que hablábamos al comienzo del texto. El escudero, ya como gobernador de la Ínsula Barataria en Alcalá del Ebro, llegó a pronunciar estas palabras: “Mire señor doctor, de aquí en adelante no os curéis de darme de comer cosas regaladas, ni manjares exquisitos, porque será sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está acostumbrado a cabra, a tocino, a cecina, a nabos y cebollas y si acaso le dan otros manjares de palacio, los recibo con melindres, y algunas veces con asco…” Apostaba también la voluminosa barriga de Sancho por los ‘duelos y quebrantos’ de su señor, Alonso Quijano.   Los huevos fritos, que me tomo la libertad de asociar a la sencillez, lo cotidiano, al sentido común, al ciudadano y a no sé qué demonios que tenemos en el cerebro, aparecen en diversos autores. En Lope de Vega, Benito Pérez Galdós, Azorín, Pardo Bazán, Leopoldo Alas y seguro que en muchos más. Un diálogo muy divertido sobre el asunto tiene espacio en la obra de Mihura ‘Tres sombreros de copa’ :   – Don Sacramento: Usted tendrá que ser ordenado…¡Usted vivirá en mi casa, y mi casa es una casa honrada! ¡Usted no podrá salir por las noches a pasear bajo la lluvia! Usted, además, tendrá que levantarse a las seis y cuarto para desayunar a las seis y media un huevo frito con pan… – Dionisio: A mí no me gustan los huevos fritos…   – Don Sacramento: ¡A las personas honorables les tienen que gustar los huevos fritos, señor mío! Toda mi familia ha tomado siempre huevos fritos para desayunar… Sólo los bohemios toman café con leche y pan con manteca.   Finalmente, y en lo que a zigotos se refiere, recuerdo un cuadro de Dalí titulado ‘Huevos fritos en un plato sin plato’ en el que aparece un huevo frito colgando de un cordel con la misma estética amebiana con que aparecen relojes ‘derretidos’ en otros cuadros suyos. Al fin y al cabo un huevo frito puede asemejarse a un reloj, sobre todo en el surrealismo, y el gran genio de los bigotes engominados comentó que la clara y la yema colgantes pertenecían “a mis recuerdos prenatales”, dejando anonadado para siempre al ser de gigante, molino y triste estampa.   Con todo esto sólo quería encontrar un hilo conductor que me permitiera afirmar que en nuestra España los huevos fritos son, aparte de cultura, una institución más importante que el Parlamento y, desde luego, con mucha mayor estima por parte del ciudadano que esa caterva de energúmenos cuyo epicentro laboral es apretar un botón cuando se lo indican. Es por ello que me pregunto en múltiples ocasiones cómo pagamos un precio asequible por una cosa que nos encanta y despilfarramos un dineral en algo que despreciamos. Si en nuestro país se prohibiera comer huevos fritos con papas, la revolución sería instantánea. El Motín de Esquilache, que hizo temblar a Carlos III, quedaría en pura anécdota menor. Por el contrario, si el Congreso y el Senado, totalmente prescindibles por las características oligárquicas, la ausencia de libertad política del régimen y la desvergüenza canalla de la dictadura interna de los partidos, desaparecieran, no pasaría absolutamente nada. Los españoles seguirían su vida, lamentablemente dentro de la partitocracia, aunque quizá sanearían en parte la hacienda y hasta en ocasiones podrían pasar del huevo frito a los huevos estrellados, mientras leen a Séneca quién, entre las muchas cosas sabias que dijo, nos dejó la siguiente frase: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”.   Recojo estas palabras de Lucio Anneo para señalar que tenemos enfrente una acción revolucionaria complicada por una característica clave: es absolutamente imposible lograr la democracia formal en España sin acabar con el ‘gang’ de los partidos y sus emisiones tóxicas. Espero que a estas alturas no haya todavía cándidos e incautos que crean que, bien construyendo un nuevo grupo político, bien aceptando dádivas de los que existen, bien manteniendo una actitud contestataria sin claro destino, en nuestro país pueden conseguirse cambios en profundidad. Eso sería una muestra de no haber entendido nada. Hay ocasiones en que, frente a temas eufemísticamente llamados 'delicados', los doctos tertulianos de los medios afines al régimen se refieren, con la jactancia del ignorante, a “las cloacas del Estado”, precisamente para no tener que admitir que el Estado todo es una gran cloaca. Un edificio tan mordido por la aluminósis que no queda otro remedio que derribarlo antes de que se nos caiga encima. Claro que, mientras muchos queremos una arquitectura nueva, los partidos colocan andamios y apuntalan las fachadas según las van viendo venir. De momento, se están planteando 'conceder' las inútiles listas abiertas para que el ciudadano deje de ladrar. Es obvio que nos consideran menos que perros, porque para ellos el mejor amigo del hombre es el euro que sale de las arcas públicas.   El bioquímico y Premio Nobel belga Christian de Duve señaló en una ocasión que la vida es algo bastante más inevitable de lo que piensan los seres humanos. Exactamente, dijo: “La vida es una manifestación obligatoria de la materia, obligada a surgir siempre que se den las condiciones apropiadas”. ¿Dónde estuvo entonces el principio que hizo posible dichas condiciones? ¡Correcto!: en el Big Bang, una sublime explosión creadora que abocó a la tabla de elementos de Mendeleyev, de donde surgimos fundamentalmente gracias a la facilidad del Carbono para relacionarse y fabricar ADN.   El Movimiento Ciudadano hacia la República Constitucional (MCRC) propone hoy un big bang que termine con la dictadura maquillada que sufrimos. La abstención y la acción son las dos fundamentales fisiones destinadas a lograr ese gran estallido revolucionario que cuenta con una base teórica intachable: la 'Teoría Pura de la República' de D. Antonio García Trevijano. Vuelvan a Séneca y a de Duve, para apreciar que lo aparentemente imposible logrará ser y que la libertad política llegará cuando las condiciones apropiadas se den. Hoy las tenemos más cerca que nunca. Al fin y al cabo, el huevo frito es muy similar a las células eucariotas que, en el primer acto de amor de la historia, intercambiaron ADN abriendo la cadena de la vida. La Iglesia Católica, al cha cha cha de los tiempos y el descarado oportunismo, se ha apresurado a señalar que en el Ácido Dexoxirribonucléico reside la Santisima Trinidad. De momento, ahí no entramos. Pero a España la vamos a adecentar. Con la gran ayuda de todos los españoles, pertenezcan a la ideología que pertenezcan. Lo que estamos soportando no sólo es humillante, sino el paradigma de la inmoralidad.

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