El muerto llega a los infiernos (foto Sebastiá Giralt)  Agelasta Su mirada hace que los pensamientos se mueran de pena, porque Agelasta vive en una ausencia muy larga. Ausencia de libertad, de fortaleza, de descanso. Sin libertad el ser se fuga hacia otro; con odio o con entrega, pero siempre otro. Sin ser faltan fuerzas para todo, pero primero para estar junto a lo propio. Misantropía sin nombre. Luchan contra lagartijas que creen dragones y desprecian las proezas ajenas. Es mejor que no rían. Lo harían  hiriendo; cuando aman lo hacen hiriendo, cuando odian lo hacen hiriendo.   Todos los españoles vivimos una libertad vigilada. Sin libertad política todas las libertades ciudadanas son un tiempo de prueba. Sin consciencia de lo que significa y puede lograrse en común, no habrá libertad política. Y no habrá risa. La partidocracia, como cualquier régimen ciego de belleza y seco de libertad, ha degenerado a quienes lo asimilan y a quienes lo combaten. Muchos han dejado de reír aunque la mueca diga lo contrario. Persiguen con el deseo de sí mismos. Se consuelan con una carcajada desquiciada y vuelven a quedar mudos.   Agelasta odia a la naturaleza porque es indiferente a su ser. Prefiere no sentirse aludido por la enormidad que lo engloba. Le molestan su crueldad y la fría intemperie. Duelen tanta indiferencia e incansable prepotencia. Por eso rebusca en su interior y en los enfrentamientos infantiles como Démeter buscó desconsolada a Perséfone. Cuando la diosa descansó, tuvo que hacerlo sobre la piedra Agelasta. No hay piedra, sombra o alimento que sane el desasosiego de una madre huérfana. Ningún agelasta encuentra descanso verdadero porque no hay respiro para la servidumbre, siempre está en juego lo que más se quiere o lo que más se es. No hay descanso en la esclavitud. Agelasta es sordo, no se puede ayudar a sí mismo a escapar del atropello que se cierne sobre él. Mira con odio a los hombres y con ternura a las ideas. Con desnaturalización en los sentimientos, sin reposo verdadero, sin noche, sin sueño.   Fue don Francisco Rabelais quien acuñó el término “agelastas”, los que nunca ríen.

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