Navidad del yo (foto: perfect hexagon) Actualidad moral Somos nuestros propios regalos. Ocurre porque en España siempre es Navidad. El primero en despertar ha sido el pequeñito pero, poco a poco, ilusionada y nerviosa, toda la familia se acerca al árbol. Cada miembro busca con la mirada su nombre escrito en algún paquete y cuando lo encuentra, se acerca lentamente a él para cogerlo y retirarse unos metros. Esta operación se lleva a cabo con naturalidad y elegancia, sin atropellos y sin remilgos. Transcurridos unos minutos todos se miran en el espejo que han recibido como presente, reflejos de todas las tallas.   Mientras la vida pública se encuentre sometida al imperio de los partidos políticos, la vida publicada no será más que una galería de monstruosidades y la vida privada, que podría ser el perfecto lugar de descanso y alegría íntima, se verá impelida a convertirse en el sustituto imposible del todo social, se asfixiará en su propio vómito. Sin dignidad, pues si se ha renunciado a la libertad es imposible mantener el idealismo moral, lo mejor es mantener viva la envidia. En tiempos de libertad, la envidia es agresiva porque se siente intimidada por el talento, la virtud y el esplendor físico. Pero en tiempos de opresión, en la era de los siervos, la envidia toma el aspecto sereno y falsamente elegante del desprecio. Los adictos a la partidocracia se lo pueden permitir como pueden permitirse los viejos ricos esconder sus colgajos tras el quirófano.   Pero en el árbol navideño del Estado total también cuelgan, brillantes, la Justicia, la Igualdad, la Competitividad… todos los conceptos del presente que distraen la atención de lo vertical, de la jerarquía social, aunque en algunas ocasiones, pocas, hayan supuesto cambios verdaderos de Gobierno. Por eso siempre son compatibles con el discurso del poder y con el de la envidia. Aptos para historiar la memoria y memoriar el desprecio una y otra vez. Envidiemos el ingenio conservador de nuestros amigos, envidiemos el entretenimiento que no entretiene y la tosca necesidad de poseer cachivaches para añadirlos al yo náufrago. A nadie le amarga un reflejo si en él podemos reconocer lo que no sabes bien qué es.

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