Señala Andrés Trapiello en su prólogo a El maestro Juan Martínez que estaba allí (libro que corresponde a un género híbrido como él mismo indica, presuntas memorias verídicas, conmovedoras y magníficas en todo caso, de una bailarín flamenco que quedó atrapado en Rusia durante la Revolución y la subsiguiente Guerra Civil, -prefiguración de la nuestra- alucinado testigo de las atrocidades de unos y otros -el furor asesino chequista, y la barbarie antisemita de los blancos-, y de la espantosa hambruna del pueblo bajo el paso rapiñador de ambos bandos, y de la burocracia soviética corrupta e inoperante) que Chaves Nogales “es un escritor relativamente nuevo en nuestra literatura […] uno más de los escritores que quedaron sepultados por la guerra y el exilio”. Fue, ciertamente, el propio Trapiello quien en Las armas y las letras (1994) dio a conocer el A sangre y fuego (1937) de Chaves, y llamó la atención sobre su prólogo: “Ese prólogo es, en mi opinión, -afirma Trapiello, a su vez, en su introducción a El maestro Juan Martínez…– de lo más importante que se escribió de la guerra durante la guerra […] El mérito de Chaves fue decir lo que dijo cuando lo dijo […] Su autor que se declaraba en ellas [sus palabras] un demócrata y un republicano convencido, permaneció en Madrid, al lado de la República, hasta el momento en que vio que ni las autoridades republicanas permanecían en sus puestos […] ni en España se luchaba por la democracia, la primera víctima de aquella guerra a manos de ideologías comunistas y fascistas […] Muchos lectores asombrados hubieron de llegar a la conclusión […] de que justamente había sido la clarividencia de Chaves la que le había condenado al ostracismo. De nuevo los más beligerantes de uno y otro bando se ponían de acuerdo en quitar de en medio a los pocos que les acusaban de haber cometido crímenes atroces” (pp. XV-XVI).

Bajo la partidocracia actual, y su juego de máscaras socialdemócrata, la situación subsiste; en verdad, frente a las veleidades maniqueas de la llamada Memoria Histórica de unos, y los neofranquistas afanes revisionistas de otros, Chaves supone una luz de racionalidad incompatible. Un ejemplo reciente resulta de lo más clarificador al respecto: Hace unos años, en el parlamento catalán, el consejero de hacienda, en respuesta a un diputado que había citado a Chaves Nogales, vino a responder que no sabía quién era ese periodista, pero que le sonaba de derechas. Curiosa afirmación, en primer lugar, en el representante de un partido pequeño burgués nacionalista, y, por tanto, de derechas; en el nacionalismo, que surge históricamente de la pequeña burguesía, está, por otra parte, el germen del fascismo. En segundo lugar, delata la ignorancia y mediocridad crónica de los políticos de nuestra partidocracia, hija del franquismo, pero que tiene que renegar constantemente de sí misma aventando el espantajo de la “derecha”, aunque ella sea su más prístina esencia, por haberse constituido en una falsa democracia, sin auténtica representación de los ciudadanos, sin separación de poderes, con unos partidos políticos que no nacen de la sociedad civil ni la representan, sino que son parte del Estado, y que velan férreamente por sus intereses en cuanto casta privilegiada político-sindical, y por los de la élite oligopólico-financiera que es su aliada, mentora y sostén, a costa de esquilmar y empobrecer a los ciudadanos.

Siguen siendo, pues, malos tiempos para Chaves, y para la libertad política colectiva (no las migajas de libertades públicas que ha concedido graciosamente el régimen, y que, como no han estado basadas en una libertad constituyente previa, puede quitárnoslas cuando se le antoje), lo que no deja de engrandecer la figura del escritor sevillano ante los verdaderos demócratas.

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