Antonio García-Trevijano y Martín-Miguel Rubio Esteban

Querido Antonio:

La edad implacable te nos ha arrancado de nuestro trato en este mundo sublunar, aunque sin duda seguiremos conversando contigo, paseante hoy de los intermundia, gracias a los más vívidos recuerdos y tus espléndidos escritos.

Hace ya treinta años una tesis doctoral, Estudio de los principios democráticos en relación con el régimen de Pericles, me puso en contacto contigo. Eran los años en que tú elaborabas el Discurso de la República, y tú querías romper el cerco de la soledad que te había impuesto el sistema y tus enemigos personales para regresar a la actividad política. Encerrado en tu torre de marfil como uno de los abogados con más éxito de España y disfrutador de una de las mejores bibliotecas particulares del país, tus elaboraciones intelectuales de significado político te empujaban cada día con más fuerza para regresar a la arena de la política. Pensamiento político y acción política fueron en ti una única pasión indesmayable. Y regresaste con tu Discurso de la República, y tu columna enhiesta, clásica y luminosa en El Mundo.

Tus análisis lúcidos contra la cosmovisión socialdemócrata que reinaba en España desde 1982 fueron compartidos por otros intelectuales y escritores que incluso eran de pensamiento monárquico, como Luis María Anson, que abrió el ABC a quien pensábamos lo mismo que tú sobre la necesidad imperiosa de instaurar en España una democracia “clásica”. Tu crítica al pensamiento socialdemócrata, devenido con el tiempo en “lo políticamente correcto”, es ya patrimonio de todo pensamiento liberal “fuerte”, liberal en sentido sobre todo cervantino, aquél que se nos define tan bien en El Amante Liberal. Tu pensamiento político inspiró a buena parte –la mejor– de los articulistas y analistas españoles, pero desgraciadamente impregnó demasiado poco a la clase política, aunque sí la incomodó, porque el pensamiento político de los políticos profesionales suele revelarse y salir del “grado cero de la escritura” (Roland Barthes) merced a los análisis y comentarios de los artículos de opinión, que traducen el balbuciente discurso político a un discurso inteligible. Efectivamente, se comenzó –ya para siempre– a interpretar el tartamudeante pensamiento del “establishment” político mediante la metodología trevijanista, lo cual llegó a inquietar gravemente a los gobernantes no sin razón.

Tu erudición siempre engalanaba tu inteligencia superior. Nuestra amistad se fundamentaba intelectualmente en tu interés por la filología clásica, la Democracia Ateniense y la República Romana y los humanistas medievales y del Renacimiento, como Erasmo y su latín elegante. Tuve el honor de asesorarte en tu gran obra Frente a la gran mentira, en aquellas partes de la obra relacionadas con la Democracia Ateniense y la República Romana. Para entonces yo había traducido para Alianza Editorial la obra de Robert K. Sinclair, Democracia y Participación en Atenas, en la que se probaban en la realidad de la democracia clásica muchas de tus geniales intuiciones. En tus definiciones de conceptos siempre arrancabas de la etimología de las palabras, y en tu discurso el purismo en el uso del español es siempre absoluto.

Pero por debajo de tu polimorfa creatividad y polymathía estaba tu persona, cortés, elegante, sensible, leal y buena. En mi caso, querido amigo, tu persona y humanidad, más que tu robusto pensamiento político, me atrajeron por completo. Y nunca olvidaré tu viaje a Alcañices, junto a nuestro común amigo Joaquín Navarro, en el peor momento de mi vida. No siendo del todo un trevijanista político puro, soy un trevijanista en el sentido de amigo incondicional de Antonio García-Trevijano, y hoy de su memoria, subyugante donde las haya. Tu obra Ateísmo estético es el mayor acontecimiento de la interpretación de la Historia del Arte escrita por un español desde Camón Aznar, y, por supuesto, muy superior.

Todos aquellos que te atacaron, que te criticaron, o que te injuriaron –incluso algún miserable lo perpetró antes de que tu cuerpo fuese incinerado, como el de un aristócrata de la República Romana– estaban a años luz por debajo de tus zapatos, tanto a nivel moral como, por supuesto, a nivel intelectual. Son los cuervos mediocres y mezquinos de España, que graznan cobardes en las tapias de los cementerios, y cuya oscuridad y bajeza están condenadas a odiar lo excelso in aeternum.

Grande entre los grandes, sean para ti siempre gratos los intermundia, en donde crecen asfódelos de dura espiga, y en los que puedas conversar con tus mejores amigos filósofos.

Mientras, espero yo cerca del teléfono tu llamada, queridísimo Antonio, para comentar ambos alguna formulación latina con mucho sabor y gozo. Aunque quizás lo mejor sea que bebas de las linfas del Leteo y vivas con el corazón puesto sólo en lo que no es incierto ni desasosiega, manteniendo un gozo estable de la eternidad dorada. Te fuiste en los días que preparan la Pascua, fiesta de libertad, aquéllos en los que Israel se liberó de su esclavitud en Egipto, y Jesús liberó al hombre de su pecado con la Cruz y la Resurrección. Es así que te nos has ido en los días que preparan la fiesta de la libertad. Tu amigo que te quiere,

Martín-Miguel Rubio Esteban

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