clasificaciones     Roma clasificaba a sus habitantes desde criterios tan distintos que la gran ciudad clásica se convirtió en un rizoma de urdimbre tan complicada que uno podía estar con otro ciudadano en el mismo escaque social y, al mismo tiempo, estar en otros muchos con conciudadanos distintos. Y es que entonces, como hoy, los criterios de clasificación social podían ser múltiples y muy distintos. Así, el criterio de raza – probablemente – hacía a unos ciudadanos patricios y a otros plebeyos. Por otro lado, se podían dividir en función de una rígida jerarquía familiar en patres (quienes tenían el derecho hereditario a pertenecer al Senado) y conscriptos ( elegidos ad hominem ), de modo que ambos grupos serían comparables a los pares hereditarios y los pares vitalicios de la Cámara de los Lores británica.

Por otro lado, este frenesí tabulador del Mundo Clásico, que hacía de cada romano un prisma poliédrico con muchas caras sociales, también dividía al populus – el pueblo en armas – en aquites y pedites ( caballería e infantería ). La aristocracia suele guardar una afinidad natural con los caballos ( que a menudo se extiende incluso a la apariencia física, como bien sabemos por la antropología ). Por otra parte, el sistema electoral republicano colocaba a cada ciudadano en una tribu de entre 35, en una clase de entre cinco más la infra classem, y en una curia de entre indeterminado número de curias. Naturalmente también existía el grupo de los acreedores frente a los esclavos por deudas (nexi). Estaban los padres frente a los hijos, a quienes los padres podían alquilar como esclavos. El que la propiedad particular del hijo se llamase “peculium” nos revela que el estatuto jurídico de la personas “in potestate” equivalía formalmente al de los esclavos. Y entre los poderes del padre ( patria potestas ) estaba el de matar a los miembros de la familia – siempre en casa, domi, y no en el ámbito público de la calle pavimentada – o venderlos.

Pero quizás la principal forma de selección social era la que se constituía entre clientes y patronos, que constaba de unos vínculos sagrados. Ni todos los libres eran iguales – ingenui o hijos nacidos de ciudadanos libres frente a liberti o nacidos hijos de esclavos -, ni tampoco todos los esclavos eran iguales – los vernae o esclavos nacidos en casa frente a servi o esclavos comprados fuera -. A esta abigarrada y múltiple clasificación podemos añadir a las distintas hermandades de fratres, devotos de divinidades distintas o miembros de ritos diferentes, que entrañaban un carácter social mucho más importante que ahora, naturalmente. Luego los distintos “collegia” o sindicatos profesionales agrupaban a los trabajadores bajo distintos estatutos, ritos y divinidades. Ni que decir tiene la tajante división socipolítica que existía entre el primogénito y sus hermanos. Sólo el “amor” y la “amicitia” podían poner en peligro estos múltiples compartimentos con que de forma tan rígida se organizaba la población romana.

Pues bien, si observamos hoy la sociedad de Cataluña, omnipresente ya sobre el pavés político, vemos una estructura social mucho más complicada, encastrada en una red de urdimbre más tupida. Aunque con una mundivisión muy distinta a la Roma Clásica, Cataluña desarrolla una taxonomía social apabullante, con una gigantesca reproducción de agrupamientos sociales. Obviamente la primera gran clasificación se da entre la población independentista antiespañola ( que como los antiguos tribunos ya utilizan el linchamiento expeditivo bajo el signo torvo de la “lex sacrata” ) y la población catalana que quiere seguir siendo española. Esta división cruza y polariza todos los grupos y clases sociales, instituciones políticas y civiles, por lo que toda la urdimbre social separa en dos partes los escaques de las demás clasificaciones: ricos/pobres, sociedad política/sociedad civil, autóctonos/emigrantes, beneficiados por la comisión del 3%/perjudicados por la comisión del 3%, heterosexuales/otras opciones de vivir la sexualidad, la familia Pujol y sus adláteres ( en Roma sólo la familia de los Fabios llevó a cabo una guerra abierta contra la vecina ciudad de Veyes con un rotundo fracaso )/los que no son cercanos a la familia Pujol, ciudadanos del orden ( un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio )/amigos del desorden( todas las cosas juntas en el mismo sitio ), propietarios de libros en tafilete estampado en seco en oro/propietarios de libros forrados con papel estraza, funcionarios y empleados públicos/ trabajadores en la empresa privada, funcionarios con oposiciones/ funcionarios sin oposiciones, ciudadanos armados/ciudadanos inermes, partidarios de Salvador Dalí/admiradores de Joan Miró, añorantes de Eugenio D´Ors/devotos de Josep Pla, turbas linchadoras/ciudadanos linchados, musulmanes/cristianos y ateos, diligencia catalana/pigricia castellana, etc. Muchas otras dicotomías se nos pueden ocurrir más, que ojalá pudiese superar en paz ese bálsamo de Fierabrás que quiere ser el Artículo 155 de nuestra Constitución, si bien la dicotomía madre de todas las dicotomías es esa primera de catalanes independentistas frente a catalanes españoles. Una dicotomía que polariza la sociedad catalana, la fractura peligrosamente y que sólo se puede superar con el respeto al orden constitucional y el análisis que explique la subida del independentismo ( educación en valores falsos, sectarios y doctrinarios, la independencia como negocio familiar, etc. ). El Artículo 155 puede parar el golpe hoy, pero no la Historia. Por ello urge la construcción de un nuevo modelo regional que conjure el centrifuguismo y garantice la solidaridad interregional bajo una única bandera, sin que ello suponga descuidar las identidades reales de las regiones que configuran la nación española. No hacerlo entrañaría la obsolescencia de nuestra propia Constitución.

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