Gertrud (foto: cinema la superlativ) Los amantes creen que sólo ellos pueden superar las barreras que impiden alcanzar la plena confusión de dos seres, y albergar el sentimiento poético de la eternidad: que “es la mar, que se fue con el sol”, decía Rimbaud. Este anhelo de un imposible empuja al sufrimiento, ya que sólo éste (o su posibilidad) revela la entera significación del ser amado. En su última película, Carl Theodor Dreyer retrata a una de las más libres, complejas y apasionadas personalidades femeninas de la historia del arte. Gertrud encarna la lucha por un ideal amoroso que no consigue triunfar sobre la realidad y que en su búsqueda del amor entendido como un absoluto asume su condena a la soledad. Esta mujer sincera y coherente, enamorada de la pureza amorosa, rechaza los prejuicios de su época y no hace la menor concesión a las convenciones represivas de la sociedad en la que vive. A su marido no duda en confesarle que jamás le ha amado; si acaso sólo ha llegado a sentir por él “algo parecido al amor”. Atendiendo a la jerarquía de los sentimientos y a la libertad de elección y decisión, ni la inercia de una vieja relación, ni la tiranía de las conveniencias o el miedo a las dificultades, tienen fuerza suficiente para detener el ímpetu del amor correspondido. La heroína de Dreyer no se enreda en trivialidades sentimentales: acierta a distinguir ese deseo general de agradar que acompaña a la galantería y que no es más que una ilusión del amor; y conoce la inclinación masculina a jactarse de sus conquistas, como el cazador que exhibe las piezas abatidas: “La mujer es la única presa que vale la pena” (Maupassant). Ante la incomprensión de los hombres, Gertrud no se muestra desesperada o resignada; admite sus fracasos y desengaños con una dignidad que el cineasta danés recoge admirablemente en sus planos, sin adherencias melodramáticas. Gertrud, siendo leal a sí misma, no ha conseguido lo que deseaba: “la vida es una larga cadena de sueños que van desvaneciéndose poco a poco”; y el tiempo, en su fluir implacable, no se detiene para conceder nuevas oportunidades. Esta obra de arte fue despreciada por el público y la crítica. Dreyer no pudo llevar a cabo los proyectos que acariciaba: Medea, una Vida de Jesús, y una adaptación de Luz de Agosto.