Martín Miguel Rubio

MARTÍN-MIGUEL RUBIO.

A ningún libro malo le ha servido nunca para nada el prólogo lleno de autoridad; y, a su vez, esta autorización protocolaria del hombre prestigioso, sobra y aún estorba cuando el libro es excelente. En el caso que nos ocupa el libro es bueno y el prologuista insignificante y de oceánica ignorancia, lo que significa que este prólogo tiene la función exclusiva de hacer de felpudo o esterilla del libro. Yo suelo comparar los prólogos a esa esterilla que se coloca en la entrada de las casas para que el visitante se limpie en ella los pies. Cumple la esterilla un papel auténtico y otro simbólico. El auténtico es dejar en ella el barro de la calle y no estropear las alfombras de la mansión. El simbólico es preparar el espíritu, en los segundos que dura la plantar fricción, para un hecho siempre transcendente, que es desligarse del mundo exterior y recogerse en un ambiente cerrado, en un universo con leyes propias, en donde nos espera una vida distinta, y en ocasiones inversa, que la de la calle. Entrar en una casa no conocida, tiene el significado profundo del posarse del pájaro o del insecto en la rama después del largo vuelo; o del fondear de la nave en el puerto. Por eso el transponer el umbral, tiene en los pueblos primitivos su rito; y aunque nosotros, hombres civilizados y por lo tanto – y por desgracia – antirrituales, hayamos prescindido de éste, en el fondo seguimos teniendo la subconsciencia de su recuerdo y de su importancia. Cada casa y cada libro son un mundo, aparte del vasto mundo externo; y en cualquiera de ellos puede encontrar nuestra alma una faceta nueva de su vida y acaso de su destino. Siempre he pensado esto, mientras patinaban mis pies, con unción independiente de que tuvieran barro o no, en la esterilla que nos prepara para la intimidad.

Ahora bien, muchas veces se prescinde de usar el humilde y simbólico artefacto, porque se tiene prisa, porque la cabeza está ocupada en otras cosas o porque están impolutos los pies. Mas, aún entonces, la esterilla cumple su papel. Porque las cosas que ritualmente deben ser usadas y se olvidan, al servir de pretexto al olvido, que tiene también su sentido, sirven como si activamente actuasen, por seguir la filosofía del “como si” del genial pensador alemán Vaihinger. Así nos pasa a los hombres que, muchas veces, por el vaivén del vivir o por la edad nos parece que no nos hacen caso los demás; y el no hacernos caso es también una fuerza eficaz para el que olvida; y a veces germen, en el olvidado, de una nueva explosión de eficacia. El prólogo no se lee, pues, si el lector no tiene barro en los zapatos; pero ahí está: para quitar el barro o para certificar que no lo hay.

Tradicionalmente el prólogo se construye como una exégesis del lógos o la fábula antepuesta al propio lógos. Es decir, se presenta como la primera explicación o hermenéutica de un libro. No es éste el caso. Este prólogo tiene un simple sentido “kerygmático” del presente libro. Es decir, sólo puede servir como anunciador o pregonero de ciertas cosas que contiene este gran libro narrativo, novela de época, entre otras cosas, sin ningún anacronismo, y por ello, verdadero hápax editorial en esta época de infames escritores coronados con las bayas y el laurel marchito del Premio Príncipe de Asturias.

Allende los Mares es la segunda parte de una trilogía novelística sobre las ya famosas sagas valdepeñeras constituidas por las hidalgas familias enemigas o encontradas, Merlo de la Calzada y Mejía Corredor. La primera parte la constituye la hermosa novela de época La Casa de los Cristales, y este gran mosaico histórico concluirá próximamente con La Mariposa Blanca. El autor de estos potentes frescos históricos y aventureros es el gran escritor valdepeñero José Luis Paniagua Tébar, amigo entrañable de quien escribe este prólogo, y uno de los pocos escritores interesantes que a la sazón tenemos en el panorama de las letras español. Autor de cerca de treinta libros de muy distinto género literario, lo hemos seguido ya desde hace más de veinticinco años con obras como Amazonas y guerreros, El primer círculo, Plazoleta Balbuena, Tai-chi para menores y mayores, Hotel la Paloma, El Equilibrio cuerpo mente, El hombre, energía estructurada, Por el camino del guerrero o Sobrevivir en el siglo XXI: “cosas de la vida” ( del que también tuve el honor de hacer el prólogo ), y nunca nos ha defraudado su escritura transparente, elegante y tocada de belleza, además de utilizarla para transmitir sentido común, aguda inteligencia, una mundivisión realista y, sin embargo, optimista siempre, y una filosofía que poco a poco, gracias a su coherencia personal, es ya casi un sistema de autor. Como novelista, que es lo que nos ocupa en este caso, todas sus historias nos atrapan no sólo por el interés psicológico de sus personajes, enteros y verdaderos, sino por lo que hacen como sujetos diegéticos de la acción narrativa. No nos cabe duda; estamos ante un excelente escritor y magnífico artesano del material verbal con el que construye su mundo creativo. In principio erat verbum.

El valdepeñero (o, mejor, “jarosiano”) Carlos Merlo de la Calzada llega a California en la época que es Presidente de los EEUU Zachary Taylor, y en la misma época en que California pasa a formar como Estado parte de la Unión. En el comienzo de la novela, el protagonista, al ser preguntado por sus primos de California acerca de su vida y familia, nos relata de forma sucinta pero muy clara la historia básica de La Casa de los Cristales, gracias a lo cual cualquier lector podría leer Allende los mares sin la previa lectura de La Casa de los Cristales para entender perfectamente la trama y rizoma narrativo; si bien sería muy recomendable por la belleza y magníficos sucesos que se esconde en esta primera novela de la trilogía.

Si el caballo era un elemento muy importante en La casa de los cristales, hasta el punto de llegar a ser al menos tres de ellos personajes de aquella novela, se convierte en una pieza primordial, constitutiva de la segunda parte de la trilogía. Y de nuevo el lector puede paladear aquí deliciosas descripciones, ékphraseis, de ese siempre animal elegante, compañero del hombre desde que los indoeuropeos salieron de Kurganes. No sin motivo el protagonista quiere establecer un rancho de caballos en California.

El vino, entendido no solamente como cultura, sino también como producción, es otro tema importante de la novela, y aprovecha el narrador, siempre omnisciente, el mismo para informarnos sobre las diferencias que existen entre la elaboración  de vino en la “vieja” California y en la milenaria España.

La descripción psicológica de cada uno de los personajes que forman la familia de los Merlo de la Calzada está magistralmente conseguida, en particular la de la tía Margarita y la prima Patricia. La trama novelística se fundamenta básicamente en el encuentro y relaciones de dos grandes familias “complementarias” de propietarios, los Merlo de la Calzada, cuyas raíces proceden de los grandes conquistadores de Méjico, Hernán Cortes y Pedro de Alvarado, y los Adams, cuyo linaje es procedente de los mismos pilgrims venidos en el Mayflower. A menudo los desarrapados que inician un país se convierten pronto en su aristocracia y los grandes tenedores de tierra y patronos. Es una ley histórica universal, confundiéndose así en seguida el amor a la patria con la obediencia a los patronos, conceptos estos que, sin embargo, se resisten a una total identificación. Aunque los Adams representarían por su origen “linajudo” un ejemplo de la mundivisión luterana frente a los Merlo de la Calzada, católicos, la tierra de California, empapada de siglos de españolidad católica, proyecta siempre una visión católica del mundo, de suerte que la encantadora pelirroja Esther, glotona, sensual y de cuervas excesiva, flor británica, quizás tenga más de gran dama hispánica que la propia Margarita. Y es que la tierra programa a sus habitantes.

Pero Carlos, el protagonista, es el gran carácter psicológico mejor construido de la novela. Su psicología se nos antoja harto complicada a la par que interesante, y su despliegue vivencial a lo largo de la novela constituye casi todo él un tratado psicológico. Personalidad de sexualidad ambigua y anfractuosa, con una etapa edípica y aún no superada, el protagonista, Carlos, bravo y prudente, representa todo un hallazgo psicológico en esta novela de aventuras, del que se podría escribir un tratado. Por otro lado, personajes secundarios, como el capataz Pedro, mejicano popular e inteligentísimo, están maravillosamente dibujados, figuras todas ellas de un pieza coherente en sí misma.

José Luis Paniagua nos enfrenta también a los peligrosos gambusinos, los vagabundos aventureros que marchan a California en oleadas enloquecidas convocados por la Fiebre del Oro, desatada por el discurso del Presidente de Tennesee, James K. Polk. ¿Es quizás también este Carlos venido de España, protagonista de esta magnífica novela, que hace tantos guiños al genial novelista americano del Far West, Zane Grey, un tipo nuevo de gambusino? Pues en cierto modo sí lo es.

Novela con pistolas humeantes, de grandes caracteres teofrásticos, amores, tempestuosos, incendiarios y explícitos, y grandes valores humanos, enmarcado todo ello en magníficas descripciones de la naturaleza, como las tempestades de arena en el desierto de Mojave, conseguidas con un soberbio despliegue verbal del castellano más purista, y en donde la vitamínica libertad americana, única democracia de corte clásico, hamiltoniana, que le queda al mundo lo inunda todo.

Los grandes escenarios del Valle de la Muerte y el Río Colorado no convierten a esta novela en una más del género del Far West, aunque sí hay muchos guiños literarios a ese género que también ha tenido sus grandes escritores. Todo gran pueblo generador de un imperio se asienta en textos fundacionales que suelen pertenecer al género de la épica. La Ilíada es la piedra angular del Mundo Griego, la Eneida de Roma, Gilgamesh de Asiria, Beowulf de Inglaterra, el Poema de Mío Cid de Castilla, la Chanson de Roldán de la Francia de los Capetos, los Nibelunggos de Alemania, y la conquista de Oeste de los EEUU.

En fin, una hermosa novela del oeste para leer este cuarto verano de crisis económica sin ser del género de novelas del oeste.

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