“Somos el partido que no colectiviza a las personas, somos el partido de las personas, de la libertad individual de las personas”. Esta frase es del nuevo jefecillo de partido, Pablo Casado, que se estrena como nuevo Oligarca Supremo del Partido Popular. Lo cierto es que se pueden sacar muchas cosas de esta cita que pretendía ser inocua y generalista, utilizando expresiones con las que la mayoría de las personas hoy estarían, a priori, de acuerdo. Pero me voy a centrar en la que considero más importante, “la libertad individual”.

¿Qué es la libertad individual? Resumiendo, es una máxima del liberalismo clásico y de sus herederos (reconocidos o no) que afirman que el individuo ha de ser autónomo sobre las cuestiones esenciales de su vida, y responsable con aquellas decisiones que haya tomado, así como de sus consecuencias. Estos liberales descubrieron el Mediterráneo…olvidándose de que en casi 5.000 años de civilización humana ya operaba esta práctica, fuese cual fuese la mentalidad o el fundamento que originase tal hecho.

No obstante, los liberales tenían un problema con su concepto de “libertad” individual: ¿cómo garantizarla? La ley, sin duda, la ley. Pero como sabiamente nos dijo Antonio García-Trevijano, la ley, el derecho, es lo contrario a la libertad, pues regular algo significa acotarlo, domesticarlo, disciplinarlo. Y de ahí salen las “libertades”, derechos más bien, civiles, derechos otorgados por el poder político. Pero igual que son otorgados, pueden ser retirados por la misma fuente.

De este modo, otros liberales, “muy liberales” y “mucho liberales”, consiguieron liberar (disculpen la redundancia) a la libertad individual del derecho con el siguiente lema: “mi libertad acaba donde empieza la tuya”.

Bien, ¿cómo se traduce esto en la práctica? ¿Dónde empieza y acaba la libertad de cada uno? Normalmente los defensores de esta consigna esgrimen que el límite se encuentra en la ofensa. Sin embargo, este es un criterio sumamente subjetivo, lo que a unos puede ofender, a otros no, y, según el contexto, un mismo hecho puede resultar ofensivo o no y la utilización mezquina de esta subjetividad es previsible y evidente. ¿Qué ocurre si a alguien le ofende ver una bandera de España, o una LGTB, o que una pareja se bese en público? ¿Hay que recurrir a la autocensura constante para no ofender a nadie y someterse a las ofensas de los demás? ¿Hay que aislarse, mantenerse en una perpetua soledad para conseguir dicho objetivo?

Otros liberales menos idealistas marcan la línea en la agresión física. Sin embargo, volvemos a lo de antes, ¿quién garantiza el cumplimiento de esa “norma”? ¿La ley? Si es así seguimos sin hablar de libertad en sí misma, sino de un derecho, hijo del poder político. La palabra es presa de la voz, de la tinta y del soporte en la que está escrita. Y para los más idealistas libertarios, aquellos que reniegan de la ley, ¿cómo se garantizaría dicha libertad individual? Somos humanos, no ángeles, y un mínimo conocimiento de nuestra especie y de su historia nos enseña la siguiente paradoja: donde no hay ley, impera la ley de la selva, el abuso continuo del fuerte frente al débil, llegando así a la tiranía.

Con lo expuesto, considero demostrado que la “libertad” individual no es más que una expresión vacía de contenido, inaplicable en sí misma. Tal vez ésta solo sería posible, y esto es lo que más me interesa reflejar, si enlazamos este concepto al de la individualización de la sociedad. En un alarde de desconocimiento supino del ser humano, hay quien ve las relaciones humanas, desde la familia, las amistades, la comunidad más inmediata, etc., como un tipo de opresión por la dependencia que tenemos, a varios niveles, de dichas relaciones. Por tanto, frente a la terrible, fría y gris dependencia, se ofrece la solución de la independencia, de la individualización, o, siendo correcto con las palabras, la soledad. ¿Qué pensarán estas personas, de la dependencia que tenemos los humanos a la comida para sobrevivir? ¡Viva la anorexia! ¿Qué pensarán de la dependencia que tenemos al oxígeno? ¡Viva la asfixia! Intuyo, dentro de su previsibilidad, que responderían que no hay que confundir una dependencia estrictamente biológica con una social. Pero estos humanos anti-humanos, que viven en la fantasía, y que desprecian tanto la especie a la que pertenecen que no la aceptan, y por ello quieren modificarla, o re-crearla, cual complejo de Dios, ignoran que las como concepto global. relaciones humanas también son una necesidad biológica. Esta evidencia que cualquier persona de cualquier época, y en cualquier lugar, sabía, ha sido demostrada por la psicología hace ya años. Ansiedad, depresión, inseguridad, apatía y hasta la locura son unos de los síntomas de la mayor de las tiranías, la soledad.

Y es que el humano es un animal de manada, en ella reside su fortaleza, gracias a ella sobrevivió y lo sigue haciendo. Y aquí podemos retomar aquella célebre cita de Napoleón, “divide y vencerás”. El individuo, frente al poder político, no es absolutamente nadie, ni siquiera una hormiga que pueda notar si se sube a su espalda. La manada, la comunidad, es un ente con fuerza propia que puede plantar cara al poder político de forma mucho más óptima. Esto es ampliamente conocido, no innovo en absoluto. Por ello, si el poder político quiere aumentar su dominio, y esto es algo a lo que siempre tiende (5.000 años de historia humana avalan este hecho), más aún desde la destrucción de la tradición, no encontrará una fórmula mejor que en la individualización de los gobernados, en la soledad de los mismos. Allí donde el Estado es más grande e invasivo, más individualizada será su sociedad; allí donde hay comunidades humanas fuertes, más pequeño será el Estado, si es que acaso existiera, y hubiera ausencia del mismo debido a la incapacidad del poder político presente para crear un Estado (forma perfeccionada e invasiva de concentración del poder) debido precisamente a la presencia de dichas comunidades.

Por ello, cuando se habla de libertad individual, lo que realmente se está haciendo, es enmascarar la realidad con un envoltorio que puede resultar agradable a la mayoría. Y es que, si no había quedado claro todavía, la libertad individual es un eufemismo de la libertad del poder político para hacer lo que quiera contigo, que no eres más que un individuo aislado y, por tanto, indefenso. La “libertad” individual no es más que una fantasía en sí misma, que en la práctica se confunde con la individualización-soledad, creándose, de este modo, sujetos más obedientes y fáciles de controlar. El desarraigo facilita (o posibilita) la creación de un “hombre” artificial.

La libertad, por tanto, será colectiva o no será, pues no se fundamenta en la idea de un “hombre” nuevo que se encamina a una “sociedad” (soledad) mejor, cuyos logros se irán alcanzando de forma progresiva mediante la ley. No, la libertad política colectiva se fundamenta en un HECHO, ese en el que toda la Nación decide qué reglas del juego político va a seguir. Y en base a dichas reglas del juego, se legislará, y esos derechos civiles que se confunden con la “libertad” individual, estarán garantizados, en este orden de jerarquía, de menor a mayor rango: por la ley, que a su vez está arraigada en una constitución cuya base es la libertad política colectiva que se materializa con un período de libertad constituyente donde el sujeto constituyente del poder político es la Nación. Por supuesto, los representantes de comunidades pequeñas (distritos electorales) y la separación de poderes imposibilitarían el abuso y la concentración del poder político. Eso es la democracia, esa es la única libertad posible, la colectiva, todo lo demás, o es falso, o está en el error.

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