A diferencia de la noción filosófica de pluralismo -referente al número de realidades, frente a las pretensiones del monismo y del dualismo-, que ha dado lugar a la ideación de rigurosas teorías atomistas y monadológicas, la doctrina del pluralismo político constituye la mayor sandez y la mejor síntesis adefésica de la ciencia política postmoderna.

Lo único que demuestra la idea pluralista de la política es el número infinito de idiotas que viven de escribir fantasías o inanidades sobre lo que desconocen. Los que usan la palabra política en plural, aunque no sepan la singularidad que los caracteriza, son los pluritontos de la cultura modernísima, los capirotes de la actualidad. Y los que apoyan el pluralismo político, lo hacen porque lo confunden con los ideales que dice perseguir.

Para que mis lectores juzguen por sí mismos, he aquí el brillante elenco de definiciones de pluralismo político:

La única idea aprovechable que he encontrado en ese jardín de buenos deseos conservadores, o incluso reaccionarios, es esta: “en un Estado pluralista, el consenso necesita desgastarse para dar lugar a la formación de circunscripciones independientes, que en su conjunto hagan gobernable el orden que ya no pueden garantizar los tradicionales canales pluralistas”. No me preguntéis lo que esto significa porque, aun sonando bien, no entiendo nada ni sé como puede ser pluralista el consenso.

Todas estas vaguedades y anacolutos traducen, sin tomar cuenta de sus motivaciones últimas, el estado de indefensión en que se encuentra la sociedad civil, en el Estado de Partidos, para alcanzar objetivos comunes, como los de libertad política, costumbres decorosas, recreaciones estéticas, educación permanente, investigación científica, regeneración del medio ambiente, universalización de la cultura, erradicación de la propaganda política en los medios informativos, civilización de la mentalidad colectiva, y tantos otros que afectan de modo directo al bienestar individual o incluso a la felicidad personal de los infelices gobernados.

En el debate entre los que defienden el relativismo cultural y los creyentes en el ideal de una vida buena superior y común, el pluralismo político está recreando, sobre artificiales bases autonomistas, el concepto de pluralismo cultural. Una simple perspectiva de poder regional que no tiene relación con los problemas epistemológicos y ontológicos que tratan de resolver el pluralismo filosófico y la teoría monadológica de la realidad social.

Toda teoría de la acción política, para ser tal y no un sueño idealista, debe comprender una reflexión sobre la necesidad de que la praxis y la teoría estén permanentemente unidas, a través del tipo de organización adecuado a la naturaleza de la acción. La trascendencia de un movimiento político, no la determina la concepción realista de sus principios y valores, sino la homogeneidad de medios y fines, especialmente la perfecta armonía entre la organización del movimiento y la realidad societaria del mismo. Este inmenso problema, salvo en ciertas tesis revolucionarias de orden clasista, no ha sido estudiado en la ciencia política. Para intentar comprenderlo se deben exponer previamente las reflexiones del pluralismo filosófico de orden monadológico, como haré en el siguiente artículo.

En este sentido, la teoría organizativa edificada sobre mónadas republicanas, cobra tanta importancia para el triunfo del MCRC en la sociedad civil, como la de sus principios y valores para su aceptación en las conciencias individuales. Basta pensar que los partidos y los sindicatos han encontrado el tipo de organización adecuado a la eliminación, dentro de ellos, del pluralismo y las tendencias, para que nosotros busquemos lo contrario.

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