En la sociedad repleta de información y espectáculo, la edad deja de ser criterio de capacidad y, como el sexo femenino, adquiere valor “per se“. La sabiduría no es fruto de la experiencia. Las innovaciones tecnológicas dejan en la cuneta del progreso saberes acumulados durante generaciones. Y la sociedad civil pierde en sentido común y coherencia lo que gana en sentido práctico y contradicción. La adaptación al medio, como en los ancestros de Atapuerca, arrincona en brasas de invierno los ideales de juventud y las memorias de la vejez. En la transición del presente al presente, en un mundo sin causas, el talento, la historia y la novela pierden su razón de ser.

Ante un ordenador, los niños tienen mil años de curiosidad desordenada en sus cabezas ágrafas. La inteligencia no aumenta con la edad, solo se especializa y limita su desarrollo. La juventud vive dramas que no padeció antes. No los de la natural incomprensión de los mayores. Sufre la injusticia de ver apartada su mayor habilidad técnica, de un mundo profesional de expertos en pericias de dominación. Donde no hay sitio para la sabiduría, la juventud se desarraiga. Pero si la tecnología impera, y lo joven se pone de moda, la juventud ocupa los puestos de mando. Bajo la Monarquía de Partidos, como en las empresas de comunicación, se busca lo joven en caras de corazones viejos. La sangre del frente de juventudes se inyecta gota a gota en los partidos, a cambio de promoción social. La juventud partidista, en nombre del orden o del progreso, renueva la ideología de la resignación. El conformismo, no las arrugas, la envejece.

La juventud y la ancianidad no se relacionan en una sociedad que funciona como una compañía anónima, cuyo consejo de administración (partidos, sindicatos y oligarquía) conspira para impedir que lo auténtico entorpezca la circulación de riqueza, honores y empleo entre accionistas que renuncian a la selección de la libre competencia y abdican de la cultura.

La juventud inconformista y la jubilación anticipada permiten el consenso de ese brutal reparto del beneficio social. Aquélla desprecia los costos de las generaciones que lo acumularon. Y ésta, como clase pasiva, se resigna a morir para aliviar la carga de las pensiones, que preocupa a un consejo de administración de siglas, y no de personas. El inconformismo de la marginación política y la jubilación en plena juventud mental, si no participan en la acción liberadora de sus energías, a la que están convocados como miembros activos de la sociedad, seguirán legitimando el sistema monárquico que los excluye de una vida social creadora. Pues la esencia de la edad, como dijo Emerson, solo está en la inteligencia.

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