Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley.
Sobre guerras que comienzan cuando se declaran victorias, amos que son marionetas y Pandora esperando tras la próxima bomba
“A mi lúcido Rhedi, en la biblioteca de Shiraz:
¿Recuerdas aquel cuento donde un bufón creía gobernar el reino mientras el visir movía los hilos? Trump el Efímero acaba de estrenar su propia farsa: anuncia ‘la gran negociación’ con una mano mientras con la otra firma la orden de guerra. Macgregor, ese coronel que huele la pólvora antes que el perfume de los discursos, desvela el truco: el ataque ya estaba decidido cuando los halcones aún fingían ponderar la paz. El ‘retraso’ de dos semanas no es para deliberar, sino para que los portaaviones —esos mastodontes sedientos— beban petróleo y escupan misiles hacia Persia.”
La guerra eterna que apenas comienza
«Irán no es Irak», advierte Macgregor con voz de profeta belicoso. Occidente baila sobre un volcán: creyó que su ataque sorpresa —ese donde los B-2 rasparon la piel del desierto— sería el acto final. ¡Ingenuos! El contraataque persa, veloz como el guepardo de los montes Zagros, solo mostró una fracción de sus 3000 misiles dormidos. Israel, ese león desdentado que ya ve arder Haifa, enfrenta ahora una guerra de desgaste. Netanyahu suplica a Trump que acelere el paso: sus reservas se agotan, su ‘Cúpula de Hierro’ es un mito, y hasta la BBC cuenta cadáveres en las calles.
El verdadero botín: Petróleo y delirio hegemónico
Tras la cortina de humo, brilla el oro negro. Los mismos señores de Londres y Nueva York que quisieron descuartizar a Rusia —y fracasaron— ahora clavan sus garras en Oriente. Su objetivo: forjar un imperio sionista desde el Éufrates al Mediterráneo, robando el gas y el crudo persa. Netanyahu, ese titiritero con kipá, no es un aliado de Trump: es su amo. Controla el Congreso yanqui con hilos de oro y lágrimas de cocodrilo. Trump, el mercader convertido en verdugo, cree que la sangre iraní regará su reelección.
El error que desatará a Pandora
Aquí yace la locura: EE.UU. planea un ataque masivo con «cientos de aviones» para decapitar a Irán —desde reactores nucleares hasta comisarías de policía—. Pero los búnkeres de Fordow, tallados en roca viva, se burlan de las bombas convencionales. Macgregor escucha susurros aterradores: usarán cabezas nucleares ‘tácticas’ (MRR) para romper la montaña. «¡Insensatos!», grita el coronel. Abrirán la caja de Pandora: la primera explosión nuclear desde 1945, y esta vez… en suelo musulmán.
Y aún hay más necedad: creen que el pueblo iraní, al ver llover fuego sobre Teherán, se alzará contra su gobierno. ¡Como si los mártires de la guerra contra Saddam besaran la mano que los bombardea! Las calles de Irán gritan «¡Muerte a América!», no «¡Salvennos!».
El aislamiento del titán tambaleante
Mientras Trump juega con sus portaaviones —«magníficas fotos en aguas prístinas»—, el mundo se vuelve contra él. Rusia, China, India y los BRICS armarán a Irán. EE.UU. será un paria global. Macgregor lo resume con crudeza: «Una potencia continental de 92 millones jamás será vencida por una isla de 7 millones, aunque la sostenga un gigante cojo». Israel ya está «contra las cuerdas»; sus ciudades son escombros, su ejército agota misiles, y soldados yanquis operan sus defensas. El Tío Sam ha convertido a su ‘aliado’ en un escudo humano.
Epílogo: La trampa sin retorno
Trump no retrocederá. Como Lyndon Johnson en Vietnam, está atrapado en su propia bravuconería. Actúa por impulso, creyendo que es 1991 y que su ejército es invencible. Pero cuando los misiles persas hundan un destructor en el Golfo, o arrasen una base en Qatar, el pueblo yanqui despertará. Preguntará: «¿Por qué nuestros hijos mueren por Netanyahu?». Entonces descubrirán la traición: el Congreso nunca debatió esta guerra. Los senadores, comprados por el lobby sionista, vendieron su honor por shekels.
“Querido Rhedi, este teatro de títeres ebrios confirma el verso de Hafez:
‘El arrogante cree mover los hilos, ignorando que Dios es el titiritero’. Trump es un bufón que canta victorias inexistentes, Netanyahu un visir que incendia el reino para robar las cenizas, y Occidente… un borracho que baila al borde del volcán. Pero cuidado: cuando Pandora abra su caja nuclear, ni dioses ni hombres controlarán el fuego. Desde mi balcón en Estambul, veo la verdad que ellos niegan: Irán no teme a la guerra larga. La ha practicado 40 años. Los imperios efímeros, en cambio, caen al primer soplo del desierto.”
Sheij Usbek (observando el golfo Pérsico convertido en polvorín).
Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.
Nota editorial sobre las ‘Cartas persas’:
«Ningún espejo refleja la verdad entera, pero todo reflejo invita a cuestionarla». Las cartas del sheij Ibrahim al-Hamadani —y su «estimado hermano en Isfahán»— son un homenaje literario a Cartas persas de Montesquieu, obra maestra donde un viajero oriental critica con ironía las costumbres francesas. Este sheij es un personaje ficticio, creación satírica que encarna la mirada de un sabio islámico clásico para analizar Occidente: su pluma no defiende regímenes, dogmas ni banderas, sino que usa la tradición cultural persa como lente para interrogar el poder, la hybris y los espejismos de la modernidad. Sheij Yazid al-Rashid, mencionado en los textos, tampoco existió: es un compuesto de figuras como el sufí Al-Bistami (maestro de la lucha contra el ego) y filósofos que convirtieron la crítica en arte. Su propósito no es enseñar el islam, sino recordar —como hicieron Hafez, Rumi o Al-Farabi— que toda verdad se fragmenta en perspectivas.
«El sabio no teme a los espejos rotos, sino a quienes creen poseerlos intactos» (inspirado en Hafez).





