Todo ser humano, y no sólo el genio, puede enfrentarse al mundo, alzando su voluntad de ser libre contra todos y verdadero contra uno mismo. De la voluntad nace el pensamiento. En el uno estamos todos. El uno contra todos pretende el uno para todos y aspira al uno con todos.

Es preciso arrancar los vendajes de la mentira que nos comprime, hasta quedar desnudos delante de la verdad. Descubrir los prejuicios incrustados en nuestras vidas, analizarlos y sanarlos. Recobrar la conciencia individual en el abismo de una multitud encantada con la falsedad que la evade de toda responsabilidad y la cautiva en la mansa servidumbre colectiva, que encamina el rebaño humano hacia el ideal del hormiguero en el reino de la mediocridad.

La resignación popular, como la de los corderos, no piensa, no ve, no escucha, se autoengaña, acepta, a la espera del sacrificio. La tragedia humana es que no quiere ver la realidad, ni se atreve a saber. Mientras, los sinvergüenzas enlucen la mentira, que junto a la servidumbre y la contagiosa mediocridad, se extienden por el mundo como agua pringosa.

Por ello debemos pensar a su pesar; individualmente, sin premuras, apartados del panorama, de las costumbres y de las pasiones. El pensamiento es una aventura incierta hacia lo que está por venir, un proceso creador abonado por la imaginación crítica. Ésta actúa espontáneamente como raíz común de la sensibilidad y el entendimiento.
Aquel que quiera ser útil a los demás debe empezar por ser libre él. Nuestro mundo carece de espíritus libres y de genios originales. Libre es aquél que no esperando, ni temiendo nada, se desprende de sus pasiones, de sus instintos y de las modas del momento.

El pensamiento surge en soledad, cuando uno aprovecha para abrir la conciencia, el corazón y el espíritu. No basta que la verdad exista para verla. Es preciso que la verdad tenga vida. Lo que uno piensa, otros lo piensan. La verdad política descubierta es colectiva. Lo que uno ha podido ver, otros también lo pueden ver, la verdad germina y brota ya en otros, como una efímera chispa que prende si nos toca. Una estrella brilla en el horizonte, la contemplan millares de miradas. No podemos ver todas las miradas, pero aquel lejano destello las une en nuestros ojos.

Cuando vislumbramos una constelación y reconocemos en ella el impacto de su eminente dignidad, podemos sentir la emoción de un misterioso impulso hacia un Ideal. Una luz interior, capaz de encender nuestra voluntad, para afrontar cualquier contradicción e iluminarnos en las grandes acciones. La dignidad se identifica con los ideales, cuando alumbra el camino con un valor moral, que influye en las conductas.
Cada ideal es un punto en el espacio y un ciclo en el tiempo. Si el ideal es legitimado por la experiencia incorpora una nueva etapa evolutiva. Los ideales significan la más alta consecuencia de la función de pensar, aparecen de la mano de la imaginación y la experiencia, percibiendo el devenir.

Sólo una inspiración trascendental puede descubrir, crear o fundar; una centella enciende la imaginación y la experiencia la convierte en hoguera, en hogar, en un horno…

Concretado el Ideal, hay que realizarlo. Esta magna tarea requiere desarrollar unas excepcionales aptitudes, un enérgico esfuerzo y una larga paciencia.
Un ideal puede encarnarse en un genio. Éste aparece de la armonía entre la inspiración y la sabiduría. El genio es la personificación destacada de un ideal, una insignia que pone el destino entre los capítulos de la historia. Su palabra y su acción son criterios que desafían la falsedad oficial. Intérprete de la historia, alza la evidente verdad, sin enmienda, ni refutación posible.

Durante su vida, muchos genios fueron ignorados, despreciados, condenados, ejecutados, desterrados, prohibidos o ninguneados. En la fama, el éxito y el poder suelen triunfar los oportunistas y los mediocres, conformados en las modas ideológicas del momento.

Para la gloria sólo cuentan, las luminosas obras inspiradas por un ideal, enraizadas por el tiempo. Su victoria no depende de ceremonias transitorias de sus coetáneos, sino de su propia capacidad y elocuencia para efectuar su misión. Su ejemplo perdura a pesar de la cicuta, de la cruz, de la hoguera, de los atentados, de la cárcel, de las difamaciones o el ostracismo.

La magnitud de una obra genial se computa por la anchura de su horizonte y la extensión de sus aplicaciones. El genio es una potencia que actúa en función del medio. Para conservar íntegros sus atributos, el genio necesita espacios y tiempos de ausencia. El contacto continuo con la vulgaridad, la mezquindad y la mediocridad, puede desvirtuar la idea original, y carcomer el carácter más inalterable.

El genio florece siempre en entidad solitaria, nunca oficial; a la sombra de la envidia ajena, conserva su autoridad moral. Mediocridad e hipocresía maquinan con rabia contra el genio y su obra; con insidias, calumnias, difamaciones y silencios.

Las bocas de ganso viven del juicio ajeno, no tienen voz, sino eco; tragan sin digerir, hasta el empacho mental. Apiñando datos no se aprende, lo que se engulle no se asimila. Acusando a la escoba no desaparece la suciedad. El que aspira a parecer, renuncia a ser. Envidia, vanidad y traición son los tributos que la mediocridad y la hipocresía le brindan al genio.

La voz de un solo hombre es capaz, en un momento dado, de poner en nosotros más vida que el estrépito de quinientos clarines.
Tenemos por delante la tarea más grande que haya incumbido a una generación. Se trata de ver claro, no sólo al enemigo, sino también a los excitadores de la retaguardia.
La verdad encontrada, aun cuando en un principio no la conozcan más que cuatro o cinco personas, no puede ya ser desarraigada; sube de la tierra con una fuerza irresistible.
Romain Rolland

Todo pensamiento verdadero, se comprenda o no, es una nave que remolca tras de sí las energías del pasado. Para navegar por un mar helado se requiere un casco reforzado con una forma determinada y una quilla rompehielos. Antes de zarpar se necesita organizar a la tripulación, para transmitir la invitación general al viaje. El rumbo del barco es una maravillosa nación, donde la mayoría de sus conciudadanos quisieran convivir con libertad.

La Teoría Pura de la República y toda la reveladora obra maestra de Antonio García-Trevijano es la culminación intelectual y ejemplar de un Ideal colectivo, la conquista pacífica de la libertad, para España. Ha llegado la hora de ordenar y clasificar todos sus escritos, audios y vídeos, de una manera racional y técnica, a fin de poder conservar y componer un potente arsenal de estudio académico y divulgativo, con atractivo suficiente para persuadir, con razón y derecho; y poder alcanzar la hegemonía cultural. Esa es la luz cardinal que ha de iluminar el barco del MCRC. Mientras tanto, es fundamental que los cañones que constituyen nuestros principios e ideales apunten al buque de la monarquía de partidos estatales, que hace aguas por todos lados y se está yendo a pique. Van apareciendo los oportunistas de turno para rescatar los restos del naufragio, los están trasladando al puerto del Estado, para repararlo, y botarlo de nuevo con un casco que transforme a la monstruosa hidra; todo lo que haga falta, para poder seguir pilotando el buque del Estado por los contaminados mares de la corrupción moral y el latrocinio nacional.

El objetivo primordial del MCRC, en estos momentos cruciales, es construir una nueva nave en el astillero de la lealtad, desguazando el viejo barco, haciéndose a la mar con la nave de la república constitucional, para surcar la verdad, al ritmo de las mareas, del océano de la libertad política colectiva.

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