aldous huxley

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Retrato de Nicolás Maquiavelo   realizado por Santi di Tito

El hecho de que Maquiavelo fuera el inaugurador de la ciencia política a partir de que esta se pensara con autonomía respecto de la tradición moral escolástica, supuso no solo una ruptura con el pasado, sino también una nueva manera de encarar la vida pública. Maquiavelo supone para la Historia de las Ideas Políticas una reflexión moderna sobre la política diferente a todo lo anterior. Maquiavelo, al distinguir entre la realidad y el deber, aborda la comprensión del arte de la política al margen de consideraciones éticas. El príncipe constituye un compendio de consejos prácticos para instruir al soberano en el arte virtuoso de conservar y expandir el poder del Estado.

Todavía hoy, las reflexiones de Maquiavelo siguen interpelándonos hasta el punto de conducirnos a una encrucijada inevitable: que los fines de la moral divergen totalmente de los fines que persigue la política. Maquiavelo jamás escribió que “los fines justificaran los medios”; sin embargo, a pesar de esa falsa autoría, su enfoque moderno de la política como Real Polítik trae consigo un viejo dilema: o los fines justifican los medios, o los modos determinan siempre los fines.

Por un lado, la moral persigue el bien; por el otro, la política persigue el poder. Maquiavelo advierte los peligros que van aparejados con una concepción idealista-platónica de la política. Savonarola es el ejemplo adecuado para indicar que sin armas ni poder no se puede llegar muy lejos. La política consiste, según Maquiavelo, en el arte de lo posible; por eso la Razón de Estado privilegia, ante todo, la eficiencia y los resultados.

Si extrapolamos las reflexiones del florentino hasta nuestros días, es pertinente polemizar en torno a los dilemas que presenta el maquiavelismo, sobre todo, en relación a la tensión entre el deber ser y el poder ser.

Con Maquiavelo, son dejadas de lado las recomendaciones bien intencionadas, idealistas puesto que la política consiste en hacer lo que es posible en función de lo necesario. No obstante, si nos retrotraemos a la Época Clásica, podemos hallar otros puntos de vista con respecto a la utilidad, como por ejemplo, el del intelectualismo moral sostenido por Sócrates. También, hallamos otras posturas de raigambre estoica como las de Celestino, discípulo de Pelagio, que, al contrario que el florentino, parten de lo que se debe hacer y no de lo que se puede hacer; es decir que se plantean lo que se puede hacer a partir de lo que se debe hacer y no al revés, como haría un Maquiavelo. La máxima de Celestino, “Si debo, puedo”, es un ejemplo de anti-posibilismo o de no obrar en función de las posibilidades que disponemos para luego moldear el mundo a partir de nosotros. Tanto la ética clásica, como el republicanismo cívico parten de una concepción de la vida cuyo ideal de virtud (kalokaghatía) consiste en que es el yo quien debe moldearse a partir del mundo. En este sentido, el imperativo categórico kantiano se enfrenta a la razón de Estado en la medida en que postula una ética formal basada en la fórmula de obrar según la máxima de que mis actos puedan servir como regla/conducta universal.

La filosofía de Ortega, fecunda en frivolidades, no solo es culpable de haber inspirado a la Falange antaño y al separatismo hodierno a través del “proyecto sugestivo de nación”; también es responsable de aquella infeliz y famosa frase de “yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella no la salvo yo”. Frente al “si debo, puedo” de Celestino y al imperativo categórico de Kant, Ortega opone la “razón instrumental”. Lo sustantivo de esta forma de razón subjetiva o instrumental consiste en que es incapaz de autoproporcionarse sus propios fines; es decir, no puede fijarse los propios objetivos que pretende realizar.

Según Horkheimer, la razón tiene dos formas en función de cuales sean sus fines e intereses. Por un lado, la razón subjetiva “tiene que ver esencialmente con medios y fines, con la adecuación de los métodos y modos de proceder a los fines, unos fines que son más o menos asumidos y que presuntamente se sobreentienden”. Por el otro, la razón subjetiva o instrumental no siempre ha dominado de igual manera a como lo hizo durante el traumático siglo XX. Horkheimer afirma que durante otras épocas, como por ejemplo durante la filosofía griega o la escolástica, la finalidad de la razón no consistía meramente en la consecución de fines, sino más bien en tratar de captar la estructura racional del mundo y, con esto, homologar el quehacer humano a ese destino de la razón. Dicho con otras palabras, la racionalidad del individuo consistía en adecuarse a la racionalidad objetiva del mundo o logos.

Al contrario de lo que sostenía el formalismo ético kantiano, a saber, que el ser humano, en tanto ser racional, podía llegar a unas mismas conclusiones sobre lo moralmente deseable, pragmatistas como Rorty, afirman que, dado que no hay soluciones universalmente deseables, no podemos fundamentar nuestras creencias sobre la base de una verdad inclausurable. Ahí está Habermas tratando de recuperar el “proyecto moderno “; esto es, retomar los ideales de la ilustración, que no significa otra cosa que volver a las ideas de emancipación y de la autonomía frente a la minoría de edad.

Tomo como ejemplo una lección histórica sobre la hazaña de Espartaco que Félix Rodrigo Mora suele utilizar en sus conferencias. Si Espartaco hubiera regido su vida y obrado conforme la “razón instrumental”, jamás se hubiera rebelado contra el esclavismo romano. Las convicciones de Espartaco se asemejan al “si debo, puedo” de Celestino porque su manera de ser y de estar en el mundo no dependen ni del cálculo de probabilidades ni de correlaciones de fuerzas. La lección histórica de Espartaco es que fue capaz de luchar pero no de vencer.

El Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional debe orientar su acción política con los mismos resortes morales que impelieron a Espartaco rebelarse contra la servidumbre. Por eso al MCRC le es indiferente cualquier argumento posibilista que trate de minar los fundamentos profundos de nuestras convicciones.

La dificultad para organizar la decencia no está pues en la naturaleza humana ni en su falta de antecedentes históricos, sino en que su adversario, con dos siglos de experiencia en el uso y abuso del poder estatal, ha llegado a dar perfección institucional a la indecencia política en el Estado de Partidos, con símbolos de libertad y democracia que anestesian la conciencia de la realidad oligárquica, renovando la tradición de obediencia a los poderes estatales por rutinas de servidumbre voluntaria[1].

[1]  A. García-Trevijano, «Organizar la decencia», República Constitucional (7 de gosto de 2006).

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