Manuel Vega

 

MANUEL VEGA

A lo largo de la historia, la humanidad no ha dejado de avanzar en su lucha contra la enfermedad que con mil caras acechó y acecha la vida en cualquier época y lugar. Mediante la ciencia, la tecnología y la técnica, se han logrado grandes avances que en su día fueron conquistados para formar parte, para siempre, de nuestra civilización. Mucho se ha caminado en el campo de la medicina, mitos desterrados, prácticas y costumbres superadas… pero también muchos los que, en su tiempo, solo recibieron incomprensión, represión y finalmente el olvido llegando otros a conocer en sus carnes el rostro más cruel y desgarrador del poder. Su delito y causa de persecución siempre era la misma, aportar algo nuevo, algo distinto, algo que desafiaba la continuidad del poder establecido y que cuestionaba sus mismos cimientos. Cimientos basados en la mentira y apuntalados por los contrafuertes de quienes renunciaron a la verdad a cambio de la recompensada mentira, exactamente igual que ocurre hoy.

Mucho se ha caminado, pero mucho más es lo que falta por andar. En realidad es un camino sin final pero con el aliciente del avance permanente. La salud es algo que todos deseamos tener, pero sin reglas y hábitos de higiene no podemos conservar, tal y como ocurre con la libertad cuando se conquista. Sobre la salud sabemos hoy que no se trata solo de algo meramente físico además de espiritual o mental, hay algo más y si cabe más importante. Se trata también, y fundamentalmente, del modo de relacionarnos los unos con los otros y con el medio que nos rodea, lo que nos envuelve, esa atmósfera invisible pero omnipresente. Y para que haya salud esas relaciones han de estar reguladas por nosotros mismos a través de nuestros representantes elegidos para tal fin. Pues son ellos y solo ellos quienes conocen nuestras circunstancias a pie de calle porque son las suyas también y solo ellos pueden trasladar nuestras necesidades, aspiraciones, preocupaciones o deseos al Estado y convertirlas en ley que, por mayoría, todos convenimos aceptar pues nos sabemos y sentimos parte de ese todo.

La salud, tanto individual como colectiva, está condicionada por otro elemento que rara vez se menciona pero, que es fundamental, ese elemento no es otro que la antes mencionada libertad. La libertad no otorga necesariamente más años de vida, si bien y desde luego, no los resta, pero permite, eso sí, que esas vidas sean plenas, vividas y no sobrevividas como ocurre actualmente, pues a lo que hay hoy en España solo se le puede llamar supervivencia en cautividad. Toda España lleva 40 años cautiva por unos pocos carceleros tras haber estado cautiva otros 40 por un carcelero solo.

Algo puede observarse en los animales de un zoo, donde la esperanza de vida varía pero siempre es más deprimente que la vida en libertad pese a los cuidados y cuidadores, en ocasiones maltratadores. Cierto que no somos animales salvajes pero, más cierto es, que carecemos de cuidadores y de cuidados teniendo, por el contrario, vigilantes y vigilancia y también maltratadores. Pero no hay que quedarse en lo cuantitativo sino en lo cualitativo, en la calidad de vida, la verdadera vida que no es sinónimo de lujos pero si de dignidad y mínimo decoro. La aspiración de una Nación no puede reducirse a la mera supervivencia sino a la vivencia plena de sus vidas y sin libertad colectiva eso es imposible.

Puede decirse entonces, y de manera dogmática si se quiere, que un ser humano necesita libertad para estar sano de igual modo, una sociedad necesita libertad colectiva para estar sana. Sólo así se puede alcanzar el desarrollo pleno en las facetas de la vida, de todas las vidas de esa sociedad. Justo lo contrario de lo que ocurre hoy aquí, donde es imposible tener una sociedad saludable dado que no existe la sociedad política al no proceder esta de la sociedad civil. Todo esto ha sido analizado en profundidad y explicado con sencillez por D. Antonio García Trevijano así como un millón de veces más o menos, aunque pocos oyeron y menos aun escucharon, ya que su palabra está prohibida y su pensamiento solo llega a los que, sin prejuicio, van a por la verdad, afortunadamente cada vez más.

En conclusión, sin libertad individual no hay salud individual y sin libertad colectiva no hay salud colectiva y obviamente tampoco individual salvo en el egoísmo y la traición al todo, en cuyo caso solo existe un cuerpo sin alma, un muerto viviente, es lógico por tanto que con una clase dirigente así se vea al país inexorablemente corrompido, decrépito, podrido. No puede extrañarnos entonces que la corrupción sea causa y síntoma de la falta de libertad y que la solución para resucitar o alumbrar la dignidad en España sea precisamente la libertad y la consciencia y conciencia de Nación, de darnos cuenta de que somos parte de un todo y no un todo de la nada.

El Estado español, al igual que aquellos en los que tampoco existe Democracia, no considera a la libertad como fundamento de la vida, de hecho ni siquiera considera a la vida más allá de lo que podemos definir como una existencia vital destinada al sostenimiento de ese mismo Estado, sostenimiento vía impuestos que son al Estado lo que la sangre a un organismo, el de aquí, corrupto y en fase de descomposición, en clara desintegración consecuencia de la ausencia total de moral, de ética e incluso de estética, ya que lo corrompido no es agradable en su aspecto ni a la vista, ni al olfato, ni por supuesto al oído, basta encender la TV un instante y ya dan ganas de apagarla de tanta iniquidad. La TV ya no es la caja tonta sino la caja que atonta, para muestra están sus debates, esos revueltos que son homenaje y reflejo del tiempo en que vivimos, un tiempo sin orden ni concierto, donde solo se dice la verdad para anunciar su hora de emisión.

Ciertamente hay excepciones en algunos casos como Xavier Orcajo, cuya disposición para con la libertad de expresión se ha ganado el respeto de quienes estamos por la libertad. Hasta los mejores marinos han estado en barcos sin rumbo y navegando en círculos.

El Estado de partidos, y recalco lo de partidos, considera a los gobernados como algo de lo que alimentarse aplicando los principios de la técnica para prolongar su existencia y lo hace a través de la transfusión, en este caso de algo tan mundano y sagrado a la vez como es el dinero público, esa sangre que también es el sudor de los gobernados a los que nadie pregunta nada, a los que simplemente se les sangra y desangra. Para ello el Estado cuenta con una inmensa jeringuilla dirigida por la clase política y sostenida por las fuerzas del llamado orden público, si bien muchas de estas fuerzas aborrecen ya a esa clase a la que están subordinadas. En realidad hay incontables jeringuillas diseminadas por toda la Nación, las hay nacionales, autonómicas, provinciales, comarcales, municipales etc. Todas ellas extrayendo permanentemente el dinero y metiendo el veneno en forma de mentira y propaganda. Buena parte de ese dinero sirve para crear y aplicar nuevas jeringuillas en un círculo realmente vicioso.

Resulta curioso ver las laminas de anatomía mostrando los colores de la sangre venosa y arterial, igual que los colores del PP y del PSOE e IU, quizá ellos se consideren los vasos de España solo que a diferencia de lo que ocurre en el cuerpo humano donde la sangre se oxigena y circula manteniendo sano al organismo, aquí en España, esos vasos solo desembocan en hemorragias permanentes teniendo después que acudir a las transfusiones de Alemania y sus bancos de sangre, es decir, de dinero y deuda.

Una jeringuilla, que si en medicina sirve para sanar, en el Estado de partidos sirve para sustraer e inyectar, es decir, enfermar, parasitar y finalmente destruir al ser objeto de su dominio. Es un instrumento simple que funciona en las dos direcciones, tanto vale para extraer sangre, sudor y derechos concedidos como para inocular veneno o anestésicos en forma de falsedad y propaganda. La falta de Libertad colectiva hace que el ciudadano no pueda eludir ser pinchado permanentemente con esas múltiples agujas, todas contaminadas, todas introduciendo toxinas y extrayendo la poca sangre y el mucho sudor que cada gobernado pierde con cada pinchazo.

Los pinchazos duelen, hacen gritar y esos gritos molestan a quienes aplican dichas agujas, además, la anestesia de la caridad postfranquista se ha agotado y es por ello que se opta ya por la mordaza, por esa ley mordaza del PP y aplaudida, por debajo, por las demás fuerzas propietarias también de sus correspondientes agujas. Sumada a la mordaza, está ya en camino la camisa de fuerza que preparan y aplican ya en otras factorías extractoras como Italia o Grecia, camisa destinada a la inmovilización de los gobernados y que viene en forma de ley de listas más votadas.Todos los partidos están a sueldo del Estado y todos están encantados con la ley mordaza, ya que a todos beneficia inmovilizar y silenciar a la sociedad civil, a esa presa a la que todos ellos pinchan y someten. Raro es el ladrón que admite su culpa y si muy corriente el que critica a los otros ladrones.

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