LUIS LÓPEZ SILVA.

A medida que el mundo y las comunidades se interconectan e interrelacionan de manera inexorable, avanzamos hacia la complejidad total, complejidad esta que trastoca las diferentes áreas de acción de la humanidad: economía, política, ciencia, pensamiento, religión, cultura… De este modo, pues, observamos como la nueva sociedad digital entrelaza y conexiona las variadas sociedades económicas, políticas y culturales a pulso de “doble click”, creando en estas comunidades unas interdependencias que a la par que beneficiaron antaño y benefician hoy,  también a lo largo de su andadura desarrollaron debilidades compartidas que a fecha actual hay que recomponer. Por eso, después de tantas décadas de cantos gloriosos a las virtudes de la interdependencia, es hora de analizar con frialdad la problemática creada por este instrumento político, y desmitificar parte de sus “glorias pasadas”. Es cierto en parte, que cuando varios países se tornan más dependientes unos de otros en el comercio, las finanzas, lo militar y lo político se reducen las tensiones entre los miembros siempre y cuando las relaciones comerciales y políticas produzcan beneficios y la solidaridad sea estable; pero este hecho, no tiene porque ser así siempre, porque la interdependencia significa que si un país X toma decisiones, acarreará consecuencias para los países Y, Z y viceversa. Por lo anterior, es por lo que importa tanto el juego de los equilibrios de poder en las relaciones internacionales, porque cuanto mayor sea la interdependencia mayor será inevitablemente la complejidad y las consecuencias mutuas de las determinaciones tomadas unilateralmente. El hándicap radica actualmente en que las relaciones de interdependencia se han vuelto tan enmarañadas y complicadas que es muy difícil que los políticos y expertos capten adecuadamente las consecuencias, a veces peligrosas, de sus propias decisiones. El mundo seguro y próspero de la humanidad interdependiente ha tropezado con la crisis y ha puesto en evidencia los fallos e incongruencias de las políticas interdependientes que se han implementado en los últimos lustros. Una de estas incongruencias ha sido la edificación virtual de una estructura  financiera interdependiente e hiperdigitalizada a escala mundial,  devenida en crisis sistémica tras los excesos compartidos, que a día de hoy sigue cabalgando sobre el lomo del mundo Occidental sin esperanza de solución a corto-medio término.

La crisis mundial es por supuesto primeramente de raíz política y moral, pero debido a la interdependen intrínseca entre política y finanzas, la implosión financiera y económica ha arrasado en primer orden la economía productiva que se alimentaba del caudal financiero especulativo. Ahora que el caudal se ha secado como causa de la desconfianza interbancaria el tejido productivo se ha paralizado y el desempleo azota a miles de familias concatenando la sobrevenida  crisis del euro por el aumento de los déficit y deudas públicas y privadas; siendo ello, el mejor ejemplo de la interdependencia desregulada entre las finanzas especulativas y los Ministerios de Economía y Hacienda de la totalidad de países afectados a nivel mundial. Lo peor de todo es que el paradigma de cura de la austeridad fiscal y la estabilidad presupuestaria aplicado imperativamente por Alemania a sus demás socios dependientes está catalizando la recesión de los países denominados periféricos sin atisbo alguno de que cambie sus posturas de rigor fiscal, alejándose de esta forma de uno de los activos fundamentales de la Unión Europea, es decir, la solidaridad y comprensión interterritorial de los problemas que aquejan a sus miembros. Como se puede observar, el primordial contratiempo de la UE consiste en su anodina y burocrática interdependencia. Anodina, porque a la hora de las dificultades el egoísmo y la imposición del más fuerte se hacen valer. Y burocrática, porque los procesos de decisión se alargan “sine die” a la vez que las penurias se expanden a velocidad vírica. De este modo, las decisiones de la política económica alemana están afectando mortalmente a las economías más lastradas de la zona euro, pero el principal descuido que Alemania e incluso Francia no atizan a ver, es que la teoría de la interdependencia  afirma que si uno de los miembros toma decisiones que perjudican al resto, más tarde o más temprano, el “efecto bumerán” afectará de igual manera al primero. Es necesario salir del espacio de ilusión. Por tanto, ha llegado la hora crítica de revisar los elementos políticos y económicos que construyen la interdependencia, no para abolirla, sino para reconstruir unos vínculos de dependencia que responsabilicen más a todos los eslabones de la cadena y se mutualicen de manera más acorde las consecuencias de transitar en un mundo en continuo cambio que requiere más instrumentos de libertad política para que el ciudadano fiscalice las políticas establecidas por los oligopolios políticos a nivel global.

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