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sábado 27 diciembre 2025
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Guerra y Waqf

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Es indecente, de puro inverosímil, el pretexto de los cohetes -que han causado unos veinticinco muertos en ocho años- aducido para justificar la invasión por parte de Israel de la franja de Gaza. Desde el día veintisiete de diciembre se han producido entre cuatrocientos y setecientos ataques con Qassam y morteros y, sin embargo, tanto el general Galant, como el señor Barak y el primer ministro, dicen estar cerca de cumplir con sus objetivos militares. Si el casus belli oficial fuera cierto e Israel se retirara de Gaza mientras los cohetes siguen cayendo sobre su territorio, la operación militar habría sido un fracaso tan rotundo como el ocurrido en el Líbano ante Hezbolá.   Las elecciones del diez de febrero en Israel, a las que los partidos musulmanes representados en el parlamento tienen prohibido presentarse por orden del Comité Electoral Central; la negativa, hace un año, por parte del señor Bush, a permitir sobrevolar Irak a los israelíes para atacar la instalación nuclear iraní de Natanz; y la preponderancia que el señor Obama pretende dar a la vía diplomática permiten, desde luego, entender el momento de la acción. Pero no el porqué. Este hay que buscarlo en los túneles para el tráfico de armas que llegan de Egipto. Anteayer, el impotente Ministro de Exteriores de la Autoridad Nacional Palestina acusaba paladinamente tanto a Hamás como a Israel de combatir por el control del paso de Rafah. Israel, después de perder la oportunidad de acreditar definitivamente como interlocutor al grupo que, además de reconocer el Estado hebreo, defendía una Palestina aconfesional (OLP), siente la medrosa necesidad de resucitar la coyuntura dirigiendo mediante la fuerza esta fase de la creación del Estado palestino. Los gobernantes del Likud no pueden consentir que el país del Nilo destruya casi dos años de trabajo concienzudo de bloqueo, embargo y asfixia; esperan que la población de la franja añore la paz que reina en Cisjordania y resucite a la derrotada -en las urnas y en la miniguerra civil- ANP. Para ello cuentan ya con el apoyo de la señora Clinton.   Y si este es el caso, si en verdad Israel habla el idioma de la guerra como Hamás lo hace con el de la religión, si siendo para estos la tierra de Palestina un Waqf -un bien cedido fiduciariamente a los musulmanes hasta que el Día del Juicio le sea entregado a Alá- y para aquél la guerra la seguridad prometida, estos enfrentamientos del como si benefician a ambos y entonces Israel, a pesar de no consentir que Hamás controle la frontera con Egipto, en ningún caso pasará de amenazar con ocupar las ciudades musulmanas o de realizar sólo incursiones menores en ellas.   Túneles de Gaza (foto: Zoriah)

Algo sólido

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José Luis Rodríguez (foto: Jaume d'Urgell) El desarrollo de la civilización se basa ampliamente en nuestra capacidad para predecir acontecimientos. Comprender que el sol saldrá todas las mañanas, o que si hago tal cosa existen tantas probabilidades de que se sucedan tales efectos, permite acciones cada vez más complejas cuya consecución, al ser observada, genera lo que denominamos conocimiento. Es posible que se trate de una de las necesidades psíquicas más elementales, provenientes (ontogenéticamente) de la absoluta indefensión del infante y (filogenéticamente) de la vastedad y brutalidad de la naturaleza. La incertidumbre nos devuelve, aunque sea sólo en la periferia de la conciencia, a tal sentimiento de desamparo.   Este hecho psicológico tan primario explica el refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer”, el lema por antonomasia no ya del prudente, sino del temeroso. En el terreno político explica en parte por qué las masas acuden a refrendar con su voto un sistema tan patentemente maligno, y se niegan siquiera a escuchar alternativas. El instinto les dicta: no, eso es imposible, demasiado arriesgado, prefiero lo que hay por muy malo que sea. De ahí que la libertad nunca haya sido cosa de mayorías. La libertad requiere un conocimiento tácito y consciente de un gran número de patrones establecidos para, contando con ellos, retarlos, hacia lo nuevo.   Por supuesto, existen muchos tipos de causas además de las psicológicas (sociales, económicas, institucionales, culturales) que dan razón del ser de la falta de libertad. Pero cuando un amigo de la infancia, de pensamiento siempre algo atávico pero casi siempre buscador y en general abierto, se aferra de pronto y para mi sorpresa a la idea de que Zapatero es el mejor presidente que ha tenido España en su historia, no puedo simplemente acudir para explicármelo a su ignorancia de la misma, sino a una forma elaboradísima de retornar a toda costa a aquella seguridad elemental ante la incertidumbre que individualmente nos proporcionó la madre y colectivamente la sabiduría acumulada.   Ahora bien, lo que a muchos se les escapa es que semejante seguridad, totalitaria por naturaleza, es imposible. Y que de hecho sólo aceptando el reto de la libertad podemos envolver grados mayores de certeza. Una paradoja que a veces cuesta la vida desentrañar.

Malestar judicial

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A causa del hartazgo de la carrera, cuatro asociaciones de jueces incitan a protestar el próximo 18 de febrero, y avisan de la convocatoria de una huelga el 26 de junio si no se atienden estas reivindicaciones: regular la carga máxima de trabajo, suprimir el traslado forzoso por ascenso, revisar los salarios, y tener la facultad de señalar juicios y vistas.   El ministro de Justicia cree que las críticas del Gobierno a la levedad de la sanción impuesta al juez Tirado (1500 euros por no ejecutar la pena contra el supuesto asesino de la niña Mari Luz) han sido “enormemente mal recibidas por el colectivo judicial” al considerarlas como una invasión de sus competencias, y explicarían la amenaza de una huelga, que sería “injustificable”. Fernández Bermejo indica que un titular del poder del Estado no puede permitirse el lujo de hacer huelga: “es una traición al mandato de los ciudadanos”. Don Mariano denuncia que, a pesar de que durante los ocho años de gobierno del PP “se hicieron cosas mínimas” en el ámbito judicial, sólo cuando gobierna el PSOE los jueces se atreven a convocar paros.   Mientras tanto, Rodríguez Zapatero, en Onda Cero, como siempre, se apresta al diálogo, y “más aún, tratándose de los jueces”, cuya respuesta al esfuerzo del Gobierno, duplicando la inversión para modernizar la tecnología de los juzgados e incrementar las plazas de jueces y fiscales, “no parece razonable”: “podrían haberlo pensado más” ya que “un juez es un poder independiente pero también un servidor público”.   La portavoz del CGPJ, Gabriela Bravo, discrepa con Fernández Bermejo acerca de si corresponde al Consejo determinar el derecho o no a la huelga de los jueces que “no está ni reconocido ni prohibido, simplemente no está previsto”. En cualquier caso, dicho órgano no tiene competencias jurisdiccionales, y sería el legislador quien debería decidir sobre este asunto. En el documento que han aprobado las asociaciones judiciales para “dignificar la función judicial y prestar un mejor servicio a los ciudadanos” se exige el respeto a un inexistente “principio de división de poderes” y a una “independencia del Poder Judicial” que todavía no han conquistado.   hechos significativos   Zapatero admite que su plan de apoyo a una banca “demasiado cauta” no beneficia a los ciudadanos. Gazprom no puede garantizar el suministro de gas a la UE a través del territorio ucraniano. Según la CNN, Obama ordenará cerrar Guantánamo inmediatamente.

Valores a la carta

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¡Es Supermán! (foto: Dude Crush) Valores a la carta ¿Qué tipo de sociedad considera un buen valor no tener valores? ¿Qué tipo de individuo cree que no tener prejuicios no es un prejuicio absurdo? Si existe algo más despreciable que las justificaciones o las críticas de quienes, entendiendo lo que significa la libertad, no luchan por conseguirla, es la personalización de los valores. No es extraño que estas lacras mentales habiten tantas veces en la misma persona; no es extraño que espectáculos como la posición oficial española ante la ofensiva israelí sobre Gaza o el paródico juicio a los políticos vascos, conduzcan a este delirante nihilismo.   El oportunismo moral, consecuencia de la servidumbre política y causa del afán de éxito social, explica cómo una sociedad incapaz de volver a creer en la generación espontánea de los seres, absolutamente cerrada al creacionismo biológico y filosófico (no, todavía, al teológico), sigue defendiendo, como si de una posición elegantemente respetuosa se tratara, la generación espontánea de los valores. Pensar que puede surgir algo de la nada, o que no es necesario esforzarse en comprender y criticar la propia cultura, es decir, ser culto, porque el humano es capaz de imponerse con la sola fuerza de su espíritu omnipotente a las propias condiciones sociales que lo han visto nacer, algo tan imposible como pedir que el individuo se imponga a la determinación anatómica de su especie, nos hace sentir menos la insoportable gravedad del no ser político.   De ahí al planeta Krypton hay sólo un paso. El ciudadano sin hogar necesita volar hasta los espacios de la fantasía para aliviar el lastre que la obediencia ciega impone a su cerebro. Pero, amoral por decreto progresérrimo, también el héroe necesita de las cosas más sencillas para saberse ligado a lo tangible. Por eso el superhombre conquista a todas las mujeres y asusta con la fuerza de sus puños a todos los chulánganos del universo. Y mientras esto ocurre en el pasacalles, los verdaderos héroes, es difícil no conocer alguno aunque fácil no reconocerlo, habitan un mundo sin brillo o éxito de por medio. El universo en el que los puños y los labios carnosos siguen existiendo, pero con menor solemnidad.

Jueces serviles

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El suave movimiento de protesta corporativa de los jueces, con amenaza de huelga general, está lastrado por el temor de que sus justificadas peticiones al Gobierno, para lograr una mayor eficiencia técnica de la función judicial, no sean bien acogidas, y ni siquiera comprendidas, por la sociedad civil. Ese temor está fundado en causas reales. En primer lugar, no existe una opinión pública distinta de la fabricada por el gobierno y los medios de mayor influencia. Y esta sedicente opinión pública es adversa a toda forma de rebelión judicial. En segundo lugar, el motivo subjetivo que desencadenó la reacción corporativa, la defensa del juez Tirado, extraña a la conciencia moral objetiva y tiñe al movimiento judicial de oportunista corporativismo. En tercer lugar, aunque su sueldo no corresponda a la dignidad ni a la trascendencia de su función, la judicatura forma parte de la élite social, de la clase dominante y, en esta Monarquía de Partidos, sean o no conscientes de ello los jueces, también de la clase gobernante. La única diferencia con los partidos es que no pertenecen a la clase reinante. Y la sociedad, ajena a estas disputas internas entre elementos estatales, mira la protesta judicial con la indiferencia o el malestar que la causaría la de cualquier otro sector de la administración pública. En cuarto lugar, y esto es lo decisivo, lo único que la sociedad civil apoyaría con entusiasmo seria un movimiento judicial por la independencia de su función, contra la sistemática injerencia del poder ejecutivo. La última, el uso de la escandalosa doctrina Botín, para impedir que se juzguen conductas ilegales de oligarcas de partidos vascos. Y esta reivindicación no figura en la lista de peticiones judiciales.   Resultaría evidente para todos que una reivindicación corporativa de la independencia judicial ya no sería vista, por nadie, como una rebelión de jueces serviles, para mejorar las condiciones materiales de su trabajo, y eliminar por completo el criterio de la productividad, incompatible con todos los procesos mentales que requieren excelencia para poder averiguar la verdad fáctica, reflexionar sobre las normas y juzgar la pertinencia de su aplicación a situaciones concretas. Esa reivindicación cualitativa, requisito sine qua non de la dignidad judicial, entrañaría el comienzo de una revolución política por la separación de poderes estatales, que arrastraría consigo a toda la parte sana y laocrática de la sociedad, hasta conseguir la transformación pacífica de la oligarquía de este Régimen partidocrático en verdadera democracia, con garantía institucional de la libertad política.   florilegio "Ser rebeldes es cosa de niños y de adultos orgullosos de su inmadurez. Las almas revolucionarias se dignifican moviéndose por la libertad de todos."

Planificación central

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Una de las cuestiones que no se debaten en el presente político de la partidocracia española y europea es la planificación centralista de la economía: ¿Es necesaria la planificación financiera del Banco Central Europeo al estilo soviético? ¿No es una institución planificadora de las finanzas que escapa al control de una verdadera democracia representativa con separación de poderes? ¿Se opone el Estado de Partidos a una República Constitucional porque implicaría la reforma radical de dicho órgano de planificación económica?   Fernández Ordóñez jura su cargo (foto: casareal.es) Los Bancos Centrales han sido uno de los pilares fundamentales del Estado de Partidos. Se difunde, por todos los medios de comunicación e intelectuales, que son la consecuencia necesaria del keynesianismo o intervención económica del Estado -especifican: “del bienestar”- para evitar, de esa forma, el aumento de la inflación y la falta de crédito para las empresas y los ciudadanos, cuando en realidad la ciencia económica muestra que el funcionamiento de los mismos conduce a una recesión económica cíclica con un aumento de los índices de desempleo y todo lo que ello implica de sufrimiento para el pueblo. El mismo pueblo que supuestamente gobierna y decide su política económica. En verdad los Bancos Centrales son instituciones de política económica y financiera que escapan al control de los pueblos de cada estado de la Unión Europea: la prueba está en que los parlamentarios y gobiernos, nacionales y europeos, no podrían obedecer dos posibles mandatos libres y racionales de sus ciudadanos: 1) la reforma jurídica del depósito bancario a la vista que obligue a los bancos a un coeficiente de caja del cien por cien, y 2) la mayor o menor producción de papel moneda en los momentos que los ciudadanos decidan mediante sus representantes o gobierno.   La partidocracia defiende a una oligarquía por lo que es incompatible con la ética y la moralidad de que el depósito bancario se regule como todo depósito de bienes fungibles y que sea la sociedad la que decida el precio de los créditos en libre competencia; en cambio, tiene que legalizar un sistema de préstamos bajo el falso nombre de “depósito” y, a su vez, un sistema de intervención partidista, y sin control, de la cantidad de dinero en el mercado. Ello supone que el Estado de Partidos está obligado a provocar la recesión cíclica de la economía.

¿Fin del Estado?

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La tesis sobre el fin del Estado son conocidas pero no populares. Carl Schmitt lo advirtió hace bastantes años. Cabe preguntarse si la crisis actual del Estado de Bienestar no será el comienzo del final de la estatalidad.   El Estado es un concepto político, una de las posibles formas de lo político y lo que Schmitt denunciaba es su creciente despolitización. Ahora la economía, que no es un concepto político sino uno de lo sectores de los que vive lo Político, parece haber dado el paso definitivo para redefinir el concepto del Estado. A partir de la guerra fría, la política económica ha absorbido a la política estricta. Las llamadas políticas públicas no son más que humanitarismo (no por cierto humanitario) determinado por la economía al servicio de la demagogia. De ahí, el gigantesco aumento de los impuestos y, lógicamente, de las burocracias que consumen una proporción cada vez mayor del Presupuesto. Los impuestos son la sangre del Estado (“el dinero es la sangre de la república”, decía Hobbes al exponer su teoría del Estado), y el Presupuesto, según Schumpeter, su esqueleto.   La actividad propiamente política del Estado se ha degradado en pura demagogia al competir los políticos profesionales que dirigen la burocracia por disponer de sus recursos. Y la avidez ha fomentado la importancia de las finanzas: dirigiendo el crédito como convenga aumentan los beneficios de las clases dirigentes. El Estado casi no es más que una trama de negocios, cuya “política” –las “políticas públicas”- oculta los verdaderos intereses. Incluso en la política internacional, la principal causa de los conflictos no es ya política, sino la demagogia que se lucra de ellos; sin contar las ayudas “humanitarias”, los conflictos y las guerras sirven a la demagogia. Un ejemplo próximo evidente es el de los nacionalismos españoles, una invención por la pseudoConstitución de 1978 de falsos conflictos políticos, cuya verdadera ratio es, dicho toscamente, dineraria: la apetencia de ventajas económicas de las oligarquías que los agitan apoyándose en una hiperburocracia y en clientelas económico-políticas; la pseudohistoria, la etnia, el folklore, la lengua, son máscaras encubridoras.   La política es hoy economía. Por eso, el chivo expiatorio es el mercado. Pero el mercado ya no es más que lo que quieren que sea los intereses político-burocráticos y financieros. De ahí, por ejemplo, las escandalosas ayudas públicas –y con deuda pública, que el común de la gente cree que no paga nadie, sino que es fruto de la capacidad mágica de los políticos y su burocracia- a las finanzas de los responsables del desastre económico.   La auténtica política se ordena al bien común. Pero este es un concepto excluido de la “política” por “anticuado”. La política estatal apenas es otra cosa que la “política” de las oligarquías, cuya sensibilidad política se ha diluido en la mera sensibilidad económica. En estas condiciones, ¿puede sobrevivir el Estado, cuyo concepto es puramente político?

Blanco de la inseparación

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El bajo nivel intelectual de la clase política desnuda groseramente la gran mentira de esta falsa democracia. La estulticia de los rectores de los partidos y la obediencia irracional al líder como valor sustituto de la lealtad, aparcan las sutilezas y paños calientes dando con descaro voz pública al secreto fundador.   El vicesecretario general del PSOE, D. José Blanco, se ha defendido de las acusaciones de las asociaciones judiciales de no respetar la independencia judicial con sus críticas a la leve sanción impuesta por la comisión disciplinaria del CGPJ al Juez Tirado afirmando que dicho órgano de gobierno de los jueces “no es un Tribunal de Justicia” sino “un órgano político”. La simplicidad intelectual del personaje no le permite exquisitez oratoria alguna para disimilar la verdad del dominio político de la justicia.   Estos personajes, flor de invernadero de los partidos, habría que inventarlos si no existieran, pues sólo con dejarlos hablar despiertan la intuición general de la verdad como sinónimo de la libertad. Y es que, tratando de salir del atolladero en que tal afirmación le había metido, intentó suavizarla subrayando a continuación que “a diferencia de algunos” él si sabe “lo que es la separación de poderes ya que como diputado represento a una ciudadanía que sigue atónita ante una decisión como la adoptada por el CGPJ” y que “si hubiese sabido que alguno de los miembros del CGPJ que han sido elegidos por el parlamento iban a tener el comportamiento que tuvieron, me hubiera replanteado mi voto”.   No está nada mal, el reconocimiento expreso del carácter meramente político del CGPJ se acompaña servido de la advertencia de su obligatoria sumisión a los partidos políticos como requisito de elección de sus vocales. Si a ello añadimos la falsedad de que el Sr. Blanco represente a nadie más que a su propia facción, sobra cualquier comentario o valoración de sus palabras.   José Blanco (foto: PSOE) La difusión de los “pensamientos” de una clase política de ínfimo nivel intelectual como éste de D. José, mediante su reproducción literal, sin nota, aclaración ni comentario, son más eficaces que cualquier columna que los glose para denunciar la ausencia de separación de poderes y en consecuencia, de democracia o constitución. Funcionarios de partido que extremando el celo de su servicio se arrogan una representación inexistente para autoafirmarse en su propio papel sin recato ni disimulo, proclamando a los cuatro vientos las mentiras que los sostienen en el poder.

Meritocracia investigadora

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Cristina Garmendia (foto: Patxi López) España no funciona como una meritocracia en casi ningún ámbito de la sociedad, quizás excluyendo parte de la empresa privada. Utilizar las influencias familiares o las adquiridas mediante la amistad para acceder a un puesto de trabajo es parte de nuestra cultura, e incluso está socialmente aceptado. Sin ir a escalafones inferiores, sólo hay que ver la lista de ministros del gobierno y comprobar algunos de los currículos para observar circunstancias más que curiosas. En el campo de la ciencia, donde los méritos deberían ser los únicos factores a tener en cuenta, el sistema de acceso a las universidades o los centros de investigación públicos está invadido cual cáncer metastásico por la endogamia, y muchas veces por su pariente próximo el nepotismo. Casi la totalidad de las plazas que salen a concurso tienen nombre y apellidos con antelación, normalmente a ocupar por un candidato “de la casa”, y los opositores externos que se presentan a ellas no suelen tener ninguna oportunidad, aunque sus CVs sean superiores. El sistema es injusto, perpetúa los vicios, y ningún responsable parece dispuesto a cambiarlo.   Una posible solución consistiría en evaluaciones independientes (por agentes extranjeros) que puntuasen la calidad científica de los centros de investigación nacionales. El dinero disponible para ciencia se repartiría entre aquellas instituciones que presenten las puntuaciones más altas, dejando al margen aquellas que han obtenido peores calificaciones. De este modo, las universidades y CSIC pujarían por fichar a los mejores científicos del país: a mayor nota, más dinero para la institución y mayor prestigio. Así funcionan los clubes de fútbol, y no les va nada mal: los jugadores de la cantera que valen llegarán al primer equipo, el resto se irán a otro sitio. ¿Ingenuo, irreal, fantasioso? Para nada: el sistema de investigación del Reino Unido, segundo por detrás de Estados Unidos, funciona de esta manera, y algunos de sus centros y universidades están entre los más prestigiosos del mundo. Pero nuestros vecinos anglosajones viven en una meritocracia, que tiene sus imperfecciones y sus pegas, pero donde aquellos que lo ambicionan tienen vías razonables para conseguir lo que desean. Aquí nos tenemos que conformar con lo que nos toca, los que tienen suerte. Muchos otros se quedan por el camino, tirando a la basura años de sacrificio y de recursos públicos.

Belicosa necedad

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Entre los siglos VI y III antes de Cristo, grandes maestros del pensamiento, rindiéndose ante la evidencia de la guerra, omnipresente en China, elaboraron teorías para convertirla en un mal menos pernicioso o incluso hacerla desaparecer el mayor tiempo posible. “El arte de la guerra” de Sunzi analiza, sin trivialidades, la guerra, los mecanismos de manipulación del ser humano (el espionaje, el engaño sistemático, las maniobras de distracción) y exhorta a informarse detalladamente de lo que caracteriza al enemigo: su disciplina o desorden, su poderío y sus flancos débiles, sus temores y lo que sostiene su moral de combate, las peculiaridades de su territorio, adaptándose con total fluidez, como el agua, a los accidentes geográficos y a los movimientos de su contendiente.   El libro de Sunzi también muestra cómo provocar que el enemigo, sea quien, sin saberlo, llegue a crear la situación más propicia para vencerlo. Las masas, para el estratega, constituyen la máquina de guerra o el ganado sacrificable: “El santo” -que sería el rey o el general, con un poder absoluto sobre sus huestes- “no es humano, trata a los hombres como perros de paja”. La implacable frialdad ante los fenómenos bélicos excluye cualquier apasionamiento: “El soberano no debe movilizar las tropas movido por la cólera, ni el general acudir al combate movido por el resentimiento”.   En el avispero de Oriente Próximo, las provocaciones y las celadas se atribuyen tanto a los israelíes como a los palestinos; unos acusan a los santones de Hamás de camuflarse, sin el menor escrúpulo, entre la población civil; otros, indican que el Tsahal quiere culminar en Gaza lo que no logró, hace dos años, contra Hezbolah en el Líbano.   Más allá de la iniquidad intelectual que enarbola “holocaustos” y “genocidios”, no tiene sentido, o es una completa idiotez que no ayuda en absoluto a la causa de la paz, pensar que el mando israelí elige deliberadamente objetivos civiles –otra cosa son los errores, que, en la guerra, no son excepcionales-. La matanza de personas inofensivas incrementa la cohesión social del pueblo y el ejército contrarios, y quebranta la coherencia interna de las opiniones públicas que sostienen la decisión de combatir de sus Gobiernos.   Por la paz en Palestina (foto: Carlos Capote)

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