En el capítulo nº 80 del programa «La partidocracia entre líneas» Juanjo Charro y Fernando de las Heras analizan la siguiente noticia:
CIS valida el «efecto Sánchez» y catapulta al PSC. Edición impresa de El País del 7 de mayo de 2024, página 13.
En el capítulo nº 80 del programa «La partidocracia entre líneas» Juanjo Charro y Fernando de las Heras analizan la siguiente noticia:
CIS valida el «efecto Sánchez» y catapulta al PSC. Edición impresa de El País del 7 de mayo de 2024, página 13.
Hasta la fecha, la falacia del regeneracionismo había sido utilizada por los partidos de la oposición como atractivo electoral. Un imposible cambio sustancial en la relación de poder entre gobernantes y gobernados sin romper con el monopolio de los partidos. Hablar de regeneración democrática es absurdo porque no se puede volver a generar lo que nunca ha existido.
Nada puede regenerarse con un legislativo que constitucionalmente despoja a la nación de su potestad de hacer leyes, entregándosela a los partidos. Dicha sustracción es elevada a rango constitucional en el artículo 68.3, al basar el criterio de elección del diputado en el sistema proporcional, el cual es absolutamente incompatible con la democracia representativa. Imposibilita el mandato imperativo entre el elector y el elegido, para disolverse en una imposible representación proporcional en la que los únicos sujetos políticos reconocidos son los partidos políticos. Sólo éstos y en exclusiva «expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política» (art. 6).
Tampoco la configuración legal del poder ejecutivo permite regeneración alguna, cuando éste deviene directamente de la confianza de la cámara en favor del candidato presidencial presentado por el partido ganador, a través del juego de mayorías y pactos que se produce de espaldas al votante, que permanece al margen del mercadeo de escaños. Así lo establece el artículo 99 de la Carta Magna, que regula el mecanismo de elección del presidente del Gobierno.
Por último, tampoco puede regenerarse nada con una facultad jurisdiccional que ni siquiera tiene reconocimiento institucional expreso en la Constitución, recogiendo tan solo a partir del artículo 117 la independencia personal de jueces y magistrados, pero no la independencia funcional, presupuestaria ni orgánica de la Justicia.
Pero si la apelación a la regeneración ha sido hasta ahora un expediente demagógico de la oposición, lo novedoso es que sea utilizado por el gobierno, adelantando sus intenciones de someter más aun a jueces y periodistas.
Conociendo la naturaleza del régimen de libertades otorgadas, sin libertad política cualquier llamada al regeneracionismo desde el poder no será sino la autoafirmación de su verdadera naturaleza sin tapujos, descarnadamente. Y eso tiene un nombre, involución.
Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 211 de «La lucha por el derecho» nos habla de lo curioso que es que sea precisamente Pedro Sánchez quién habla de regenerar el régimen del 78.
El pasado 7 de mayo nuestro compañero Pedro Manuel González fue invitado al canal de YouTube de Moisés Pujante (Contra Todos) para debatir con Miguel Colomo sobre dos posturas alternativas ante la ausencia de democracia y de representación política en España. El primero de éstos defendió la abstención electoral activa mientras el segundo defendió la participación en las votaciones mediante listas de partido con el objetivo de dejar vacíos los escaños obtenidos.
¿Hay democracia en Suiza? ¿Su modelo político es mejor que el planteado por Antonio García-Trevijano? ¿Es mejor romper con el régimen del 78 mediante la conquista de la hegemonía cultural y una abstención mayoritaria, o puede reformarse dando visibilidad al descontento popular en forma de escaños vacíos? Estas y otras cuestiones fueron debatidas por los dos colocutores en un provechoso debate que convidamos al lector a escuchar.
Después de escuchar el vídeo, el televidente habrá descubierto algunos de los entresijos acerca de lo político y completado aún más su entendimiento sobre la situación política española. Podrá emitir su veredicto.
El concepto de «lo político», de acuerdo con Carl Schmitt, designa «el grado extremo de intensidad de una unión o de una separación, una asociación o una disociación».
Lo político contiene el problema, puesto que incluye el conflicto, pero también es parte de la solución, ya que puede moderarlo. Así, a modo de las dos caras de Jano, tiene un rostro conflictivo y otro ordenador: «Estado y revolución, Leviatán y Behemoth, ambos siempre están presentes y potencialmente siempre están activos». La República Constitucional de Antonio García-Trevijano se encarga sobre todo de explicar la solución de cómo controlar a la oligarquía, única forma real de gobierno de acuerdo con Gonzalo Fernández de la Mora.
Pues bien, ante la inexistencia real de las cínicas teorías contractualistas del Estado —ya que nadie ha suscrito un contrato ni expreso ni tácito—, la única forma de que el Estado pudiera llegar a ser una «asociación» es que la Constitución deje de ser una carta otorgada; instaurando la libertad política colectiva mediante la representación verdadera por diputados de distrito con mandato imperativo y la separación de poderes en origen, con distintas elecciones para el ejecutivo (gobierno) y el legislativo (nación), de acuerdo con la libertad constituyente, es decir, la de todos.
Pero para ello es necesario previamente alcanzar la hegemonía cultural de la libertad política colectiva. Y la asociación para la realización de las acciones pertinentes y oportunas para conseguirla.
Una oligarquía sin control es una mafia dirigente impuesta, en nuestro caso, mediante el reparto consensual del botín tras la ratificación de las listas de partidos estatales. Sólo permite la servidumbre.
En cambio, la oligarquía controlada, a través de los mecanismos de la República Constitucional, es «asociacionismo» de verdaderos ciudadanos, que eligen de verdad a representantes de verdad, controlándolos e incluso deponiéndolos en cualquier momento, si así lo consideraran los representados.
La relación existencial de amigo-enemigo es inexorable. Lo político no puede ser eliminado. Siempre va a gobernar una oligarquía. Pongamos la intensidad en la asociación con el fin de poder controlar «la asociación». Como en el Bolero de Ravel, que es casi imperceptible al comienzo, pero va definitivamente in crescendo.
La izquierda no tiene como fin la creación de naciones.
El nacionalismo siempre ha sido un objetivo de la derecha.
Fuentes:
Radio libertad constituyente:
https://www.ivoox.com/rlc-09-11-2013-caso-troitino-nueva-imagen-psoe-monarquia-audios-mp3_rf_2536727_1.html
Música: La Macarena, de Luis Leandro Mariani (1864-1925). Interpretado por Ana Benavides.
Hoy, en el décimo nº11 de «La huella», Vicente Carreño entrevista al escritor y catedrático de Latín Martín-Miguel Rubio Esteban.
Música: «Melodía para Lázaro», compuesta por Heliodoro Rodríguez.
Hoy, en el capítulo nº 11 de “Nuestras ideas”, Daniel Vázquez Barrón nos explica por qué la separación de los poderes es esencial para que exista libertad política.
Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 210 de «La lucha por el derecho» nos habla del amago de dimisión de Pedro Sánchez.
El espectáculo del amago de dimisión de Sánchez ha vuelto a sacar a flote ese expediente tan español fruto del comportamiento inmoral de su clase política, la dimisión en grado de tentativa.
Esta vez, al tratarse del sumo sacerdote de la partidocracia, la puesta a disposición del cargo a los pies del jefe para no ser aceptada ha sido sustituida por la íntima reflexión de fin de semana. Y luego a seguir libre de polvo y paja.
Que en España no se lleva eso de dimitir de los cargos públicos no es algo nuevo. La memoria política define como excepción el comportamiento de quienes colgaron las botas ante un descalabro en sus responsabilidades políticas.
Las elementales normas de urbanidad política califican eso de la «dimisión irrevocable» como un pleonasmo. ¿Pero cómo alguien con la mínima consideración de sí mismo que haya tomado la decisión de abandonar un cargo puede permitir que se le sujete a la silla? No cabe mayor indignidad, por no hablar de la descalificación moral automática que supone para seguir en el ejercicio de las funciones atribuidas.
Lo mismo cabe decir de este amago presidencial. Si se dimite sólo se anuncia una vez adoptada la decisión, a no ser que la intención sea la legitimación popular del cesarismo. Se ve que Sánchez le cogió el gustillo a aquella nefasta conducta de los tiempos del ilegal estado de alarma de sembrar la incertidumbre con medidas que anunciaba antes de publicarlas en el BOE y que afectaban a millones de personas.
Sin embargo, el atornilllamiento al cargo, que repele de la digna despedida, no es algo genético de los españoles, sino que trae causa de la imposibilidad de distinguir entre responsabilidades penales y responsabilidades políticas si no existe independencia judicial. Sin separación entre la política y la justicia ambas responsabilidades irán aparejadas. O todas o ninguna. Yo no me voy, que me denuncien y que me eche un juez. Por ende y a contrario sensu, dimitir supone poco menos que reconocer la comisión de delito.
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