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sábado 20 diciembre 2025
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Un análisis criminológico de la corrupción política: la teoría de las ventanas rotas

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A mediados de los 70, ciertos estudios criminológicos vincularon el desorden físico y social con los sentimientos de inseguridad que padecía una comunidad. Se comprobó que la actividad delictiva estaba más presente en las zonas donde el abandono social era mayor. Si en una población dada se rompía un vidrio y éste no era reparado, pronto ese hecho era repetido. Si no se combatía esa pequeña forma de delincuencia, el sentimiento de impunidad fomentaba la comisión de actos más graves. El desorden generaba retraimiento colectivo, que a su vez conducía a más delincuencia, iniciándose un círculo vicioso de conductas antisociales y delictivas.

A partir de esas ideas se formuló la teoría de las ventanas rotas: su punto de partida consistía en combatir las pequeñas formas de vandalismo o delincuencia, arreglar los problemas cuando aún son pequeños y no cuando se intensifican. Corregir lo pequeño para evitar lo grande. Pero esta teoría no solo puede aplicarse al ámbito de la delincuencia común, sino también —y con especial pertinencia— a la delincuencia de la clase política. La corrupción se gesta igual que el pequeño vandalismo: primero se hacen ciertos favores, luego llegan las mordidas y, cuando eso pasa a formar parte de la normalidad del sistema, se termina olvidando declarar cinco milloncetes escondidos en un banco de la República Dominicana.

Esto es así porque, desde la Transición, los delitos de corrupción no han sido una excepción: se han convertido en un auténtico factor de gobierno (Antonio García-Trevijano). Numerosos casos dan cuenta de este tipo de delitos: financiación irregular, corrupción urbanística —que ha contribuido enormemente al actual problema de acceso a la vivienda—, adjudicaciones a dedo de contratos públicos a las grandes empresas, puertas giratorias, etcétera. Hechos que se han visto agravados por la figura decimonónica del indulto, que en no pocas ocasiones ha ayudado a normalizar las prácticas corruptas, y, por lo tanto, a dificultar su prevención.

La falta de control del poder político ha convertido la impunidad de los políticos en costumbre. Los crímenes detrás de sus grandes fortunas hacen buena la célebre sentencia de Balzac («en el origen de toda gran fortuna hay un crimen»). No obstante, no podemos olvidar que la sociedad es consentidora de este tipo de delitos desde el momento en el que defiende a los políticos corruptos, llegando a identificarse con ellos. «Todos los crímenes y corrupciones de los partidos estatales son crímenes y corrupciones del pueblo que los vota. No porque éste se considere representado por ellos, sino porque tiene el sentimiento identitario de identificarse con ellos» (Gerard Leibholz, 1958).

Así pues, «las sociedades tienen los criminales que se merecen» (Lacassagne, 1885). Los votantes consienten la corrupción y la no asunción de responsabilidad. Tienen, por tanto, los gobiernos que se merecen. Quien vota es cómplice y manda un mensaje claro de total impunidad y normalidad ante los delitos cometidos.

El sentimiento de impunidad percibido por quien realiza pequeños actos vandálicos provoca en el resto de la comunidad una escalada de violencia, motivada por la ausencia de reproche penal. Lo mismo sucede con los actos de corrupción de la clase política: su causa principal no es tanto que existan personas corruptas, sino la ausencia total de un poder que vigile. La impunidad correlaciona con la delincuencia, del mismo modo que la falta de separación de poderes conduce indefectiblemente a la corrupción.

La teoría de las ventanas rotas nos enseña que la degradación comienza por los pequeños actos no corregidos. En el ámbito político, cada acto de corrupción impune es una ventana rota de un edificio que prueba que no vivimos en una democracia. Mientras los partidos sean estatales y controlen todas las instituciones, mientras no exista separación de poderes ni representación política, la impunidad seguirá siendo la norma, y cada ventana rota del sistema político seguirá multiplicándose en un edificio del que no hay nada que reparar.

La UE, Sánchez y Gisbert patinan

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 287 de «La lucha por el derecho» analiza el informe del abogado general de la Unión Europea avalando la ley de amnistía, una afirmación de Pedro Sánchez acerca del parlamentarismo y unos comentarios de Rubén Gisbert atacando al MCRC.

Os recordamos que el próximo 7 de diciembre volverá a representarse la obra de teatro Patología de la Transición, en el teatro Victoria de Madrid a las 19:00h. Podéis comprar las entradas en el siguiente enlace: https://www.giglon.com/todos?idEvent=patologia-de-la-transicion#cookies-display/0

La enésima ingenuidad del europeísmo ideológico

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El reciente dictamen del abogado general de la Unión Europea, avalando la compatibilidad de la Ley de Amnistía con el derecho comunitario, sólo ha sorprendido a quienes, pese a los reiterados golpes de la realidad, persisten en refugiar su frustración política en un europeísmo providencialista que jamás ha respondido a sus expectativas.

Porque quienes esperaban que Bruselas —esa vasta maquinaria burocrática al servicio de los gobiernos de los Estados miembros— acudiera en su rescate para declarar ilegal la amnistía, desconocen la verdadera naturaleza de la Unión: un entramado institucional que no se mueve por principios, sino por equilibrios entre las mismas partidocracias que gobiernan España.

Se repite el mito, y a la vez el complejo, de la Europa salvadora. No es la primera vez que se deposita en la UE la esperanza de que actúe como un poder corrector, como una suerte de conciencia supranacional. La realidad, sin embargo, es tozuda: la Unión jamás se ha concebido como garante de la separación de los poderes dentro de los Estados, ni de la representación política de la que ella misma carece. No fiscaliza desviaciones de poder ni corrige los excesos de Ejecutivos adictos a instrumentalizar la Justicia. Su función es otra: armonizar conveniencias de poderes fácticos, coordinar burocracias y asegurar la estabilidad de las partidocracias del continente.

Por eso sorprende —y a la vez confirma esa acomplejada ingenuidad tan española— que algunos hayan aguardado con ansiedad mesiánica a que Luxemburgo desmontara una ley que, guste o no, forma parte de las transacciones políticas internas de un Estado miembro.

Si algo debería haber disipado cualquier esperanza fue el episodio de la inmunidad jurisdiccional y la negativa a la entrega de Puigdemont. La euroorden, diseñada para evitar refugios nacionales a delincuentes comunes, se demostró impotente frente a un prófugo que instrumentalizó el Parlamento Europeo para blindarse políticamente.

Europa no quiso entregar a Puigdemont porque Europa nunca interfiere en los equilibrios políticos internos de los Estados… salvo para preservarlos. Aquel fracaso, lejos de ser un accidente, constituye la prueba de que la UE —presionada por las necesidades de estabilidad de sus gobiernos y partidos dominantes— jamás actuará como instancia correctora. Pretender lo contrario es ignorar su diseño.

El abogado general no hace más que seguir la línea tradicional: no entrar en el fondo político, reconocer al Estado miembro un amplísimo margen de discrecionalidad y preservar la apariencia de neutralidad institucional. El mensaje es claro: si España decide amnistiar a quienes atacaron su orden político actualmente instituido, será una cuestión de política interna, no de derecho europeo. Y la UE, por descontado, no va a dinamitar un pacto entre partidos que sostienen gobiernos dentro del Consejo Europeo.

Quienes fían a Bruselas la defensa del derecho positivo español no sólo yerran el diagnóstico, sino que trasladan al exterior unas responsabilidades que son exclusivamente nuestras: las de acabar con las élites partidocráticas, impedir que manipulen el poder judicial y reclamar un sistema representativo.

Mientras se mantenga la ficción de que «Europa nos salvará», los partidos seguirán encantados de utilizar esta coartada:
—No es culpa nuestra —dirán—. Europa lo permite.
Y la ciudadanía, huérfana de poder político, continuará creyendo que existe un guardián que nunca llegará.

El dictamen de Luxemburgo no legitima la amnistía: simplemente confirma lo sabido. La UE no está diseñada para intervenir en las oligarquías políticas de sus miembros, porque es, ella misma, una superestructura de las mismas partidocracias que sufren los europeos. Si alguien quiere frenar estos procesos, tendrá que hacerlo aquí, no en Bruselas. Porque Europa nunca viene a salvarnos. Europa solo viene a ratificar lo que ya han decidido nuestros partidos.

La libertad política colectiva es realizable

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Las ideologías interpretan la realidad desde una sola idea. La libertad política colectiva responde a unas reglas de juego formales donde cada ideología, derecha e izquierda, intervenga políticamente.

Interviene José de Murcia y como presentador Alberto Iturralde.

Fuentes del audio:

Radio libertad constituyente: https://www.ivoox.com/rlc-2018-01-26-piensa-veras-audios-mp3_rf_23386869_1.html

Música: Allegro assai. BWV 1062. J.S.Bach.

El negocio (en los despachos) del consenso oligárquico

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Acuerdo de ley

 que luego irá al Congreso

para que los diputados,

elegidos por

 los propios partidos políticos,

la voten

(con mandato imperativo).

 MANDATO IMPERATIVO

PROHIBIDO

 EN LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA,

que se inclumple sistemáticamente

desde el día siguiente al que entró en vigor,

 el 6 de diciembre de 1978,

 mediante

 el eufemismo de la

 «DISCIPLINA DE PARTIDO».

Así llevamos casi 50 años,

convirtiendo todas las leyes aprobadas

en el Parlamento Paripé

en ilegales.

Vean el artículo 67.2 de la Constitución Española

en el que se explicita la imposiblidad de tal mandato:

A continuación,

una entrada de Javier Sierra Rodríguez

 en la que se habla

del mandato imperativo en el Estado de partidos

(la partitocracia u oligarquía de partidos),

 la disciplina de partido y sus consecuencias:

Alemania y Francia: ¿las locomotoras de Europa?

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Tradicionalmente, Alemania ha sido la locomotora económica de Europa, mostrando las cifras más altas de crecimiento y «tirando» del resto de países. Francia secundaba esta posición. Sin embargo, en los últimos años la situación ha cambiado y ambos países muestran cifras económicas menos esperanzadoras.

En 2024, Alemania tuvo una ligera contracción del -0,2% del PIB, y en 2025 se espera un crecimiento muy ligero o prácticamente nulo. Francia también tuvo un crecimiento bajo en 2024, de un 1,1%, y en 2025 se espera que baje a un 0,6% – 0,8%.

El déficit fiscal de Alemania en 2024 fue de -2,8%, destacando negativamente el de Francia con un -5.8%, con mala proyección debido a la inestabilidad política. (En el gráfico, la línea discontinua marca el umbral del -3% exigido por la UE).

En cuanto a la deuda pública, Alemania tiene un 63% sobre el PIB en 2024 (muy buen dato) y Francia un 113% en 2024.

En definitiva, las cifras de crecimiento de Alemania son peores que las de Francia —aunque las del país galo tampoco son buenas—. Así mismo, también es de destacar el mayor descontrol de las finanzas públicas que hay en la República Francesa.

Friedrich Merz, actual canciller de Alemania, ha dicho que va a reducir el Estado del bienestar, mostrando el camino de control de las finanzas públicas como vía para salir de la situación actual. Tanto en Francia como en Alemania las opciones de extrema derecha suben en las encuestas electorales.

Pero, ¿por qué ocurre esto?

Según una de las corrientes de opinión, es que Europa ha perdido el tren de las nuevas tecnologías. Los gigantes como Estados Unidos y China se han desarrollado mucho en este sector y Europa no ha sabido «subirse al carro». El tamaño es importante para desarrollar la nueva economía, y quizá, en los últimos años Europa no ha desarrollado proyectos panaeuropeos que puedan liderar en este campo. Proyectos como Airbus y Amadeus, con la colaboración de distintos países europeos, se han echado de menos.

Además, tanto Alemania como Francia son economías más orientadas a la industria, donde hay más competencia global, sobre todo procedente de China, en productos como automóviles, maquinaria, etc. Otras economías más orientadas a los servicios están más preparadas para afrontar esta competencia.

Sin duda, pueden existir otros factores como son la reciente crisis energética que ha sufrido Alemania por la guerra de Ucrania, la demografía adversa o una inversión insuficiente con infraestructuras obsoletas.

También se achaca al poco crecimiento de estos países y la burocratización de las instituciones europeas, que en muchos casos frenan el desarrollo europeo en vez de alentarlo.

El Fondo Next Generation EU otorgaba subvenciones con el objetivo de financiar los costes de digitalización de las empresas europeas. Estos deben ejecutarse por completo para el 31 de agosto de 2026. Sin duda, es un esfuerzo para apoyar la digitalización, y se sacarán conclusiones sobre si es la forma adecuada o no de fomentar el sector de las nuevas tecnologías.

Alemania y Francia aún tienen, por supuesto, un peso específico importante en el continente. Pero Europa ya no inspira. Se ha convertido en un espacio de burocracia y de gestión, en un gigante normativo con pies de barro; en una estructura que regula más de lo que impulsa. No se puede vivir alejado de los tiempos que corren, y, quizá el problema no sea la falta de unión, sino la ausencia de propósito. Sin una idea que la justifique, Europa corre el riesgo de existir solo por inercia.

Hice lo que EEUU me ordenó para seguir en el trono

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 286 de «La lucha por el derecho» analiza las últimas declaraciones del rey abdicado.

Os recordamos que el próximo 7 de diciembre volverá a representarse la obra de teatro Patología de la Transición, en el teatro Victoria de Madrid a las 19:00h. Podéis comprar las entradas en el siguiente enlace: https://www.giglon.com/todos?idEvent=patologia-de-la-transicion#cookies-display/0

La mentira fundante

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El rey Juan Carlos ha afirmado que «dio a los españoles una democracia» y que esa sería su «herencia». Con una sola frase, el monarca abdicado ha condensado toda la falsedad política en la que vivimos desde la muerte del dictador: la confusión deliberada entre la libertad política y la libertad de obedecer.

El Borbón no dio a los españoles una democracia, porque en España no existe democracia alguna. Lo que existe es una monarquía de partidos: una oligarquía donde los ciudadanos carecen de representación política, y donde el poder ejecutivo domina al legislativo desde su banco azul, anulando la separación de poderes que supone la condición sine qua non de toda democracia.

Por otro lado, la democracia no se concede, se conquista. No puede nacer de una voluntad real ni de un consenso entre élites, porque su origen reside en el poder constituyente de los gobernados. El español, sin embargo, nunca fue sujeto constituyente: se le impuso una Constitución elaborada por representantes de quienes ostentaban el poder y querían conservarlo, y de quienes ansiaban alcanzarlo, no por representantes de la nación. La ratificación posterior no fue un acto constitutivo, sino un plebiscito de adhesión a un texto cerrado.

Por eso, afirmar que Juan Carlos «dio una democracia» es, en realidad, una confesión política: reconoce que la actual forma de Estado es una monarquía otorgada. Una carta adornada con el lenguaje del pluralismo y el espejismo del voto. Pero votar no es elegir, y menos aún lo es escoger entre listas confeccionadas por las cúpulas de los partidos. Los españoles pueden votar, sí, pero no pueden elegir a sus legisladores ni a sus gobernantes, ni destituirlos. Esto basta para afirmar, sin matices ni eufemismos, que en España no hay democracia.

El legado de Juan Carlos no es una democracia, sino la perpetuación del principio monárquico bajo la apariencia de las libertades concedidas. Su «herencia» es un sistema de partidos estatales, sustituyendo la voluntad nacional por el consenso oligárquico. La democracia es el control de los gobernados sobre el poder político, y eso exige la separación en origen de poderes y la elección de los representantes del pueblo.

Un rey puede heredar un trono, pero jamás puede «dar» una democracia.
Porque la democracia no se hereda: se constituye.

La cultura política de la libertad colectiva

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Comienza don Antonio narrando el origen histórico de la palabra revolución. Posteriormente apela a la revolución cultural de la libertad política colectiva.

Interviene Pascual de Murcia y como presentador Alberto Iturralde.

Fuentes del audio:

Radio libertad constituyente: https://www.ivoox.com/rlc-2018-01-26-piensa-veras-audios-mp3_rf_23386869_1.html

Música: Allegro. BWV 1062. J.S.Bach.

El Parlamento paripé

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DIPUTADOS LEVANTANDO EL BRAZO

INDICANDO A SUS COMPAÑEROS

 LO QUE DEBEN VOTAR,

POR ORDEN DEL JEFE DEL PARTIDO.

Se supone

 que el Parlamento está para debatir las leyes.

Se supone

que los diputados son los que presentan las leyes.

Se supone que hay

SEPARACIÓN DE PODERES,

una de las condiciones imprescindibles

para que haya democracia.

PERO NO.

¿Dónde está aquí el parlamentarismo?

¿Dónde esta aquí el debate de las leyes?

¿Dónde esta aquí el poder legislativo?

EL PODER LEGISLATIVO

EN ESPAÑA

NO EXISTE.

ESTÁ SECUESTRADO

POR LOS JEFES DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS,

QUE SON LO QUE DEBATEN Y HACEN LAS LEYES

EN LOS DESPACHOS,

 ¡POR CONSENSO!

EL VERDADERO PARLAMENTARISMO

 ESTÁ EN LOS DESPACHOS

DE LOS OLIGARCAS,

 LOS JEFES DE LOS PARTIDOS.

POR LO TANTO,

El poder legislativo, el Congreso de los Diputados,

está controlado

 absolutamente

 por la oligarquía de partidos:

 los jefes de los partidos,

los oligarcas de la partitocracia,

que ya han decidido en los despachos

 POR CONSENSO

(absolutamente antidemocrático)

qué ley se va a tramitar y se va aprobar

a mano alzada

 de los representantes

de los oligarcas – jefes de los partidos.

NO

de los ciudadanos.

DONDE HAY CONSENSO POLÍTICO NO HAY DEMOCRACIA.

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