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lunes 22 diciembre 2025
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De bikinis y tulipanes

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 259 de «La lucha por el derecho» nos explica qué es la cortesanía y qué papel juega en la construcción institucional de la monarquía de los partidos.

La cortesanía

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La prensa cortesana —esa servil maquinaria de propaganda que, bajo el disfraz de entretenimiento o interés humano, contribuye a mantener anestesiada la conciencia política de los gobernados— vuelve a la carga con las noticias sobre las infantas, princesas y demás símbolos de la desigualdad institucionalizada. Esta vez, los focos se centran en dos escenas particularmente reveladoras: la infanta Leonor paseando por la playa y Amalia de Holanda inaugurando un jardín de tulipanes con la solemnidad de quien cree haber cumplido un deber sagrado. En ambos casos, la prensa lo celebra. Pero ¿qué celebramos exactamente?

Nos hallamos ante una infantilización deliberada de la percepción de lo político por el consumidor de noticias. El régimen monárquico de partidos —sostenido por la obediencia, no por la libertad— se vale de imágenes banales para despolitizar su existencia. Convertir a la heredera de una jefatura del Estado en un objeto de espectáculo playero no es un descuido, sino un cálculo. Porque cuanto más se familiariza al pueblo con la figura real, más se naturaliza su permanencia. Y sin cuestionamiento, no hay cambio.

¿Y qué decir de Amalia, la joven princesa neerlandesa que corta cintas y posa junto a flores como si el siglo XXI no hubiese llegado? Esto no es una anécdota estética, sino la manifestación de una concepción del Estado.  

La República Constitucional —y no esas falsas repúblicas que sólo han sustituido coronas por partidos estatales— representa el único camino posible hacia la libertad política colectiva. En España, donde la Transición no fue más que una transacción entre franquismo y partitocracia, no se esconde sino que se celebra el papel de la monarquía como catalizador del reparto.

Mientras nos entretienen con paseos reales y jardines ceremoniales, se oculta la realidad: ningún ciudadano español ha tenido la oportunidad de elegir sobre la forma del Estado ni de gobierno sino tan solo de ratificar las decisiones de la élite política y de los poderes fácticos.

La libertad no nace del aplauso a la costumbre, sino del rechazo consciente a toda forma de dominación.

Ideas sobre la verdad

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Las ideas de Antonio García-Trevijano Forte nos acercan a la verdad política y a las causas de las desastrosas medidas tomadas por los regímenes partidocráticos.

Antonio García-Trevijano,16 de Sept. del 2016.

Fuentes:

https://www.ivoox.com/rlc-2016-09-16-crisis-existencial-ue-pero-audios-mp3_rf_12931066_1.htm

Música: concierto para piano nº5 de Beethoven

Carta III: Los borrachos del poder y el vino agrio de la Historia

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.

Sobre la embriaguez neoconservadora y la resaca geopolítica que nadie quiere admitir

Querido hermano en la templanza de Alá:

Recibo tus palabras desde Isfahán, donde el viento aún susurra las misivas de nuestro venerable Sheij Yazid al-Rashid. Él, bajo la sombra de los cipreses, denunció cómo Occidente convierte la paz en teatro de sombras; yo, Ibrahim, escribo desde Varsovia para desvelar su resaca de hybris —desmesura helénica que condenó a Ícaro y a Edipo—. Dos derviches, una misma verdad: el poder embriaga, pero la Historia dicta sentencia.

Ayer, en un café donde el mármol absorbe lágrimas y consignas vacías, fui testigo de la parábola de vuestra decadencia. Un hombre, ebrio de whisky y retórica, tropezaba con una bandera ucraniana mientras declamaba a Whitman como si sus versos fueran ayat sagrados. Al desplomarse, vomitó bilis y eslóganes: «¡Democracia! ¡Libertad!». Los presentes rieron. Yo vi a Occidente: un beodo que canta himnos a la sobriedad mientras derrama su vino —vino de arrogancia— sobre mapas ajenos. El profesor Sax, asceta entre glotones y sabios desdichados, lo resume con precisión de cirujano:
«Esta guerra es la resaca de un festín que comenzó en 1991, cuando Estados Unidos creyó que el mundo era su odre personal».

Como escribí bajo los cielos grises de Bruselas, donde los burócratas confunden decreto con destino, Occidente sigue bebiendo de su propio reflejo. Desde que crucé el espejo de vuestras ilusiones, he visto cómo confunden arrogancia con estrategia. Clinton, Bush, Obama, Trump, Biden… Nombres que se suceden como vasos vacíos en una taberna que jamás cierra. Brindan. Derraman. Repiten. Cada uno corea: «¡Por la expansión de la OTAN!», vertiendo el vino de la hybris sobre las fronteras rusas. ¿No juraron a Gorbachov «ni una pulgada al este»? Esa promesa, tan vieja como Scheherezade, se cuenta ahora con la solemnidad de un imán recitando el Corán, pero su eco es la burla de los tiempos.

Occidente, hermano mío, es un ebrio que cree bailar tango mientras pisa los pies del mundo. Clamáis «defender la democracia» en Kiev, pero fue Washington quien derrocó a Yanukóvich en 2014, cual tabernero que cambia copas sin consultar al sediento. Ucrania es hoy un odre rajado que derrama sangre en vez de vino: dos mil almas caen diarias, cifra que los neoconservadores —esos talmudistas del poder bruto— enuncian con la frialdad de un contable. Sax sentencia: «Es una guerra entre Estados Unidos y Rusia, pero los ucranianos pagan la cuenta». ¿No es esto zulm —opresión que carcome el alma— disfrazado de jihad —esfuerzo sagrado reducido a guerra sacrílega—?

Los europeos son penitentes que rezan el rosario con una mano mientras, con la otra, apuran el cáliz de la OTAN. Alemania —la misma que forjó muros con acero y vergüenza— exporta divisiones blindadas que parten continentes. Francia, cuna de Voltaire y sepulturera del Espíritu de las Leyes de Montesquieu, ofrece discursos belicistas a Zelenski con la coherencia de un poeta maldito. Bruselas, ese sultán de tinta y decretos, firma fatwas con sello europeo: sanciones como emplastos de curandero para una gangrena que ellos mismos infectan, mientras reparte botiquines de papel tras haber prendido fuego al salón del diálogo.

Mientras el humo de las sanciones aún flota en el aire, la ironía suprema, oh sabio, es ver a Trump —ese tabernero caótico que rompe botellas para silenciar la música— intentando cerrar el bar a golpe de tweets. Los neoconservadores, esos inquisidores del poder duro, tiemblan ante su sombra: ¿cómo osa interrumpir su banquete de misiles y contratos petroleros? Europa, huérfana de su tutor ebrio, baila ahora al ritmo del Estado profundo, aferrándose a la OTAN como náufrago a un barril de vino agrio. Sax lo intuye: «El Estado profundo es un alcohólico que odia la sobriedad, incluso si le salva el hígado». La OTAN, esa cofradía de bebedores, forcejea ahora con la resaca: ¿servir más rondas en el Este, ignorando el grito de Palestina que arde bajo escombros, o vomitar la culpa en el Mar Negro?


Cierro esta carta con una imagen tallada en Persépolis y Capitol Hill:
«El borracho culpa a la tierra de sus tropiezos, sin ver que es su sombra la que lo derriba».

Occidente, en su embriaguez de eternidad, no entiende que Rusia no es su rival, sino el espejo empañado donde su hybris deviene caricatura. El Corán, sabio alquimista de verdades eternas, ya advirtió:
«¿Acaso no ven que la vida mundanal es lluvia que hace brotar cosechas, las embellece, y luego las reduce a heno disperso?» (57:20).

El simún —viento que en mi juventud sepultó caravanas en Persépolis— hoy sopla sobre Kiev: arrastra promesas rotas y contratos de armas. Así Alá disuelve los reinos de los arrogantes, como polvo arrastrado por el vendaval. ¿Acaso no leéis vuestros libros? Ecce homo de Nietzsche yace en vuestras bibliotecas, pero no veis que sois vosotros quienes miráis al abismo… y el abismo os devuelve la risa de los borrachos.

¿No sois vosotros, oh necios del festín geopolítico, alfareros ebrios que esculpís tronos de barro húmedo? Jugáis con naciones como niños con arena, olvidando que todo dominio es préstamo… y todo préstamo caduca.

Que el ayuno os purgue las venas del licor de la soberbia. Porque solo cuando la resaca de los siglos os golpee, entenderéis: la sabiduría no es un manantial, sino el sudor de quienes cavan en el desierto con manos desnudas que buscan agua en cráteres de obuses.

Sheij Ibrahim al-Hamadani
Erudito itinerante cuyas palabras son sal en la herida de los imperios


Claves Hermenéuticas del Sheij:

  1. Hybris: Desmesura griega que desafía a los dioses. Aquí, crítica a la arrogancia geopolítica de Occidente.
  2. Simún: Viento del desierto que sepulta imperios; hoy, metáfora del destino de Ucrania.
  3. Ecce homo: Obra de Nietzsche que explora la autodestrucción humana; contrapunto filosófico a la hybris occidental.
  4. Zulm: Opresión que carcome el alma (Corán 2:190-193).
  5. Jihad: “Esfuerzo” sagrado reducido a guerra sacrílega en la retórica belicista.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.

Nueva Constitución o reforma chapuza o pervertirla más

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 258 de «La lucha por el derecho» defiende una Constitución que separe los poderes e instaure el principio representativo, frente a los partidarios de reformar el texto del 78 o profundizar en él.

Profundizar en la Constitución

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Profundizar en esta Constitución es profundizar en la ausencia de democracia. La Constitución de 1978 no es un marco de libertad, sino un corsé que aprisiona la voluntad política. Si de origen no establece ni la representación ni la separación de poderes, profundizar en ella es alejarse de la democracia cada vez más.

En una democracia la representación consiste en que los ciudadanos elijan a personas concretas para legislar en su nombre, con un vínculo directo entre representante y representado. Sin embargo, el sistema proporcional de listas de partido impuesto por la Constitución vigente neutraliza esta relación. Los diputados no representan a los ciudadanos, sino a las cúpulas de sus partidos, que los seleccionan y los colocan en listas impermeables a la voluntad del electorado. Bajo este régimen de poder, el Parlamento no es una asamblea de representantes de la nación, sino un órgano burocrático de validación de las decisiones previamente tomadas por los jefes de partido

El otro requisito formal de la democracia es la separación de poderes. No existe libertad política sin elección distinta en origen del legislativo y del ejecutivo. En España, el jefe del Gobierno es a la vez el líder del partido con mayoría parlamentaria, lo que convierte al Congreso en un mero instrumento de su voluntad. Lejos de fiscalizar al ejecutivo, el legislativo se encuentra subordinado a él, garantizando la aprobación de leyes sin debate auténtico ni autonomía.

Más aún, el mal llamado poder judicial tampoco escapa a este dominio. La elección política de los jueces y magistrados de los órganos superiores los convierte en piezas del engranaje de poder, eliminando cualquier atisbo de imparcialidad en la Administración de justicia.

Por eso, cada vez que se plantea una reforma de la Constitución, se perpetúa el esquema de dominación. No se puede remediar la falta de democracia con una estructura que impide su aparición. La única solución auténtica pasa por la ruptura con este régimen y la instauración de un periodo de libertad constituyente como camino hacia la república constitucional que garantice la representación y la separación efectiva de los poderes.

No hay solución dentro del régimen; la monarquía de los partidos es el problema.

Entrevista a Alberto Gálvez

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Hoy, en el capítulo nº13 de «La huella», Vicente Carreño entrevista a Alberto Gálvez, dramaturgo y miembro del Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC).

Una calamidad pública

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El Estado de partidos es una calamidad para el futuro de España.

Los partidos deben pertenecer a la sociedad política y no al Estado.

Antonio García-Trevijano, 14 de Diciembre del 2017.

Fuentes:
Radio libertad constituyente: http://www.ivoox.com/rlc-2017-12-14-piensa-veras-audios-mp3_rf_22660649_1.html

Música: Allegro del concierto en do mayor sostenido de Enrique Granados.

Traición a la filosofía de la acción de Trevijano

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 257 de «La lucha por el derecho» nos habla del mito de la unidad política como distorsionador de un pensamiento político.

El mito de la unidad y la falsificación de las ideas

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La traición a la claridad del pensamiento es el primer paso hacia la claudicación de la acción política. A esta infamia se suma hoy la confusión deliberada que pretende amalgamar el Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC) con asociaciones surgidas tras la muerte de su fundador, desvirtuando la esencia misma de la acción política republicana. Es imperativo no dejar de denunciar esta farsa, pues la unidad invocada no es más que un mito forjado por quienes pretenden eludir el rigor de la estrategia rupturista y la coherencia doctrinal del MCRC.

El MCRC no fue ni será jamás un movimiento pluralista ni una federación de grupúsculos heterogéneos, porque su existencia no responde a las reglas del consenso ni a la negociación de principios. Su fundamento es la Teoría Pura de la República en su integridad, incluida la innegociable filosofía de la acción constituyente. No es un club de debate ni una suma de voluntades desdibujadas por la corrección ideológica, sino el brazo cultural y prepolítico de una acción que solo cobra sentido en la ruptura con el régimen del setenta y ocho

Desde la muerte de García-Trevijano, proliferan asociaciones y colectivos que, al no comprender la raíz científica del análisis político que este desarrolló, buscan distorsionar su finalidad para acomodarse a fórmulas híbridas e inofensivas. Quienes promueven la unidad del MCRC con esas iniciativas solo prueban su ignorancia sobre política. La democracia formal no nace de la mezcla de intenciones, sino de la conquista efectiva de la libertad política colectiva. No puede haber unidad con quienes no han asumido la necesidad de la abstención activa, con quienes rechazan la acción de la ruptura con el instrumento creado por su fundador, obviando parte de su pensamiento, o con quienes sucumben al electoralismo.

El MCRC no es una organización abierta a la negociación de su ideario ni un foro de tendencias que busquen consenso con el poder o con sus simulaciones. Es la estructura intelectual que provee a los ciudadanos del único camino viable hacia la democracia formal: la ruptura pacífica con el sistema de poder oligárquico que hoy impera en España. Toda tentativa de fundir el MCRC con asociaciones que diluyen su doctrina en compromisos tácticos no es sino una traición a su esencia.

Que no se engañe nadie: la independencia doctrinal del MCRC, su autenticidad, originalidad y carácter único es su mayor virtud y su salvaguarda. No es compatible con los proyectos que carecen de fundamento en la acción política ni con quienes reducen la república constitucional a una consigna vacía de contenido, o directamente la olvidan como algo secundario. La única unidad posible es la que surge del rigor de la acción política bien entendida, no de la componenda oportunista de quienes buscan atajos en la lucha por la libertad política colectiva.

No hay unidad fuera de la verdad. Y la verdad política es que el MCRC no es negociable.

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