Estimado lector:
‘Crónicas de un cadáver adornado’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta al Omar ibn Hassan, viajero persa que desmonta los mitos democráticos de Europa con ironía coránica y bisturí trevijanista.
Sobre la juventud europea que olvidó rebelarse contra el tiempo muerto
Querido hermano Naser al-Din:
En la Universidad de Bolonia —donde el fantasma de Irnerio aún vela los códices—, un profesor mustio me mostró un reloj de arena detenido en 1968. «Aquí el tiempo se paralizó —susurró— cuando los estudiantes cambiaron a Marcuse por wifi gratis». Hoy te revelaré la tragedia que Trevijano, con ojos de astrólogo, vislumbró en vano: la rebelión generacional que Europa extravió en el laberinto del confort.
Recuerdas la sentencia de Omar Khayyam: «Cada generación barre playas de ideologías muertas». Trevijano, bebiendo de Pareto —y recordando lo que Ortega tomó prestado de Justin Dromel—, calculó con exactitud de geómetra persa: cada quince años, la savia nueva pudre los cimientos viejos. Tras el 68, anunció un cataclismo hacia 1998. «El estancamiento universitario» —escribió— sería la mecha. ¡Ay! Los europeos prefirieron Maastricht a la revolución. Como camellos que cambian el desierto por un establo climatizado.
En un aula berlinesa —hediendo a café rancio y derrota— presencié una «asamblea horizontal contra el fascismo digital». Un joven con barba de profeta gritaba «¡Abajo los algoritmos patriarcales!» mientras subía su protesta a Instagram. Al mencionar a Trevijano, una muchacha con nariz perforada espetó: «¿Ese viejo blanco muerto?». ¡Ironía que haría llorar a Rumi! Aquel que denunció la partitocracia, tachado de caduco por nietos de burócratas. El círculo se cerró: la Generación del 68, hoy en el poder, adoctrinó a sus vástagos en simular rebeldía mientras piden becas al ministerio.
En París, un punk sesentón me escupió la verdad: «El mayo francés murió cuando mis hijos pidieron hipotecas para un loft en Le Marais». Trevijano lo intuyó: la Guerra Fría no solo cercenó la libertad, sino la capacidad de imaginar utopías. Ahora corean «Otro mundo es posible» mientras firman contratos basura con Amazon.
En Heidelberg, un sociólogo mostró gráficos que confirmaban la profecía: cada 30 años, picos de efervescencia (1945, 1968, 1998… ¡1998!). Señalé el valle plano donde debía alzarse el monte. «Ah —suspiró—, ese año Alemania ganó el Mundial». ¡Subhanallah! Prefirieron la cerveza a la revolución. Como reza nuestro proverbio: «Pueblo que baila al son del tirano, merece bufón por rey».
Pero lo más triste lo vi en Madrid. Junto a la estatua de Cervantes —ironía cruel—, «indignados» de 2011 vendían chapas de «Democracia Real Ya» fabricadas en China. Al preguntarles cómo revocarían a los diputados corruptos, respondieron: «Con más asambleas». Ah, Trevijano… cuánta razón: confundieron el síntoma (rabia callejera) con el diagnóstico (oligarquía de partidos). Como quien trata la peste con perfume de rosas.
En el tren a Ámsterdam, un exmaoísta —que en 1968 lanzó adoquines— me confesó llorando: «Mis nietos protestan contra el cambio climático… ¡pero vuelan a Tailandia en low cost!». Recordé la sentencia de Trevijano: «La juventud no se levanta cuando la vejez cae, sino cuando reduce a prejuicios los viejos juicios de la sociedad que la esteriliza». Europa ha parido la generación más letal: la que cree haber superado a sus padres por cambiar ‘él’ por ‘elle’ en sus perfiles sociales, un triunfo virtual que celebra mientras la bota oligárquica le pisa el cuello en el mundo real.
Mientras cruzaba los Alpes —cordillera de utopías muertas—, abrí mi Bustán de Saadi. Una línea brilló: «Quien teme al lobo no planta viñedos». Europa, hermano, ya no planta viñedos. Sus jóvenes beben el vino agrio del conformismo en copas de diseño nórdico.
Trevijano soñó una rebelión que limpiara el establo de Augías partidista. No contó que los establos modernos tienen wifi gratis. Cuando el invierno económico hiele sus huesos quizás recuerden que, como escribió Attar, «solo el fuego renueva el bosque». Mientras, seguirán trocando cadenas por likes.
Tu hermano que mira el crepúsculo sin miedo.
Sheij Omar ibn Hassan.
*Ginebra, a 22 de Shawwal de 1419*






Este artículo es una sátira brillante. La generación actual protesta por el clima mientras viaja en low cost, ¡una paradoja que refuerza la crítica de Trevijano sobre la juventud que no cuestiona los viejos prejuicios! El autor, con su toque irónico, nos recuerda que quien teme al lobo no planta viñedos, y ahora Europa solo bebe vino agrio del conformismo. Una crítica hiriente pero necesaria, como siempre, para despertar al lector. ¡Solo el fuego renueva el bosque, y este fuego es la rebelión que falta!
Excelente disección de la realidad y excelentemente escrito.