Qué bien queda en la prensa que unos vocales territoriales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) aboguen por la necesidad de “repensar en su integridad el sistema judicial español”. La primera reacción de sorpresa ante tan revolucionaria aspiración, se transmuta rápidamente en decepción al escuchar el contenido completo de las declaraciones.

Para estos transgresores vocales del CGPJ, ese repensar el sistema se concretaba en “modernizar la justicia y dirigirla hacia procesos digitales o la telemática” de tal manera que se reduzca la necesidad de crear nuevos órganos judiciales y mejorar de paso las condiciones de trabajo de los ya existentes. Es la revolución del confort, la revuelta de la eficacia y la fiesta de disfraces de la dignidad de la judicatura.

Repensar el sistema comienza con que los vocales del CGPJ que tal empresa se proponen dimitan ipso facto e interesen la disolución del órgano que los ha nombrado. Repensar el sistema es acabar con la designación política del órgano de gobierno de los jueces para ser elegido por todos los operadores jurídicos. Repensar el sistema es suprimir el cargo de Fiscal General del Estado, de elección directa por el Presidente del Gobierno. Repensar el sistema es crear un Consejo de Justicia, separado de los poderes políticos del Estado y de la nación en origen, al frente de la magistratura legal y con una verdadera Policía Judicial sólo dependiente de Jueces y Magistrados.

No es repensar el sistema diseñar un CGPJ que busque un “espíritu de consenso y diálogo” entre el poder político y la Justicia, como en palabras textuales de estos mismos vocales se ha propuesto. No es repensar la Justicia, sino acabar con ella, llevar el consenso a la resolución de la materia pública judicial, levantando la venda de sus ojos al albur de la coyuntura política. No es repensar el sistema fomentar la dependencia económica de la Justicia del poder político configurándolo como simple servicio público necesitado de mayor inversión y modernización material.

Este CGPJ no puede repensar nada, porque no puede si quiera pensar por su cuenta sino según las instrucciones de quien ha elegido a sus vocales, de la misma forma que ha hecho con su Presidente, al que se corona en la cúspide del Tribunal Supremo. Tampoco nada pueden pensar por sí mismos los miembros del Tribunal Político Especial, el llamado Constitucional, inventado por los partidos para ser el último filtro de control de la legalidad que les ampara.
Pierda toda esperanza quien espere que repiensen, piensen o amparen.

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