Adrián Perales

ADRIÁN PERALES PINA.

¡Salud, Macbeth, que has de ser rey! La predicción de las tres brujas de Shakespeare dio tales esperanzas al general del ejército escocés que lo dejaron como transportado mientras las escuchaba. Torcuato Fernández Miranda vio la codicia de Macbeth en los ojos de Adolfo Suárez cuando haciendo de bruja tanteo su ambición.

-.“Sin duda Vd. sería el Presidente del Gobierno que necesita ahora España”, le dijo Suárez a Torcuato el 3 de Marzo de 1976 en una cena en su casa poniendo en práctica su estrategia más común: la adulación.

-.“¿Y por qué no tú?” Le respondió Torcuato.

Suárez calló y embelesado por el sueño de una ambición que estallaba en el fondo de su mirada se hizo a la idea de aquello que siempre había deseado. Que Torcuato detectase la codicia de Suárez en sus ojos no impidió que propiciara su nombramiento. Si pensó que conservaría su influencia sobre quién decía ser su discípulo se equivocaba. La pasión de la que se tenía que alimentar necesariamente la ambición de Suárez para la tarea que se le encomendaba era la de olvidar. Olvido a Franco. Olvido al Movimiento. Olvido a sus mentores. La Reforma lo exigía. Y no hay olvido sin ingratitud.

Tan pronto como se ratificó por plebiscito la Ley para la Reforma Política el 15 de Diciembre de 1976, seis meses y medio después de que Suárez fuese nombrado Presidente del Gobierno, Fernández Miranda fue desplazado. Tras el 15 de Diciembre aquél a quién Torcuato favoreció tomaba las decisiones sin consultarle. Ya no era necesario. Tres años después moriría en el ostracismo. El intento de aliviar la mala conciencia de Torcuato por su contribución al nombramiento del Presidente Suárez asoma en el fragmento del libro escrito tras su prematura muerte por su hija y sobrino “Lo que el Rey me ha pedido” al que me he referido. Ya vio su ambición en la mirada, afirman. Pero, ¿si advirtió codicia en sus ojos por qué le respaldó? ¿No se dan cuenta de que si le respaldó a sabiendas de que era un error por indicación real y por su deseo de influir en el nuevo Ejecutivo su responsabilidad es mayor que si lo hizo con ingenuidad?

Ahora es Aznar quién alivia su mala conciencia con la vanidad que le caracteriza en un nuevo libro de memorias. El marido de Ana Botella nos cuenta cómo decidió quién debía ser su sucesor. Dice que no escogió a Rato porque éste rechazó dos veces el cargo cuando se lo propuso en el año 2000. ¿No sabe detectar Aznar un no por cortesía en un momento en que la sucesión aún estaba lejana? Que no culpe a Rato de su elección de Rajoy. No es verdad que eligiera a Mariano porque Rato le rechazara. La prueba es que en el 2003, cuando se acercaba la hora de la verdad, reconoce que Rato le dijo que sí quería ser el sucesor. Entonces será otra razón, que no quiere confesar, la que le llevó a decidirse por Rajoy. Y, ¿para qué mentir ahora? ¿Acaso 10 años después se ha comprobado que Rato hubiera sido un jefe mejor tras haber fracasado en Bankia?

No es la primera vez que  Aznar sostiene ideas absurdas para explicar hechos de su biografía. En sus anteriores memorias declaró que él fue quién acabo con la vida política de Adolfo Suárez. Una teoría ridícula, pues “El Duque” llevaba inscrita la causa de su fracaso mucho antes de que Aznar llegara a la presidencia del Partido Popular. Hasta ahí llega su vanidad. Primero nos hurtan el derecho a elegir a quienes ostentan el poder estatal y luego tenemos que soportar los delirios que las sombras de su mala conciencia ejercen sobre sus memorias.

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